“P
erdóneme, pero quien maneja las cosas de Cuba soy yo.” La tajante respuesta de Fidel Castro a un funcionario del Departamento de Estado de EU ha trascendido durante décadas en los corrillos diplomáticos.
La escena ocurrió el 16 de abril de 1959, en el Salón South America del Statler-Hilton en Washington, a la salida de un almuerzo con el secretario de Estado interino de EU, Christian Herter. Allí, William Wieland, director de la Oficina de Asuntos del Caribe de la cancillería estadunidense, se presentó diciendo: Doctor Fidel Castro, yo soy la persona que maneja las cosas de Cuba
. El líder cubano lo paró en seco. No fue sólo una frase brillante, fue una rectificación histórica.
Hasta 1959 los embajadores estadunidenses en Cuba tenían la manía de actuar como procónsules habituados a dar órdenes, quitar y poner gobiernos bajo la presunción de que la isla era una prolongación de la Florida.
A inicios del siglo XIX, John Quincy Adams ya fantaseaba con la idea de que Cuba caería como una fruta madura
en manos de Estados Unidos. Años más tarde, tras la Guerra hispano-cubano-estadunidense, Washington impuso la Enmienda Platt, que le permitía ocupar militarmente Cuba, instalar ilegalmente la Base Naval de Guantánamo y designar gobernador interino cada vez que le viniera en gana. Fue el preludio de lo que los historiadores llamaron la república mediatizada
, gobernada desde Estados Unidos por delegación de tiranos en turno.
Uno de los casos más escandalosos de la intervención del Departamento de Estado tuvo lugar en 1933, cuando Franklin D. Roosevelt envió al embajador Sumner Welles a mediar
en la crisis política provocada por la dictadura de Gerardo Machado. Traía el mensaje expreso de si Machado no controlaba el gallinero, regresarían las cañoneras al puerto de La Habana
. Welles negoció con el dictador, luego con la oposición y, finalmente, impuso a un presidente provisional que no logró detener la revolución que sobrevino ese año y luego se fue a bolina
, con la entusiasta complicidad estadunidense.
Tal fue el protagonismo de los embajadores estadunidenses que el gobierno provisional constituido en 1934 tras un golpe de Estado se conoce en la historia de Cuba como el triunvirato Caffery-Batista-Mendieta
, con el sustituto de Sumner Welles, Jefferson Caffery, a la cabeza del poder político del país. Earl E. T. Smith, el embajador al que sorprende la revolución de 1959, llegó a sincerarse en el Congreso de EU: Cuba era (hasta entonces) como una república estadunidense
.
Con el triunfo de la revolución, cesaron los manejos
desde Washington, pero no así el descarado injerencismo de los funcionarios estadunidenses. Es célebre el jefe de la misión diplomática en La Habana durante la administración Bush Jr, conocido por el pueblo cubano como el Cabo Cason
, por convertir la Oficina de Intereses de Estados Unidos en centro de conspiración y financiamiento de disidentes
bajo la bandera de los derechos humanos
.
Hoy, el embajador de turno se llama Mike Hammer, en cargo formal de encargado de Negocios de la embajada de EU en La Habana. A Hammer, quien rebosa jovialidad forzada, le ha dado por recorrer el país en plan metiche, reunirse con opositores
que figuran en las nóminas de agencias estadunidenses e insultar con sus supuestos honores
al héroe nacional José Martí, el primer gran antimperialista de la historia cubana. Siempre frente a una cámara, en redes sociales, donde la gente le pregunta tajantemente si esta provocación continuada obedece a la orden de Marco Rubio de acabar con la paciencia del gobierno cubano.
Hace unos días protagonizó una conferencia de prensa en Miami que podría pasar más como el intento de autoafirmación y confianza en los mecanismos publicitarios del Departamento de Estado que como un (mal) ejercicio de propaganda. El discurso de Hammer trató de maquillarse de causa solidaria, de crear razones sicológicas que respaldasen el clima de intervencionismo que poco han disimulado los embajadores norteños en más de un siglo. Repitió el sonsonete de que el bloqueo no existe y las sanciones estadunidenses sólo castigan al gobierno y no al pueblo cubano, como si el diplomático estuviese acreditado en la Luna.
Por el simple hecho de que Estados Unidos ha asumido su condición de imperio con el deseo de que todos los demás asumamos la de súbditos, Hammer quiere dar a entender que Washington maneja las cosas de Cuba
. Pero se equivoca y lo hace aún peor cuando juega a ser influencer en Instagram con un estilo para la mentira que huele tanto a viejo que parece más propio de las cintas de video y de las Golden Girls que de la era de Internet.
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