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La Jornada: Guerra cognitiva y aranceles: cobrar y castigar


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on lujo de cretinismo imperial, Donald Trump va por el mundo amenazando a tirios y troyanos con el arma disciplinadora de los aranceles. Se jacta de poder y de imponernos, al antojo de sus mezcolanzas ideológicas y mercantiles, sus banderas imperiales que insultan a todas las economías y al trabajo que sustenta las riquezas. Pero no se trata sólo de tecnicismos financieros, se trata de una escuela autoritaria de educación para esclavos, cargada con las lecciones, morales y éticas, de la guerra cognitiva al calor de su premisa máxima: tengan para que aprendan.

Nada tienen de nuevo las guerras cognitivas, salvo su tecnología, porque son un campo de batalla permanente en el ámbito de las estrategias comercio-guerra que se centran en el uso de narrativas manipuladoras y operaciones sicológicas para influir, desinformar o controlar la percepción y la conducta de individuos, grupos o naciones. Sus raíces históricas pueden rastrearse hasta las prácticas más antiguas de la propaganda, la desinformación y la guerra sicológica desarrolladas con campañas sofisticadas para crear contenido de texto y subtexto altamente convincente, para cobrar y castigar con prácticas añejas actualizadas en operaciones modernas que incluyen ya la inteligencia artificial.

Esta guerra cognitiva es una realidad odiosa y su impacto se manifiesta de formas múltiples, incluso fabricando mensajes justicieros para refrescar la memoria de todos sobre dónde está el poder real. No importa si hay que barajar fake news, como pedagogía del domador, para adiestrar líderes políticos, para incitar violencia o para crear caos. Inventar aranceles prioriza un contenido: al que pega se le paga. Eso, emocionalmente cargado con especulaciones, temores, noticias falsas y teorías conspirativas. Junto con los aranceles se difunden lecciones de poder que han utilizado, incluso, bots y trolls para fabricar opiniones públicas. Tienen tufo de castigo sus herramientas de guerra cognitiva que están siendo empleadas coercitivamente. Lo dicho, en esta guerra, al que pega se le paga.

Esos aranceles, desenvainados en el fragor de la dictadura del capitalismo, son un frente de dominación en el escenario actual de la lucha de clases y, a diferencia de las guerras convencionales donde los campos de batalla son geográficos y las armas tangibles, en la guerra cognitiva se opera sobre el terreno de las subjetividades deslizándose entre la información distorsionada, las emociones alteradas por los miedos y las percepciones sobrexcitadas, hoy convertidas en arma estratégica clave en la geopolítica y en la geosemiótica, de pies a cabeza. Además de pagar los excesos del cretinismo imperial, hay que reverenciar sus dichos y sus gestos histriónicos, su petulancia burguesa, enemiga profunda de la democracia y su insoportable gesto de patanes enriquecidos con toda obscenidad. Es la dictadura de la estulticia y quieren que nos la traguemos como si fuese costumbre de familia. Asumirla dócilmente como la verdad y la estabilidad social que siempre hemos anhelado. Quieren convertir los aranceles en un triunfo cultural que forje la nueva moral de esclavos agradecidos. Es una lucha asimétrica para influir, moldear o controlar las percepciones, creencias y comportamientos de individuos, grupos o naciones mediante el uso de herramientas sicológicas, tecnológicas y narrativas. Síndrome de Estocolmo arancelario.

Y eso no es todo. Semejante imposición de aranceles, en el marco del proteccionismo imperial, debe ser analizada como una estrategia para preservar la hegemonía del capital en crisis, con lujo de manipulación de las relaciones de información de clase y la creación de consensos ideológicos desmoralizantes, en favor de la élite dominante ansiosa siempre de disciplinadores económicos e ideológicos. Disfrazan su guerra cognitiva como batalla cultural para reorganizar las relaciones económicas de subordinación, a favor del capital, especialmente en medio de su crisis estructural. Y contra China. Esos aranceles reflejan las tensiones entre el capital globalizado y el nacional.

El cúmulo de las disputas interburguesas está rebasando todo límite y la compulsión monopólica, base del imperialismo, está reventando sus propios márgenes. Las burguesías peleándose entre ellas, primero tratan de proteger a sus sectores estratégicos. A todo fuego. Pero eso no elimina la contradicción histórica fundamental entre el capital y el trabajo, sino que la desplaza hacia nuevas formas de guerra, es decir, más tecnificada, contra la clase trabajadora. Por eso prolifera todo tipo de predicadores y bisutería ideológica.

Con aranceles bíblicos pontifican la narrativa fake de proteger al trabajador estadunidense, refuerzan su nacionalismo económico, fabrican la ilusión de que el capital se preocupa por los intereses del proletariado. Desfachatez manipuladora de la ideología burguesa que pretende disfrazar su realidad, de explotación laboral, criminalizando inmigrantes, histerizando el racismo y fabricando, con esquizofrenia y paranoia dignas de Hollywood, enemigos por todas partes. Especialmente chinos, rusos y comunistas. Nacionalismo económico con lógica del relato predicador.

Sus aranceles son un mensaje denso y profundo. No sólo tienen impacto económico, también tienen moralejas cruciales. Es la dictadura del proteccionismo monopólico para asegurar frustración y desmoralización de las masas trabajadoras ante el suprapoder imperial, del dicho al hecho, hoy renovador del racismo y la xenofobia como herramientas disciplinadoras acompañado los aranceles que son, realmente, dispositivos de defensa en la guerra cognitiva. Y exhibirle al mundo quiénes tienen los recursos militares y mediáticos para imponer represalias internacionales al tipo de cambio que a ellos les conviene bajo la dictadura del capitalismo.

Sus aranceles son una encíclica completa de las canalladas burguesas para castigar a la clase trabajadora, obligándola a financiar las ofensivas bélicas e ideológicas en su contra y que además las agradezca, mientras que el capital ensancha sus márgenes de ganancia. Sus aranceles son una escuela teórico-práctica de esclavitudes objetivas y subjetivas. Y en la guerra cognitiva también es indispensable que la primera en morir sea la verdad. Porque eso a ellos les conviene y les gusta mucho. Siempre.

* Doctor en filosofía



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