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La Jornada: Primavera de 2025


E

n la primavera de 2006 cerca de 3 millones de personas salieron a las calles a marchar, exigiendo la derogación de la ley Sensenbrenner (HR 4437), aprobada en la casa de representantes y que penalizaba a los migrantes indocumentados y a aquellos que les ofrecieran ayuda y apoyo.

Fueron manifestaciones multitudinarias, con apoyo de sindicatos, iglesias de diferentes denominaciones, universitarios, abogados, escuelas y preparatorias, y obviamente migrantes y sus familiares. Si bien las marchas sobrepasaron con mucho los límites permitidos, no hubo ningún vidrio roto, ningún coche quemado. La ley no prosperó en el Senado, pero dio pie a varias propuestas de reformas migratorias y todas ellas se quedaron en el tintero.

Han sido varios los intentos de eliminar la migración indocumentada. Ahora Trump y sus secuaces están decididos a deportar de manera masiva a los indocumentados, pero hasta el momento los arrestos han avanzado de manera lenta y peor aún las deportaciones. La gente se defiende, se esconde, algunos se suben a lo más alto del techo donde trabajaban, otros a los árboles y muchos simplemente corren y escapan.

Muchos migrantes que estaban en proceso de tramitar su regularización caen en la trampa de ir a las oficinas y allí los atrapan; si no se presentan, caen en desacato; si van, se arriesgan a ser deportados. El miedo ha cundido en la población de origen migrante, incluso a los residentes y naturalizados se les recomienda no salir del país, nadie sabe qué puede pasar al regreso. También hay denuncias de un vecino, familiar, enemigo o competidor y, en estos casos, la orden se aplica de manera implacable.

En un barrio de San Diego la migra entró a capturar a migrantes que trabajaban en un restaurante italiano y fueron increpados por parte del personal e incluso los vecinos. La norma de exigir la documentación en la calle tampoco ha funcionado, muchos ciudadanos se plantan y no presentan sus documentos alegando que es inconstitucional. Muchas policías locales se oponen a las redadas y no colaboran con la migra. Las redes sociales sirven para alertar de la llegada de la migra y evitarla.

Pero en California, especialmente en Los Ángeles, San Francisco y otras ciudades, los ánimos se han caldeado y la gente protesta, especialmente los migrantes de segunda y tercera generación que son ciudadanos y tienen parientes indocumentados. Ya se acabó aquello de que primero se iba a deportar a los que tuvieran un récord criminal, ahora se busca a los trabajadores en su centro de trabajo, en la construcción, los restaurantes, los hoteles. No hay ningún tipo de consideración.

Las medidas que se han implementado, como exigir el registro de todos los migrantes indocumentados, bajo pena de multa, no han funcionado; tampoco se obedecen las órdenes de deportación ya emitidas, nadie cree en la promesa de que se daría mil dólares a los que se autodeporten.

Las manifestaciones de protesta en Los Ángeles y otras ciudades han sido un buen pretexto para pasar a la acción y la represión de los migrantes, también para someter a las autoridades de este bastión demócrata que siempre ha apoyado a los migrantes y que muchas veces ha actuado como santuario.

Desde aquellas marchas de 2006, son más de 20 años de espera, de angustia, de trabajo continuo, de esfuerzo por integrarse, por construir comunidad. El 75 por ciento de los migrantes indocumentados tiene más 15 años viviendo y trabajando en Estados Unidos, esperando una solución a su caso, después de haber protestado y demandado públicamente.

La de 2006 fue una tormenta perfecta que agarró desprevenida a los políticos, la policía y los opositores de cualquier tipo de reforma migratoria que fuera considerada como una amnistía. No se iba a repetir el error de 20 años atrás, la regularización de 1986, que les dio papeles a 3.3 millones de migrantes indocumentados.

Los Dream ers, la propuesta de ley que solicitaba la regularización de los jóvenes que habían sido escolarizados, viene de esa época, el movimiento de jóvenes que emergieron y tomaron conciencia en esas marchas todavía sigue esperando, y desesperando.

Las recientes protestas pacíficas, pero también desesperadas, responden a décadas de frustración, desaliento, incredulidad. Pareciera que, en el otro lado, también había frustración, pero faltaba la oportunidad para reprimir y, finalmente, trastocar la realidad y considerar a 12 millones de migrantes como criminales. No sólo eso, ahora son enemigos extranjeros, invasores.

Sólo hay una salida y ya se ve la luz al final del túnel. Que se reconozca que son trabajadores indispensables. La vieja y manida huelga, en este caso de brazos caídos, va dando resultados. Que no sea por miedo, sino por ganas de luchar, de reivindicar un derecho al trabajo, a vivir en paz, no en la clandestinidad.

Trump ha empezado a recular y a detener las redadas en restaurantes, hoteles y campos agrícolas.



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