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la caída de sueldos y lo ocurrido con Microsoft son las barbas del vecino


Cuando ocurrió la crisis económica de 2008 había cierta animadversión a llamar “crisis” a lo que estaba sucediendo. La sensación general era que, si no se hablaba de ello, si no se generaba pánico alrededor de lo que podía llegar a suceder, el impacto podía en cierto sentido minimizarse. Casi dos décadas después, el mundo de la programación se enfrenta a un escenario sospechosamente similar, pero en vez de ladrillo e hipotecas, esta vez la cosa va de agentes virtuales que prometen revolucionar el código.

Frente a los mensajes que aseguran que la inteligencia artificial trae bajo el brazo una edad oscura para los programadores, algunos se empeñan en recalcar que todo esto no es más que un cuento asustaviejas; que la IA aún está muy lejos de igualar lo que puede llegar a ofrecer un ingeniero informático hoy en día, y que elevar el discurso más de la cuenta sólo puede provocar que empresarios con una perspectiva tecnológica limitada se lancen de cabeza hacia un futuro que, en realidad, no existe. Un futuro que, si no se menciona, es menos probable que termine existiendo el día de mañana.

El cuento asustaviejas del gran desplazamiento

Los mensajes de reducción de plantilla no vienen sólo de “empresaurios” promedio buscando una nueva forma de abaratar costes, sino también de compañías como Microsoft y sus 7.000 despidos, Meta, Anthropic o -de forma aún más paradójica- OpenAI; marcando un camino al que es difícil que el resto no se quiera asomar pese a no entender del todo ni los riesgos ni los beneficios que supone. “Con el tiempo llegará un punto en el que gran parte del código de nuestras aplicaciones”, decía Mark Zuckerberg sin demasiados pelos en la lengua, “la IA que generaremos, en realidad estará desarrollada por ingenieros IA en vez de por ingenieros persona”.

Aunque es evidente que gran parte de los despidos que hemos ido viendo durante los últimos años abrazan a esa revolución como excusa, tampoco pueden usarse eternamente como palo ardiendo para justificar que la cuenta de resultados anuales cuadre mejor. Cuando empiezan a llegar voces de programadores afirmando que el gran desplazamiento ya ha comenzado, tal vez va siendo hora de recordar aquel refrán sobre las barbas del vecino.

Alejado del discurso político sobre “el gran reemplazo” -esto es otra cosa con bastante más lógica y menos dosis de clasismo-, el llamado gran desplazamiento se ha viralizado durante los últimos meses entre los círculos que sí ven sus puestos en peligro o han empezado a sufrir el cambio. Sirve para hablar de cómo la tecnología, con esos agentes virtuales que monopolizan la conversación desde hace tiempo, ha empezado a apropiarse de los puestos de trabajo en un mercado laboral que hasta hace poco parecía intocable.

La imagen del programador como mercenario, saltando de una empresa a otra en busca de mejores condiciones y sueldos, y de empresas que le bailaban el agua al estilo Google, con oficinas llenas de toboganes y beneficios llamativos para atraer talento y retenerlo en el tiempo, ha empezado a desmoronarse como un castillo de naipes durante los dos últimos años.

Tal y como recogía Shawn K en su mensaje publicado en Substack que ahora se ha hecho viral, como ingeniero informático se encontraba hasta hace poco en una media de 150.000 dólares anuales. El equivalente a algo más de 11.000 euros al mes era una cifra que no sólo le permitía vivir de forma holgada, sino también enfrentar despidos con la seguridad de encontrar pronto un nuevo trabajo. Otro gran beneficio de su puesto que ha desaparecido recientemente.

Las barbas del vecino de la programación

Tras ser reemplazado por un agente virtual, Shawn K reconoce haberlo perdido todo y llevar varios meses picando a las puertas del mundo tecnológico, sin encontrar ni un solo puesto: “Ahora vivo en una caravana porque algo ha cambiado en la sociedad durante los últimos 2 años y medio. Algo que ha provocado que tanto yo como una gran porción de equipos de desarrollo talentosos fuésemos despedidos cuando nuestra empresa matriz estaba funcionando muy bien. Algo que he sabido que pasaría desde que empecé a estudiar el tema alrededor de 2005. Algo que hace que dar a conocer mi currículum sea como empujar la roca de Sísifo. Algo que ha deformado un proceso de entrevistas que ya estaba roto en un campo minado capaz de provocar estrés postraumático. Algo que ahora, todavía en pañales, ya está afectando prácticamente todos los aspectos de nuestras vidas (te des cuenta o no): la inteligencia artificial”.

Como en todos esos cuentos asustaviejas, cabe la posibilidad de que Shawn K no fuera el mejor programador de mundo. Que más allá de sus muchos contactos de LinkedIn haya una razón especial para que no encuentre trabajo. No es el caso en absoluto. La realidad es que tras dos décadas de experiencia y un máster en ciencia computacional, 800 intentos de conseguir trabajo han derivado en apenas 10 entrevistas. Algunas de ellas precisamente frente a agentes virtuales que marcaban su destino una vez más.

Para cada oferta de trabajo se enfrenta, además de la IA, a toda una legión de ingenieros y programadores que han visto cómo su trabajo desaparecía de la noche a la mañana. 152.922 en todo 2024, en concreto. 59.413 despidos en lo que llevamos de 2025 al momento de escribir estas líneas.

El problema es que no parece que vaya a ir a mejor. Menos aún cuando Dario Amodei, CEO de Anthropic, aseguraba que para el próximo septiembre la IA escribirá el 90% de su código: “En 12 meses, podríamos estar en un mundo en el que la IA escribe esencialmente todo el código”. Sea cierto el discurso o no, hay jefes escuchando que empiezan a creérselo.

Por mucho que queramos ignorar las palabras de Zuckerberg, Bill Gates y compañía, todas ellas apuestan públicamente por un futuro dominado por agentes virtuales en el que, habiendo empezado ya a reemplazar los programadores junior, pronto serán capaces de generar ideas, convertirlas en código y testearlas por sí mismos. Todo ello con una precisión comparable a la de un programador sénior, y con la eficiencia suficiente como para hacer en unas horas lo que antes llevaba años.

“Después de 6 meses de esto, solicitaba cualquier cosa. Desarrollador de temas de WordPress, un trabajo que podría haber hecho en 2008, ofreciendo menos de la mitad del salario que valgo. Apliqué de todos modos. Nada”. Cuenta Shawn K en su blog. “Incluso toqué fondo: me abrí a la idea del trabajo de desarrollo in situ, que es una línea roja absoluta para mí. Apliqué a un puesto de desarrollador in situ en mi universidad local para el que estaba muy sobrecalificado, ofreciendo un salario inferior al que ganaba en 2009, un puesto que habían tenido en la lista durante meses, y obtuve un “no, gracias”. Los únicos otros puestos regionales locales que estoy encontrando fácilmente son el de transportista, el almacén de Amazon o el cajero de Dollar General por 18 dólares la hora. ¿Es esta mi realidad?”

En la crisis de 2005, hubo quienes se hicieron de oro apostando en corto a que el mercado inmobiliario y los bancos iban a colapsar mientras el resto del mundo miraba hacia otro lado -la película La Gran Apuesta en Disney+ es una buena forma de acercarse a aquella historia si no la conocías-. Si algo nos han enseñado industrias como la del videojuego o la tecnología en estos dos últimos años de la mano de sus incontables despidos es que, en esta ocasión, serán aún menos los que puedan decir que no lo vieron venir.

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