El lunes todo se apagó en la península ibérica. Nos dimos cuenta de forma gradual y al mismo tiempo rápida. No era la primera vez que se iba la luz en casa. Que se fuese en todo el edificio ya fue más raro. Ver a todos los vecinos de la calle salir al balcón a ver qué ocurría resultó definitivo. Todo se paró. Hasta los relojes tuvieron reparos en seguir contando segundos. Quietud absoluta y, al mismo tiempo, cierta inquietud. ¿Qué ha ocurrido? Una primera constatación: no sabemos vivir sin electricidad.
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