Por varios minutos el sonido de las cadenas chocando con el suelo iba y venía cada cierto tiempo. Poco antes de las 10 de la mañana los abogados Frank Pérez y Eduardo Balarezo habían entrado a la zona de celdas detrás de la Sala de la Corte 2, asignada al juez Trevor McFadden. Los litigantes, especialistas en temas de crimen organizado y narcotraficantes estaban ahí por un solo hombre: Miguel Ángel Treviño Morales, El Z-40.
El mexicano, originario de Nuevo Laredo, Tamaulipas, lucía bastante optimista. Saludó de mano uno a uno a todos los miembros de su defensa, sentados en una mesa al frente y a la izquierda del estrado del juez McFadden.
Lucía un mono azul de manga corta y playera blanca, además de unos lentes de aumento que casi toto el tiempo traía en la cabeza. Los tatuajes en el brazo y la mirada fija que de vez en cuando lanzaba al público en la corte no dejaban lugar a duda: era El Z-40, uno de los herederos del imperio criminal de Heriberto Lazcano, reconocido por su violencia y brutalidad contra rivales y autoridades mexicanas.
A diferencia del día que lo presentaron ante medios tras su arresto en México, en 2013, ahora El Z-40 tiene el cabello corto, casi a rapa, y una barba apenas creciente. Pero la mirada es la misma. Serio, apenas gesticulando y con el ceño semifruncido.
Uno de los miembros del equipo paralegal de Eduardo Balarezo saludó a otra de sus colegas en el público. “Jamás había tenido un caso como este en mi vida”, comentaba a su compañera mientras revisaba la acusación de 18 páginas en contra del acusado. “Y aún tiene otra acusación en Texas, increíble”, remató.
La sala, por otro lado, tenía una inusual asistencia. Además de los 6 abogados principales que se sentaron a la mesa con los acusados, estaban los 3 fiscales, el juez, su secretaria, otra asistente, dos traductoras, una decena de hombres y mujeres que asistieron como paralegales o estudiantes de derecho y otra decena de agentes del Servicio de Marshals de los Estados Unidos.
Los Marshals lucían especialmente alterados. Entraban y salían de la corte, intercambiaban algunas palabras y cambiaban de puesto. Tres afuera, tres dentro de la corte y otros más dentro de las celdas de los detenidos.
Cada 5 o 10 minutos uno de ellos se asomaba desde el cuarto de celdas para preguntar si el juez ya había llegado. Ese día, 11 de junio, Mcfadden había sufrido un pequeño retraso y llegó pasadas las 10:30 de la mañana.
El primer asunto del día era una acusación contra un hombre que intentaba alegar una enfermedad mental para evitar los cargos en su contra. Cuando sus abogados y los fiscales llegaron al caso contra el joven, llamado Jason, se sorprendieron por la cantidad de abogados y personas en la corte.
“¿Qué está pasando aquí?”, preguntó uno de los fiscales cuando entró.
La audiencia de Jason no duró más de 10 minutos. Y después, en punto de las 10:44 de la mañana, la secretaria del juez McFadden habló. “¿Están todos listos?, ¿gobierno, abogados? Llamamos al caso Estados Unidos de América contra Cárdenas et al”.
De inmediato, Balarezo, Pérez, Clark Birdsall, Alfred Guillaume y Manuel Retureta entraron a la sala. Sus clientes estaban también entrando, escoltados por un par de Marsals, y encadenados de los pies.
Pero solo había dos de ellos, Miguel Ángel, El Z-40, y Alfredo Rangel Buendía, El Chicles, antiguo jefe de plaza de Los Zetas en Miguel Alemán, Tamaulipas, uno de los centros de operación más importantes de la célula criminal que fue fundada como brazo armado del Cártel del Golfo.
Por ningún lado aparecía Omar Treviño Morales, El-Z42 y hermano de Miguel Ángel.
“Hubo un problema con la recalendarización de la audiencia”, explicó Clark Birdsall, quien representa a Omar. “Si no tiene inconveniente, creo que podemos proseguir sin la presencia del señor Treviño”, concluyó.
Ese día, el fiscal de la Sección de Narcóticos y Drogas Peligrosas del Departamento de Justicia (DOJ), Kirk Handrich, habría de revelar que como parte de la primera entrega de evidencia que se tiene en contra de los hermanos, se tenían 4.9 millones de archivos, entre interceptaciones de comunicaciones y llamadas, sumarios y demás documentos. Y que había más por llegar.
Además, Handrich confirmó que el interés de la fiscalía por perseguir la pena de muerte contra los Treviño.
Por otro lado, Birdsall, quien representa a Omar Treviño pero trabaja en equipo con los abogados de su hermano, acusó que hasta ese momento no habían tenido acceso a información suficiente para comenzar a construir la defensa de sus clientes.
“La acusación es muy vaga. Ni si quiera aparecen algunos nombres”, argumentó Birdsall.
Durante todo el tiempo, hasta cuando el fiscal hablaba sobre una posible pena capital, El Z-40 se mantenía tranquilo. Ni un gesto de preocupación, ni siquiera cuando el juez McFadden recomendó a Eduardo Balarezo, quien ahora encabezará la defensa de Miguel Ángel Treviño Morales, que dejara la representación de su cliente en tanto se resolvía un potencial conflicto de interés porque también era abogado de Gilberto Barragán Balderas, alias El Tocayo, otro operador del Cártel del Golfo mencionado en la acusación del ex líder Zeta.
“¿Es eso una orden de la corte?”, replicó Eduardo Balarezo.
“No, solo es lo que siento que es lo correcto (…) es solo que creo que hay una solución fácil que lo podría tener de vuelta con su cliente en algunos meses”, contestó el juez McFadden.
Balarezo seguirá al frente de la defensa del Z-40, mientras la fiscalía buscará demostrar el conflicto de interés. Pero es que a Eduardo Balarezo, quien fue abogado de Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, no tiene ningún interés en dejar de representar a Miguel Ángel Treviño Morales.
El Z-40 lo contrató como abogado particular, con una paga de miles, o millones de dólares por el minucioso trabajo que deberá hacer para revisar el cúmulo de evidencia que hay contra su cliente. Por otro lado, a Barragán Balderas lo representa como abogado de oficio, es decir, prácticamente sin paga.
Cuando la sesión concluyó, y se estableció que el próximo 14 de octubre se realice la próxima comparecencia, Miguel Ángel Treviño se despidió de todos los abogados y los Marshals se lo llevaron a su celda. Ni sus abogados ni la fiscalía hicieron comentario alguno. El caso, además de involucrar tráfico de drogas, lavado de dinero y crimen organizado, gira en torno a dos de las personas más violentas que ha visto México.
Los métodos de tortura de los Treviño durante su reinado al frente de Los Zetas hicieron eco en todo el país, y el mundo probablemente. Ejecutaban a tiros a personas, las secuestraban, las desaparecían en incluso disolvían sus cuerpos con químicos. A veces, bajo órdenes de los Treviño, otras veces, por su propia mano.
Miguel Ángel Treviño Morales, El Z-40, como amo y señor de las operaciones de Los Zetas, dedicados al tráfico de cocina y mariguana, extorsión y cobro de piso en estados como Tamaulipas, Coahuila, Zacatecas, San Luis Potosí y Veracruz, y Omar, El Z-42, como lugarteniente de su hermano Miguel Ángel en Coahuila.
LG
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