P
or años, poco más de un siglo, los mexicanos hemos pretendido apropiarnos del tiempo y trazar caminos y retratos del futuro. No en balde la revolución aquella –con R mayúscula, sin duda– buscó desplegarse en planes y programas de alcances varios, pero siempre con la idea de construir un porvenir desde el presente.
Tal vez con esta práctica buscábamos dejar atrás aquel presente continuo
, que décadas después alertó a algunos de los grandes estudiosos del capitalismo tardío, como nuestro recordado Norbert Lechner, a quien le tocó vivir y sufrir el adelanto bárbaro de la soldadesca encabezada por Pinochet y sus esbirros y los desvaríos de los Chicago boys, que querían entronizar al mercado como único criterio y referencia para la construcción del mundo ilusorio del neoliberalismo. Aquel despropósito derivó en un régimen sangriento y arbitrario que permitió instalar una salvaje imaginería económica que, a sangre y fuego, buscó implantarse en la tierra de Allende como una realidad futurista para el resto del globo.
Por el contrario, la planeación fue vista, si no como panacea, sí como único principio a seguir, con toda la parafernalia promisoria que suele acompañar a los gambusinos del futuro. Hoy, sobre las ruinas de aquella Gran Transformación
prometida por Hayek y acólitos, nos vemos, sin embargo, obligados a seguir explorando.
Este brevísimo apunte memorioso lo traigo a cuento porque el pasado 5 de mayo Édgar Amador, secretario de Hacienda, informó de una estrategia para fomentar el crecimiento económico en 0.7 puntos porcentuales y generar 700 mil nuevos empleos: “La estrategia que estamos presentando (…) busca incidir sobre las distintas variables del PIB, con el fin de aumentar el crecimiento” (Presenta SHCP estrategia para adicionar 0.7 pb al crecimiento
, El Financiero, 06/5/25).
Y agregó: “(…) si se logra sustituir las importaciones manufactureras y se estimula la demanda interna con los programas sociales, eso le da un soporte muy fuerte al consumo y al fortalecimiento de provedores nacionales”.
Estrategia, que no planeación, concepto que de acuerdo con el diccionario de la RAE es un plan general, metódicamente organizado y frecuentemente de gran amplitud, para obtener un objetivo determinado, tal como el desarrollo armónico de una ciudad, el desarrollo económico, la investigación científica, el funcionamiento de una industria
. De suerte que, si nos atenemos a los significados, en materia política económica seguimos si bien no dando palos de ciego, sí conformándonos con estrategias que sólo nos van sacando del bache.
Porque lo recién anunciado no reconoce, o no explícitamente, que entre las causas inmediatas del nulo o lento crecimiento ha estado el bajo nivel de inversión como proporción del PIB (para 2025 el gasto de inversión pública proyectado representa apenas 2.8 por ciento del PIB, un nivel inferior incluso al de 2013 y por debajo del 4.0 por ciento recomendado por la Cepal para alcanzar las metas de los ODS, según asienta el análisis del CIEP sobre el paquete económico).
En particular, destaca la baja tasa de formación neta de capital fijo, agudizada por la disminución del gasto de inversión pública por tercer año consecutivo –una caída de 14 por ciento en términos reales respecto del año anterior–, lo que pone en riesgo la continuidad de proyectos de infraestructura y limita el crecimiento económico y la reducción de brechas sociales–.
Tampoco parece tomar nota de los bajos niveles de recaudación de ingresos públicos tributarios ni de crear el ambiente institucional propicio, formal e informal que facilite ampliar la oferta de infraestructura y de bienes públicos, para no hablar de los daños extensos que la inseguridad dominante tiene sobre todas las esferas de la vida pública (e individual).
El punto es que seguimos dando vueltas a la noria: recursos insuficientes frente a las crecientes necesidades (no sólo de financiamiento), aguda brecha que debería subrayar la necesidad de llevar a cabo la, para muchos, imprescindible reforma hacendaria integral –de gastos e ingresos– que nos garantice contar con los recursos necesarios para que el país tenga un desarrollo integral.
A México le hace falta un Estado que, además de apoyar al capital y al emprendedor privado, así como generar bienes públicos e infraestructuras, sea pieza crucial en el diseño de instituciones, en la ejecución y el seguimiento de las políticas en las que participen gobierno, empresarios, asociaciones de profesionistas, universidades, sindicatos y organismos de la sociedad civil.
La estrategia recién presentada debe ser parte de una mirada mayor que, entre sus primeras tareas incluya la convocatoria a reflexionar en torno a un gran acuerdo nacional que nos lleve a retomar la senda del desarrollo. A escribir e inscribir la centralidad de la dimensión distributiva, de equidad y justicia.
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