La exitosa serie The Last of Us, producida por HBO y disponible a través de Max, vivió un momento definitorio con el estreno de su tercer episodio de la segunda temporada, titulado “Something’s Got a Hold on Me”. En esta entrega, los creadores apostaron por un enfoque profundamente emocional, centrado en las secuelas de la violenta muerte de Joel, interpretado por Pedro Pascal.
Tras ser atacada brutalmente por Abby y su grupo, Ellie, interpretada por Bella Ramsey, despierta en la comunidad de Jackson, herida tanto física como emocionalmente. A partir de ese instante, comienza a vislumbrarse una transformación interior en el personaje: impulsada por la pérdida y la necesidad de justicia, inicia un camino que la llevará a convertirse en una guerrera aún más decidida.
La narrativa del episodio muestra cómo Ellie intensifica su entrenamiento físico, y así dejar atrás su vulnerabilidad que le permimta prepararse para las amenazas que enfrentará en su nueva misión personal.
Dina y Ellie: un vínculo que florece en medio de la tragedia
Entre la oscuridad del viaje que emprende, la relación entre Ellie y Dina, interpretada por Isabela Merced, aportó momentos de calidez. Ambas adolescentes deciden partir juntas hacia Seattle para dar caza a los responsables de la muerte de Joel, miembros del grupo conocido como WLF.
Durante el trayecto, mientras comparten un caballo y enfrentan peligros como infectados y miembros de sectas eliminados, las jóvenes también navegan emociones más íntimas. La cercanía entre Ellie y Dina crece, y surge la pregunta sobre qué significado tuvo aquel beso compartido en el primer episodio.
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Abby y un ciclo de venganza imparable
La trágica muerte de Joel, ya presentada en la narrativa del videojuego The Last of Us Part II, cobró vida en la serie con una crudeza estremecedora en el episodio 2, cuando Abby, miembro de los Fireflies, lleva a cabo su venganza como represalia por la muerte de su padre, un médico asesinado por Joel años atrás.
La escena de la ejecución, presenciada por personajes como Owen, refleja el dolor y la división moral que atraviesan a todos los involucrados, lo que dejó claro que en el mundo de The Last of Us, la violencia nunca es un acto aislado, sino una espiral de tragedias sin fin.
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