
▲ Morante de la Puebla o el clavo ardiendo de una industria taurina que sólo ha sabido clonar toreros, no promover estilos diferentes que compitan y apasionen.Foto Plaza 1
M
orante, redefiniendo la historia, titula Mónica Bay un texto reciente que dice: “Un niño lanza gritos desgarradores afuera de la plaza, esperando a su nuevo héroe: ¡José Antonio… Morante de la Puebla… José Antonio… Morante de la Puebla! Ese niño jamás olvidará esta tarde. Ya no será el mismo ni volverá a jugar al videojuego con el entusiasmo de antes, porque fue tocado por el hechizo, por el duende y el misterio. Este niño se va a la cama con el corazón desbocado. Tarda en dormir. Le cuesta entender qué pasó. Pero tiene toda la vida para contarlo a sus hijos, nietos, amigos y se emocionará, como ese mismo día y no sabrá cómo explicarlo.
“Y los jóvenes, que creían saberlo todo, incrédulos lloran y se abrazan y gritan y lo siguen, y quieren tocarlo, y lo tocan, como a un santo, como a un Dios, y quieren llevarse un cachito, poseer la reliquia, y cierran calles y paralizan una ciudad… y entonces el mundo también se paraliza. Y Morante, que sonríe discretamente en las vueltas al ruedo y en su salida a hombros, con expresión escéptica, casi disculpándose por la apoteosis, porque él torea para sí mismo, como si estuviera la plaza vacía. Declarándose inocente ante su propio enigma.
“Él, que tan solo se ha sentido, está solo otra vez, solo con sus toros, los de la plaza y solo con sus toros… los de la mente. Mirando hacia adentro, con la quijada, con su cuerpo y con su alma. Mientras, los que atestiguan la liturgia, lo sienten y lo acompañan, lo mecen entre gritos, lo abrazan desde su llanto y lo nombran Dios, en ese dogma tan nuevo y tan añejo. Que si Madrid, que si así no era, que si una oreja, que si dos, que si tres, que ninguna… hay cosas que son, porque tienen que ser, más allá de rigores técnicos, reglamentos y cánones. Hay cosas que no se cuestionan, que se sienten y triste vida quien no las sienta. Y a la mañana siguiente el sol brilla con luz renovada, y todos, resaca a cuestas, hablan de un solo hombre, como si sólo existiera ese hombre sobre la faz de la tierra”, remata Mónica Bay.
El sufijo itis significa inflamación, que es alteración al encender, prender o abrasar, por lo que el neologismo morantitis puede definirse como la alteración emocional que provoca en las masas la tauromaquia del diestro sevillano Morante de la Puebla (45 años de edad, 27 de alternativa), aquejado hace décadas por un trastorno de personalidad y bipolaridad que lo ha hecho interrumpir su actividad profesional en dos ocasiones.
Dolencias siquiátricas aparte, el hombre posee un don: estar tocado por los duendes del toreo, que es mucho más que personalidad, sello o técnica sino la capacidad de tocar las telillas del corazón
, como decía Cervantes, ese algo que, sustentado en el sentimiento, lo rebasa para convertirse en hechizo, en milagro tan indescriptible como fugaz. Nadie se parece a él porque su don es único e inimitable, más en estos tiempos de vulgaridad extendida.
Las apoteosis emergentes (rabo en la Maestranza en 2023 y puerta grande en Las Ventas el pasado 8 de junio) sólo han confirmado que la elocuente expresión morantiana de interioridad es lo que trastorna a públicos y aficionados, pero además constituye el clavo ardiendo o último exponente de una fiesta ya sin personalidades diferentes. Cuando se retire, el problema se va a agudizar porque no es sólo falta de visión empresarial ,sino excesos de una época en la que priva la clonación o reproducción en serie de lo que se suponía diversidad expresiva. Los diestros presentes y futuros, con excepción de Fortes, torean prácticamente igual, sin saber tocar esas las telillas del corazón
. Y los que saben son relegados.
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