E
n enero hablábamos en este espacio de los tres Trumps con los que había que lidiar: el negociador forjado en los negocios inmobiliarios de Manhattan, el presidente de Estados Unidos, y el político, el líder de un culto llamado MAGA. Esa figura de tres facetas ha cumplido 100 días en el poder, y pasarán muchos años, quizás décadas, para asimilar las consecuencias de este vertiginoso arranque de gobierno.
Los primeros 100 días de la segunda administración de Donald Trump han sido, sin lugar a dudas, un periodo de convulsión sin precedentes. Como acertadamente señaló The New York Times en su portada (100 días como ningunos), estamos ante una presidencia que no sólo redefine las políticas, sino que también altera la esencia misma del ejercicio del poder. La narrativa de un poder centrado en una sola persona, desplegada con un estilo inconfundible, ha dejado una marca en el escenario global.
Trump ha desmantelado el modelo de globalización que predominó durante las últimas tres décadas, un sistema intrincadamente tejido con las economías de los países en desarrollo. Su insistencia en repatriar la manufactura y la imposición de aranceles representan un giro radical, una vuelta en U
que desafía la lógica de las cadenas de valor globales y la interdependencia económica regional. Este proteccionismo agresivo, lejos de ser una simple estrategia económica, es una declaración de intenciones: Estados Unidos busca recuperar su hegemonía económica a cualquier costo, incluso si ello implica desarticular el entramado económico internacional.
Los aranceles, convertidos en el arma predilecta de negociación, son un claro indicio de la creciente rivalidad con China. Detrás de cada amenaza comercial, subyace una lucha por el liderazgo global, una contienda que Estados Unidos ha visto erosionarse paulatinamente en los últimos 20 años. La administración Trump parece decidida a revertir esta tendencia, incluso si ello implica desestabilizar el sistema económico internacional y provocar fricciones con aliados tradicionales. En estos 100 días, lo que Trump ha intentado es romper el momentum de la economía china, el poder sin contrapesos claros de Rusia, y la relevancia económica y política de Europa, reconfigurando el rol de Estados Unidos como potencia.
En el frente interno, la agenda de Trump se centra en revertir décadas de avances en derechos civiles y justicia social. El desmantelamiento de las acciones afirmativas y las políticas de inclusión, bajo el pretexto de la meritocracia, revela una visión de Estados Unidos que privilegia a ciertos grupos sobre otros. La política de inmigración, lejos de ser una deportación masiva
, se ha convertido en una persecución selectiva, dirigida principalmente contra la comunidad latina, borrando la promesa del sueño americano
para millones. El sueño no es para todos; queda claro.
Estos 100 días marcan un cambio profundo, una ruptura con las normas establecidas en el espacio público, los derechos civiles y la economía global. Estamos presenciando la confluencia de las tres facetas de Trump: el negociador implacable, el político populista y el presidente que, a pesar de sus impulsos, debe operar dentro de los límites institucionales.
La personalidad trifásica de Trump, descrita en enero, se ha manifestado con toda su fuerza en estos primeros 100 días. El negociador ha desplegado su astucia y su capacidad para intimidar, el político ha movilizado a su base con discursos incendiarios y el presidente ha tenido que lidiar con las restricciones del sistema. Décadas de tiempo político condensadas en cien días.
Sin embargo, el panorama podría cambiar. La aparente resolución del conflicto en Ucrania, impulsada por negociaciones sobre minerales estratégicos, podría proporcionar un respiro a la economía estadunidense y mejorar la percepción pública de la administración Trump. Los malos números económicos iniciales podrían ser compensados por un logro diplomático significativo. Este acuerdo, además, podría ser interpretado como una demostración de la capacidad del republicano para negociar en escenarios complejos, fortaleciendo su imagen de líder fuerte.
Los primeros 100 días de Trump han sido un periodo de transformación radical, un sismo que ha sacudido el orden global y la política interna estadunidense. La pregunta que queda en el aire es si este cambio será duradero o si, con el tiempo, las fuerzas de la estabilidad lograrán restaurar el equilibrio. La reconfiguración del poder global y la redefinición del rol de Estados Unidos como potencia es un proceso en marcha.
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