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En el corazón del desierto del Sáhara, una vasta mancha negra interrumpe la monotonía dorada del paisaje. Visible incluso desde el espacio, esta formación ha desconcertado a científicos y observadores durante años. Lejos de ser un cráter o una sombra, se trata del macizo de Haruj, un extenso campo volcánico que revela secretos del pasado geológico de la Tierra.
Ubicado en Libia, el macizo de Haruj abarca aproximadamente 44 mil kilómetros cuadrados, una extensión comparable a la de Aragón, España. Su superficie está cubierta por lava solidificada, producto de erupciones volcánicas que ocurrieron hace millones de años. Esta lava, de tonalidad oscura, contrasta marcadamente con la arena clara del desierto, creando una imagen que desde el espacio parece una gigantesca mancha negra en medio del Sahara.
Lo que distingue a Haruj de otros campos volcánicos es su origen. Mientras que muchos volcanes se forman en los bordes de las placas tectónicas, Haruj surgió de una pluma del manto, es decir, de una columna de roca fundida que ascendió desde las profundidades de la Tierra sin necesidad de fracturas superficiales. Este fenómeno proporciona a los geólogos una oportunidad única para estudiar procesos internos del planeta que rara vez son accesibles.
La superficie de Haruj no es uniforme. Está salpicada por más de 150 conos volcánicos y elevaciones que alcanzan hasta mil 200 metros de altitud. Algunos de estos volcanes tienen formas clásicas, mientras que otros presentan la silueta característica de los volcanes en escudo. Aunque las formaciones más antiguas datan de hace unos seis millones de años, algunas son mucho más recientes.
Desde el espacio, el efecto visual de Haruj es aún más impresionante. La lava negra absorbe la luz solar, mientras que la arena atrapada en las fisuras refleja la luz, creando destellos dorados que acentúan el contraste. Esta combinación de colores y texturas da la impresión de una anomalía geológica, una especie de “agujero negro” terrestre.
A pesar de su apariencia inquietante, Haruj no representa una amenaza inmediata. No hay evidencia de actividad volcánica reciente ni de emisiones que indiquen una erupción inminente. Sin embargo, el hecho de que algunos de sus conos estén considerados “dormidos” y no extintos sugiere que es necesario mantener una vigilancia continua.
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