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Documental rememora la historia del bar Tutti Frutti


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▲ Brisa Vázquez, cofundadora del Tutti Frutti, atendiendo la barra.Foto cortesía de la producción

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▲ Asiduos al bar punk en el norte de la CDMX.Foto cortesía de la producción

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▲ Unos jóvenes integrantes de la banda Caifanes.Foto cortesía de la producción

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▲ Baile slam.Foto cortesía de la producción

Juan José Olivares

 

Periódico La Jornada
Martes 20 de mayo de 2025, p. 7

En sus volantes para invitar a las tocadas de bandas de rock o sólo para beber escuchando música de un diyéi europeo emigrado a México con discos difíciles de conseguir, el bar Tutti Frutti incluso ponía un croquis y la dirección exacta: avenida Instituto Politécnico 5130, en el norte de la CDMX, en la Gustavo A. Madero.

Pero el número daba a un restaurante llamado Apache 14, de parrilladas, muy iluminado pero en una avenida oscura circundada por una estación de camiones, una zona industrial y una colonia habitacional, cerca del CCH Vallejo.

No obstante, los que sabían, se adentraban a la parte posterior del inmueble que daba a un estacionamiento y a una sala que, por las noches, se convertía en el “único lugar underground”, como decían esos flyers promocionales. El bar, que funcionó de 1985 a 1992, se convirtió en la cuna de la cultura subterránea musical en México.

En el Tutti se gestaron los sonidos que consolidarían la escena del rock nacional. Fue de los primeros proscenios para bandas como Caifanes, Santa Sabina, Café Tacvba o La Maldita Vecindad, que en esos tiempos se presentaron allí sin tener siquiera un primer disco. Pero también donde se presenciaron conciertos memorables de punk con bandas como Atoxxico y Masacre 68, o de psycho garage con los neoyorquinos de The Ultra Five. Era el santuario secreto de una cofradía de jóvenes humanos raros que crecieron descubriendo música imposible de conseguir.

En el espacio convivieron gente de colegios de paga del sur de la urbe que les gustaba la onda rara, así como punks verdaderos de colonias como la San Felipe de Jesús o Aragón. Allanaría el camino de otros sitios como Rockotitlán, LUCC o el foro Alicia.

Ahora es motivo de un documental que da cuenta de ese laboratorio alternativo, versión chilanga del bar CBGB de los 70, en Nueva York, donde emergió el punk estadunidense.

Tutti Frutti: El templo del underground, dirigido por Laura Ponte y Alex Albert, se estrena el viernes en la Cineteca Nacional (Xoco y Centro de las Artes) y días después en salas de la UNAM, Cineteca Nuevo León, La Casa del Cine, Cine Tonalá, Film Club Café y otras salas más.

Indagadores de tesoros

Al Tutti se llegaba sólo por el boca a boca o por los flyers que recibían los chavos con apariencia diferente: tatuados, con piercings o ataviados de negro, que no se veían mucho en la calle. No había otro lugar donde se escuchara la música que se ponía en el Tutti. Bueno, ni siquiera había un café chido en la ciudad. El que llegaba era porque realmente estaba buscando algo diferente. Éramos como indagadores de tesoros, investigadores. Fue un antes y un después, confiesa a La Jornada Brisa Vázquez, una de las fundadoras del lugar.

Charla con este medio por el estreno de la cinta, en la que se escuchan, entre otros, las voces de Rubén Albarrán, Pacho Paredes, Poncho Figueroa, Nacho Desorden, Uili Damage, Ganzo Punk, así como del otro fundador, Danny Yerna, diyéi y artista del piercing llamado Wakantanka, que trascendió físicamente hace unos días.

Brisa y Danny, de 19 y 21 años, respectivamente, se conocieron en España, donde comenzó su relación. Eran unos fanáticos de la cultura punk. Vinieron a México invitados por el hermano de ella, quien le propuso regresar de un viaje largo para abrir un bar en la parte trasera del restaurante de sus papás: el mencionado Apache 14, propiedad de Carmela y Rafael, famoso dueto de cantantes mexicano de boleros.

Acondicionó el lugar, compró música y le dijo que se viniera, aunque fuese con el chico tatuado que había conocido. Sus papás, con mentalidad abierta –recuerda Brisa–, aceptaron y comenzaron con su abrevadero. Pero vino la tragedia del sismo del 85 y su hermano dejó el país y también la responsabilidad de seguir con el proyecto.

El Tutti fue algo muy inocente; una historia de pasión por la música. Ni siquiera estábamos pensando en si iba a ser negocio, famoso, nada de eso, manifiesta la roquera.

Al principio sólo éramos el Danny y yo. Limpiábamos los baños, cargábamos cajas de cerveza y todo. Yo estaba en la barra y él en las tornamesas. Es inimaginable que 40 años después alguien lo iba a recordar, mucho menos que alguien hiciera un documental.

Todo era difícil, pero chido

En aquellos años, evoca la también baterista de la banda Los Esquizitos, “era un mundo muy físico, en el que tenías que ir a buscar las cosas; intercambiar discos. Todo era muy difícil, pero muy chido, porque te volvías una especie de investigador de todas estas bandas con un sonido nuevo, un look distinto, con una propuesta e ideologías diferentes. El tatuaje no se veía en México. El que estaba rayado era porque había estado en la cárcel, y ahí se comenzó a difundir esa expresión. Ahí se gestaron un montón de cosas” del ámbito cultural.

Tras el fin de su ciclo, y luego de muchísimos conciertos de punk, garage, pyscho y demás, Brisa no había hablado del Tutti, incluso terminó su relación con Danny, hasta que la contactó Laura Ponte y Alex Albert, deseosos de registrar una gran historia que se comenzó a hacer desde antes de la pandemia y ahora ve la luz en la pantalla grande, en la que los protagonistas no son Brisa ni Danny, sino un lugar que generó una energía a partir de la gente que lo frecuentó, en un mundo antes de la globalización.

“Siento –comenta Brisa– que se abre un portal de tiempo y espacio, hacia una dimensión especial, a un lugar en el que se dieron cita grupos de personas que de otra forma, difícilmente, se hubiesen encontrado.”

No ha visto el corte final. El último lo vio con Danny, pero “invariablemente lloro, porque de alguna manera es ver tu vida hace 40 años; amigos que ya no están, el pedacito en el que salen mis papás…”

Tutti Frutti: El templo del underground, producido independientemente por Réplica Films y WE ROCK, se puede ver hasta el 29 de mayo en las Cinetecas Xoco y Nacional de las Artes. Luego hará recorrido en Filmoteca de la UNAM, en el Museo del Chopo y en otras salas.



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