El 13 de abril de 2025, Mario Vargas Llosa exhaló su último aliento en Lima, acompañado solo por sus hijos y su exesposa Patricia Llosa. La noticia conmocionó al mundo cultural, pero aún más estremecedora fue la revelación de que Isabel Preysler, la mujer con la que compartió ocho años de su vida, fue excluida de toda ceremonia, sin siquiera una llamada de despedida. Según fuentes cercanas a la familia, el Nobel mantuvo sentimientos latentes hacia Preysler hasta sus últimos días. Sin embargo, sus hijos actuaron con una frialdad implacable, bloqueando cualquier intento de reconciliación entre ellos.
Según fuentes cercanas al entorno familiar, meses antes de su fallecimiento, Vargas Llosa habría expresado su deseo de mantener una última conversación con Isabel. No se trataba de una propuesta romántica, sino de un gesto de cierre, una necesidad humana de poner punto final a una historia que marcó su vida. Pero ese intento fue sofocado de raíz. Álvaro, Gonzalo y Morgana Vargas Llosa fueron tajantes: ella no merecía estar ahí, alegando que durante la relación nunca mostró un interés genuino por el bienestar de su padre.
El amor imposible que se disolvió entre celos y reproches
La ruptura entre Vargas Llosa y Preysler en 2022 fue descrita por la prensa como “civilizada”, pero lo cierto es que detrás del telón hubo tormentas emocionales, celos infundados y reproches cruzados. La versión oficial de Isabel apuntaba a “discusiones continuas” y “actitudes posesivas” del escritor, pero amigos íntimos del Nobel aseguran que él nunca dejó de quererla y que su deseo de mantener una amistad era genuino.
En abril de 2023, durante una charla literaria, el Nobel dejó entrever que aún respetaba profundamente a Isabel, por lo que aclaró que no hablaría de ella en público. Además, confesó que le habría gustado mantener una amistad con Isabel. Su frase, cargada de resignación —“Sí, claro que sí. Por supuesto”— fue interpretada por muchos como una confesión velada de que el amor aún persistía, aunque los obstáculos eran demasiado grandes.
Un funeral blindado: sin cámaras, sin homenajes y sin Isabel Preysler
El velorio de Vargas Llosa fue tan sobrio como hermético. Lejos del homenaje público que podría haberse esperado para una figura de su talla, la familia organizó una despedida privada en su residencia de Lima, evitando toda exposición pública. El Gobierno peruano decretó duelo nacional, pero en el hogar del escritor, la atmósfera era otra: discreta, controlada y deliberadamente alejada de todo lo que alguna vez representó Isabel Preysler.
Mientras en Lima se desarrollaba una despedida austera, pero sentida, en Madrid reinaba un silencio atronador. Isabel Preysler no rompió el hermetismo. No hubo palabras, ni siquiera un mensaje en redes sociales. Se mantuvo al margen, quizás por respeto… o quizás por orgullo. Su entorno tampoco emitió declaraciones, reforzando la idea de que esta historia terminó sin redención posible. La despedida del autor de La Fiesta del Chivo fue sobria, coherente con sus últimos años, pero también marcada por un tinte amargo: murió enamorado, pero lejos de la mujer que aún ocupaba un lugar en su corazón.
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