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descubren que las hormigas vencen a los humanos en un reto de inteligencia colectiva, demostrando que cooperan mucho mejor que nosotros… incluso sin poder comunicarse


Durante siglos, hemos considerado a los humanos como la cúspide de la inteligencia en la Tierra. Sin embargo, un nuevo experimento desafía esta idea con una provocadora conclusión: cuando se trata de resolver problemas complejos en grupo, y especialmente cuando se elimina la posibilidad de comunicarse, las hormigas pueden superar a los humanos. Sí, has leído bien.

Un equipo del Instituto Weizmann de Ciencias, liderado por la física Tabea Dreyer, ha llevado a cabo un experimento inédito que enfrenta a grupos de humanos y colonias de hormigas Paratrechina longicornis en un desafío geométrico conocido como el “puzzle del piano” (piano movers puzzle), un problema clásico en la teoría de movimiento y robótica. Los resultados, publicados en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), revelan una verdad tan curiosa como incómoda: en ciertas condiciones, los humanos en grupo pueden ser menos eficaces que insectos con cerebros del tamaño de una mota de polvo.

El reto: una pieza en forma de T, un laberinto y ningún mapa

La prueba era sencilla en apariencia pero exigente en ejecución. Tanto las hormigas como los humanos debían trasladar una pieza en forma de T desde una cámara inicial hasta una salida, atravesando un laberinto dividido en tres estancias conectadas por estrechos pasillos. La complejidad residía en las maniobras necesarias para rotar y orientar la carga correctamente en cada fase del recorrido.

Para que la comparación fuera justa, se diseñaron versiones a escala adaptadas al tamaño corporal de cada especie. Los humanos participaron de forma voluntaria, mientras que las hormigas fueron atraídas al reto creyendo que transportaban una fuente de alimento hacia su nido.

En el caso humano, se contemplaron tres formatos: una persona sola, un pequeño grupo (de 6 a 9 personas) y un gran grupo (hasta 26 participantes). Las hormigas fueron evaluadas como individuos, en pequeños grupos (alrededor de 7) y en grandes formaciones (hasta 80). Pero aquí viene el giro: en algunas pruebas, a los humanos se les prohibió comunicarse. Nada de palabras, gestos, ni siquiera miradas: debían actuar como las hormigas, basándose únicamente en la fuerza que sentían a través del objeto compartido.

Hormigas y humanos se enfrentan para mover una pieza en forma de T a través de un laberinto desafiante
Hormigas y humanos se enfrentan para mover una pieza en forma de T a través de un laberinto desafiante. Foto: Instituto Weizmann de Ciencias/Christian Pérez

El inesperado dominio del enjambre

Los resultados dejaron a más de uno con la boca abierta. Cuando se evaluó a individuos, los humanos superaron sin dificultad a las hormigas. Usaron la lógica, la visión espacial y la memoria para trazar estrategias que les permitieron resolver el problema con eficiencia.

Sin embargo, cuando se trataba de resolver el reto en grupo —especialmente en ausencia de comunicación— las tornas cambiaron. Las hormigas no solo mejoraron su rendimiento en grupo, sino que, en muchas ocasiones, superaron con claridad a los grupos humanos. ¿Cómo es posible que insectos sin capacidad de razonamiento abstracto ni lenguaje verbal resuelvan mejor un problema que un conjunto de personas?

La clave, según la nota de prensa del Instituto Weizmann, está en el comportamiento emergente. Las hormigas, cuando cooperan, generan una especie de “memoria colectiva” que les permite mantener una dirección de avance y evitar errores ya cometidos. Esta inteligencia emergente, fruto de la interacción constante entre individuos, es más que la suma de sus partes. Es un ejemplo puro de coordinación sin jerarquías, sin liderazgo, y sin necesidad de razonar.

Humanos “atrapados” en su propia complejidad

En contraste, los humanos se vieron atrapados en su propia sofisticación. La imposibilidad de comunicarse les llevó a caer en estrategias cortoplacistas: empujar la pieza en la dirección más evidente, aunque no fuera la más eficaz. Este comportamiento, que los investigadores describen como “codicia geométrica”, impidió que muchos grupos humanos encontraran la solución óptima.

Sin la posibilidad de debatir o compartir ideas, el grupo humano tendía a buscar un consenso rápido, sacrificando la calidad del razonamiento. Lo que debía ser un ejercicio de cooperación se convirtió en una acumulación de esfuerzos individuales mal sincronizados.

Lo más paradójico es que, aunque las personas tienen una comprensión global del espacio, su incapacidad para sincronizarse bajo restricciones convirtió esa ventaja cognitiva en una debilidad operativa. Las hormigas, sin mapas mentales ni estrategias conscientes, simplemente siguieron una regla simple: persistencia. Avanzar, chocar, deslizarse por las paredes, persistir. Así lograron avanzar y, en muchos casos, completar el recorrido.

Esquema del reto: así resolvieron humanos y hormigas el complejo puzzle geométrico de una pieza en forma de T a través de un laberinto
Esquema del reto: así resolvieron humanos y hormigas el complejo puzzle geométrico de una pieza en forma de T a través de un laberinto. Fuente:

El superorganismo y la ilusión del “sabio colectivo”

El estudio pone en cuestión una idea muy extendida en la era digital: la sabiduría del grupo. Aunque se suele defender que “muchas cabezas piensan mejor que una”, lo cierto es que sin coordinación efectiva, los grupos humanos pueden ser menos eficaces que un solo individuo. La comparación con las hormigas revela que no es la cantidad de cerebros lo que marca la diferencia, sino la calidad de la cooperación.

Las colonias de Paratrechina longicornis funcionan de tal manera que todas las hormigas son hermanas, comparten los mismos intereses y su sociedad está diseñada evolutivamente para maximizar la cooperación. No hay “egos”, no hay lucha por el protagonismo. Solo acción colectiva.

En los humanos, por el contrario, la cooperación está mediada por una compleja red de emociones, expectativas, sesgos cognitivos y reglas sociales. En contextos donde se elimina la posibilidad de comunicación, esa red se convierte en un obstáculo.

Implicaciones más allá del experimento

Más allá del asombro, este experimento ofrece valiosas lecciones sobre la naturaleza de la cooperación. Nos obliga a replantear cómo diseñamos equipos de trabajo, cómo gestionamos la comunicación en entornos colaborativos y qué podemos aprender de la biología para mejorar la eficiencia colectiva.

También pone en valor el estudio de las llamadas “inteligencias simples” de la naturaleza. Lo que en un insecto puede parecer una conducta limitada, al ser amplificada por la cooperación, puede convertirse en una fuerza formidable. La biología lleva millones de años experimentando con modelos de organización que, en algunos aspectos, siguen superando nuestras tecnologías y estructuras sociales.

Referencias

  • T. Dreyer, A. Haluts, A. Korman, N. Gov, E. Fonio, & O. Feinerman, Comparing cooperative geometric puzzle solving in ants versus humans, Proc. Natl. Acad. Sci. U.S.A. 122 (1) e2414274121, doi:10.1073/pnas.2414274121 (2025).



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