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l miércoles pasado se cumplieron 100 días desde que Trump regresó a la Casa Blanca. Mediante una larga lista de iniciativas que ha firmado desde entonces, se puede dar cuenta de su intención de destruir una democracia que data de 250 años, y no obstante haber estado sujeta a momentos difíciles, tal vez éste es, con mucho, el más álgido. Los más de 130 decretos que ha firmado en estos 100 días pudieran ser revertidos por quien le siga en la Casa Blanca. El problema es hasta dónde muchas de las ocurrencias de Trump han hecho daño al sistema de vida estadunidense que costará mucho reparar. Por sólo mencionar dos: la estructura comercial, y la credibilidad en el sistema democrático del país. En la primera es la similitud con el perjuicio ocasionado por la pandemia a la cadena de abasto en industrias y comercios. La segunda es la incertidumbre en una democracia, cuyas cuarteaduras aparentes hoy parecen ser más profundas y difíciles de sanar.
Pero no todo es Trump. También es pertinente preguntarse qué ha pasado en los primeros 100 días desde que los legisladores llegaron al Congreso. Son contadas las excepciones de quienes se han opuesto al malabarismo dictatorial del presidente. Pareciera que a la mayoría de quienes pertenecen al partido del que Trump se adueñó no les interesa cumplir su obligación de trabajar en favor de quienes los eligieron. Se han mimetizado mansamente a los designios de un presidente que decidió crear una oligarquía cuyos intereses están muy lejanos de quienes votaron por ellos. Un ejemplo es que la mayoría republicana, responsable de legislar y sancionar las decisiones del poderoso sector financiero, ha decidido coadyuvar con los intereses del presidente para favorecer el crecimiento de la moneda virtual conocida como bitcoin. No parece haber disimulo en el conflicto de interés por la forma en que, desde la Casa Blanca, se auspicia la predominancia de esa criptomoneda ante el hecho de que una de esas compañías pertenece a la familia de Trump, según la senadora Elizabeth Warren. (NYT, Ap, BBC, ABC). En éste y otros casos similares, el conflicto de intereses es sólo una mala caricatura de las peores cleptocracias que han existido.
Las esperanzas de quienes advierten el descarrío del Congreso es que en las elecciones intermedias de 2026, quienes lleguen al Congreso sean capaces de corregir las transgresiones a la Constitución que ha cometido la mayoría republicana en la Cámara de Representantes, y desde luego, las del presidente.
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