U
n timón del poder es la regulación de la violencia; saber la dosis exacta en la que debe ser utilizada, cuáles son sus ingredientes, en qué momentos y cuáles son los mecanismos que la ejecutan, y qué detonan. Éstos son los talentos del arte de la guerra, esas caras de la política. Y con esto no me refiero solamente a grandes operaciones militares, movimientos de tropas o batallas, sino también a ese intempestivo uso de una bala. Esto lo hemos visto en el asesinato de Fernando Villavicencio, candidato presidencial en Ecuador –sobre el cual se reforzó el relato del narcotráfico como enemigo interno en ese país–, o en el atentado contra el precandidato presidencial y senador de un partido de oposición en Bogotá, Miguel Uribe Turbay, en medio de la mayor coyuntura de confrontación política con la oposición desde 2022, ejecutado por un muchacho menor de edad en un barrio popular cuando el senador daba un mitin sin seguridad debajo de un árbol en un parque.
Descendiente de una de las castas políticas más privilegiadas del país, la cual ha sido protagonista de los claroscuros de la historia de Colombia, como el represor Estatuto de Seguridad o ser víctimas de Pablo Escobar, el delfín Miguel Uribe Turbay es senador conservador, quien se había convertido en uno de los tantos precandidatos de la derecha que aspiraban a la presidencia en el cami-no a suceder a Gustavo Petro, siendo parte de una furibunda oposición que se ha negado a todas las reformas so-ciales propuestas por el gobierno de izquierda.
Desde hace unos meses, la confrontación política en Colombia se agudizó cuando una comisión del Senado de la República, liderada por la derecha, archivó la reforma laboral propuesta por el gobierno de Petro en el que se reconocían derechos básicos de los trabajadores y campesinos. Desde eso se han desplegado una suerte de estrategias políticas para revivirla –la consulta popular desde la izquierda– y para atajarla –una suerte de tramoyas procedimentales desde la derecha–. El día a día en Colombia ha sido un tobogán al que se le aumenta la pendiente sin saber dónde va a terminar; la última etapa de este frenesí es la disputa por la consulta popular, 12 preguntas directas a la ciudadanía que el gobierno de Gustavo Petro quiere hacer, pero a la que se niega radicalmente la oposición.
Es en medio de la mayor confrontación política entre el gobierno y la oposición del país que ocurre este atentado, el primero contra un líder de la oposición después del asesinato de por lo menos 400 líderes sociales –principalmente campesinos, indígenas, sindicalistas, estudiantiles y trabajadores– entre 2022 y 2025, y más de mil 500 hostilidades contra los mismos en esos años, según el informe de la Misión de Observación Electoral de marzo de 2025. También ocurre después de varios atentados que han sufrido senadores de izquierda como Aida Avella o la misma vicepresidente Francia Márquez, ante los cuales ha habido escasa solidaridad de la oposición.
Entre una suerte de mezquindad de una derecha que exige derechos electorales –pasando por alto el desangre del movimiento social de izquierda–, los señalamientos apuntan a desestabilizar la apuesta por las reformas del gobierno, así como por reactivar la retórica del narcoestado trayendo al presente las memorias de los años 80 en el país, uno de los pocos momentos en que líderes de centro y de derecha, además de las principales ciudades, fueron tocados por la violencia que incendiaba el resto del país. Su memoria cada tanto vuelve a esos tiempos trágicos.
Tras el atentado, la oposición aprovechó el hecho para acusar al gobierno e intentar detonar una ruptura institucional que tiene visos de golpe de Estado blando, desconociendo la autoridad presidencial y pidiendo reunirse con las fuerzas militares. El gobierno acusó del hecho al mismo entramado que viene amenazándolo: una red de tráfico entre Dubái, Italia y Colombia compuesta por traficantes que negociaron con la DEA y salieron en libertad. Se le suma que la pelea por las reformas se juega en dos caminos: la consulta popular a través del decreto directo del gobierno de Gustavo Petro y el avance del debate de la reforma laboral en el congreso. En medio la comunidad internacional, la Iglesia y otras entidades intentando bajar las tensiones; de otro lado, en las calles se miden las fuerzas.
Si tuviéramos un ángel de la historia, estaría sentado en alguna torre del centro de Bogotá, toreando la tormenta. Como relató Walter Benjamin, filósofo marxista en medio del avance fascista de la Segunda Guerra Mundial, esta tempestad lo empuja incontenible hacia el futuro, al cual vuelve la espalda mientras el cúmulo de ruinas ante él va creciendo hasta el cielo. Lo que llamamos progreso es justamente esta tempestad
. La transición
en Colombia se va sintiendo así.
* Doctora en sociología, investigadora del Centro de Pensamiento de la Amazonia Colombiana A la Orilla del Río. Su último libro es Levantados de la selva
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