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La Jornada: ¿La fiesta en paz?


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▲ Alejandro Talavante durante la quinta corrida en la temporada de reapertura 2024 en la Monumental.Foto Cuartoscuro

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ice un viejo dicho que alabanza en boca propia es vituperio y, aunque los tiempos han cambiado, el dicho conserva vigencia pues cuando alguien se ostenta como poseedor de determinadas cualidades sólo falta que las compruebe mediante el testimonio cotidiano, no ocasional, de su desempeño.

La fiesta brava y lo que aún queda de ella, no por los animalistas, antis, legisladores, verdes y otras especies, sino por la autocomplacencia, soberbia y el descuido de taurinos, autoridades y aficionados, ofrece una rica variedad de personajes satisfechos, independientemente de sus pobres resultados.

En países latinoamericanos, el grueso de la crítica especializada sólo ha hecho lo de siempre: alabar a los del poder taurino, por errados y acomplejados que sean sus criterios, así como justificar su mediocre gestión. El tiro les ha salido por la culata ante la pérdida de posicionamiento de la fiesta de toros entre medios y anunciantes, no se diga ante autoridades protectoras de mascotas.

En Europa tenemos el caso del francés Bernard Domb, mejor conocido en el medio taurino como Simón Casas, que a lo largo de 77 años de vida ha sabido ser apoderado, ganadero, fugaz matador (a los 27 años tomó la alternativa para renunciar a ésta al día siguiente), escritor y empresario, aunque él prefiere autonombrarse productor artístico, luego de comprobar, en un momento de inspiración, que era más, mucho más que un empresario eficaz.

A Casas pronto lo ubicó larealidad de un sistema tan viciado como plagado de intereses extrataurinos que, si algún día pensó enfrentarlo, pronto desistió ante una disyuntiva falsa: laruta del dinero o la de la producción artística, sin saber compaginar ambas, que, siendo complementarias, demandan sensibilidad y firme propósito de romper inercias y modificar esquemas.

Simón optó por llevar la fiesta en paz o dar pan con lo mismo, sin animarse a imponer criterios novedosos en favor de la fiesta en España, por lo que se ha dedicado a aprovechar a figuras consagradas y algunos toreros con potencial, no a descubrir y promover a jóvenes injustamente postergados. Así, la fiesta acusa una falta tremenda de toreros con sello, pero ha de ser la época y no la corta visión de los neoempresarios.

Joselito Adame, por su parte, en un momento dado de su carrera decidió autonombrarse, aquí, la primera figura de México, secundada tamaña aseveración por los dueños de la fiesta y por la crítica especializada, no así por la afición y el grueso del público, que no se sintieron suficientemente atraídos por el hidrocálido.

¿A qué atribuir esta doble frustración del sistema y del autonombrado? A varios factores, entre otros: a las primeras figuras suele hacerlas el público, antes que el empresariado y la crítica. ¿Y por qué las hace primeras figuras? Principalmente por el sello y el celo que acuse determinado torero y con los cuales refleje, enorgullezca o enfade a esos públicos. Interesa a unos y a otros.

Este Joselito mostró el celo y la regularidad suficientes para triunfar en ruedos de varios países, no así el suficiente sello o peculiaridades que lo distinguieran del resto de los matadores, por lo que los dueños del negocio y sus voceros se apresuraron a designarlo como la nueva primera figura de México, como antes lo habían hecho con Eulalio López Zotoluco, sin que ninguno de los dos consiguiera hacerse realmente de los públicos y menos desatar apasionamientos. En su comparecencia del pasado miércoles en la Plaza de Las Ventas, en un modesto cartel diseñado por el autonombrado productor artístico Casas, este Adame se vio sin olor, sabor ni pundonor, en notable contraste con sus paisanos Fonseca y San Román.



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