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El delirio y el modelo


E

l casi final de la reforma judicial desata, entre la opinocracia conservadora mexicana un estado delirante, poblado de ataques al poder establecido. Los supuestos destrozos que dicha reforma provoca como consecuencia inevitable son mayores, de crucial envergadura ideológica. Se ha instalado en tal prédica un formato autoritario que topará la ruta de todo desarrollo nacional. La derecha crítica, blandiendo endebles recetarios con acusaciones terminales a un lado, se enfunda en repetitiva campaña contra el actual gobierno, su partido y, ¿por qué no?, sus millones de apoyadores. La ruptura democrática, consecuencia de la subyugación de jueces, magistrados o ministros al Ejecutivo federal, aparece galopante ante la audiencia ciudadana. Los demonios de la destrucción se enfilan contra la transparencia para sumir, a la República, en la plena oscuridad. O concita al reino de la impunidad, para negar derechos básicos duramente obtenidos.

No bien adoptada la ruta de la prosperidad, el pueblo medio eligió a irresponsables destructores de instituciones. Un terrible bloqueo de avances se ha cernido sobre el entramado de la anterior carrera judicial. Ahora se imposibilitará el abandono de numerosas y conocidas trampas legales. Se bloqueará el finiquito de arraigados vicios colectivos y la continuidad de la violencia. Demasiados males acarreados por esta fatídica reforma como conclusión estentórea dictada por la oposición. No habrá, como complemento obligado, salida alguna para el estancamiento económico en curso. Como bien puede deducirse, el panorama es desolador para los que se empeñan en levantar un segundo piso transformador. Este ha sido, a los escrutadores y puntillosos ojos de la crítica establecida, no sólo el diagnóstico, sino la condena cierta y valedera. Una postura obligada, valiente, ante el tonto drama nacional ocasionado. Tal como se ha venido, reiterada y neciamente, haciendo con las sucesivas innovaciones y cambios de la 4T.

¿De dónde sale tal enjundia y clarividencia de la pléyade de soberbios críticos? Todo un modelo de acumulación desaforada, ensamblado a trompicones y costos humanos desorbitados, descubre su presencia malsana. Son las recetas, extraídas de libros y pláticas, que se fueron decidiendo contra la justicia en el transcurso de largas décadas pasadas. Una y otra vez, se recurre, con premura, seguridad y displicente sapiencia, a dictarlas nuevamente. El permanente descenso de las las rentas de los trabajadores en el ingreso nacional (llegó a 27 por ciento del total) no causó, según cuentos interesados, ningún trastorno en la vida individual y colectiva. La desproporción con la que el capital se apropiaba del ingreso (73 por ciento) les parecía normal, necesaria, hasta conveniente.

Tal riqueza irradiaría todo lo demás. Pero, ¡oh maldición!, la fábrica de pobres y miseria no paraba su producción cotidiana. El doble salario mínimo aseguraba el hambre, aunque eso fuera lo que vendían como atractivo gancho. Los quiebres se sucedían en fila interminable hasta llegar a lo intolerable. Sólo la rebelión en las urnas pudo detener tal sangría. Pero eso, para los críticos y la derecha, sólo fue un episodio tonto. Hay que retomar, nuevamente, el sendero adecuado y no gobernar para el pueblo, tal como ahora se hace. Estas sabias e ilustradas personas que habitan a sus anchas en los medios de comunicación ponen, orondos, sus huevos informados. Sólo ellos esos pueden citar nombres de ilustres teóricos neoliberales y laureados profesores de Chicago o Londres en cada uno de sus artículos. Hay, según estas historias del horror ya vivido por millones de mexicanos, que dejar de adoptar cambios populistas que deshacen logros. Poco o nada importa si tales cambios han implicado sacar de la pobreza a 11 millones de seres humanos. Tampoco cuenta el caminar, constante y consistentemente, hacia el control de la violencia. Siendo ésta, bien se sabe ahora, un subproducto de la injusticia, instaurada en esa época pasada en la que estos opositores de hoy brillaron como inapelables conductores designados.

Para la negación cotidiana, la sabiduría estriba en adoptar nuevas reformas de segunda y tercera generación. Sugerentes fórmulas apenas salidas –pero ya usadas– en territorios del gran desarrollo. Y para llevarnos por esa inmejorable ruta, hay urgencia de atender a los teóricos, aunque experimentados críticos del santo sanctórum de los medios de comunicación. Aprender, dicen, la dura lección que viene experimentando China. Una nación bajo tiránica férula que no abre su sociedad ni la conduce un mando democrático sin rendición de cuentas. Así concluyen estos desinteresados conservadores: tal como ahora se camina, en México, clausurando aperturas y abrazando dictaduras. Mientras más concentre Claudia Sheinbaum el poder, menos atractivo hará su gobierno. Al escamotear el crecimiento económico, perderá simpatía popular. Tal como, en efecto, sucede.



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