¿Te imaginas que existiera una clave para entender el envejecimiento e, incluso, ralentizarlo? ¿Qué la clave para la eterna juventud se encontrase solo a dos palmos de distancia? Pues bien, tal y como demuestran múltiples historias de la literatura o la ficción, se trata de una pregunta muy repetida a lo largo de los años. Pero no solo en el contexto del entretenimiento: los científicos llevan décadas investigando sobre ello y tratando de encontrar soluciones que alarguen el envejecimiento, favoreciendo más años de salud y bienestar para las personas.
Y, quizás, una de las personas más destacadas en esta área es Elizabeth Blackburn, quien consiguió dar con una de las respuestas más sorprendentes de los últimos años. Su descubrimiento de la telomerasa cambió por completo la manera en la que entendemos la vida, el envejecimiento e, incluso, el cáncer- de hecho, esto hasta le aseguró pasar a la historia como la ganadora de un Nobel.
LA HEREDERA DE FRANKLIN
Elizabeth Helen Blackburn nació el 26 de noviembre de 1948 en Hobart, Australia. Criada como su única hija por dos médicos de renombre, Elizabeth aprendió a desarrollar una curiosidad muy profunda por el mundo que la rodeaba. Creció haciéndose preguntas sobre la vida y la naturaleza por lo que, llegado el momento, decidió estudiar bioquímica en la Universidad de Melbourne, en donde se graduó en el año 1970. En estos años, Elizabeth entró en contacto con la genética y la biología molecular, dos disciplinas que la cautivaron por completo y que se convirtieron en las protagonistas de sus estudios de posgrado en la Universidad de Cambridge.
En este prestigioso centro, Blackburn trabajó bajo la dirección del mismísimo Fred Sanger, dos veces galardonado con el premio Nobel, quien la tuteló para convertirse en una experta en estructura y secuenciación de ADN, un campo en plena revolución en aquel momento. En 1975, con su doctorado finalizado, se trasladó a Estados Unidos para realizar una estancia postdoctoral en la Universidad de Yale, donde comenzó su historia con los telómeros, unas regiones terminales de los cromosomas cuya función y dinámica había sido un completo misterio hasta ese momento.
EL IMPACTO DE LA TELOMERASA
Tras una estancia de tres años en Connecticut, a Elizabeth se le presentó la oportunidad de mudarse a Berkeley e incorporarse a la Universidad de California como profesora asistente. Sin dudarlo, tomó la oferta y aprovechó la etapa para centrar sus investigaciones en los telómeros de un organismo llamado Tetrahymena thermophila, gracias a lo cual descubrió un dato que cambió el curso de su investigación: esos segmentos de ADN no eran estáticos, sino que tenían una secuencia repetitiva que parecía tener una función protectora en los cromosomas.


Imagen donde se puede apreciar un par de Tetrahymena thermophila reproduciéndose.
No obstante, el hallazgo más importante llegó en 1984, cuando, junto a su estudiante de posgrado Carol W. Greider, identificó la enzima telomerasa, la responsable de mantener la longitud de los telómeros durante la división celular. Este descubrimiento fue realmente elemental para entender cómo las células evitan el acortamiento progresivo de los cromosomas, un proceso que está directamente asociado al envejecimiento y a la estabilidad genética.
De hecho, la identificación de la telomerasa tuvo enormes implicaciones en la biomedicina. Por ejemplo, gracias al descubrimiento de Elizabeth, se supo que, en la gran mayoría de las células somáticas, la actividad de la telomerasa es baja o inexistente, lo que lleva al acortamiento de los telómeros y, eventualmente, al daño celular.
Por otro lado, en las células cancerosas, la telomerasa está reactivada, lo que provoca su proliferación descontrolada y el crecimiento del tumor. En otras palabras, fue un hallazgo que abrió nuevas vías para el desarrollo de terapias contra el cáncer, enfocadas en inhibir la actividad de la enzima para limitar el crecimiento tumoral.


Elizabeth Blackburn, en 2012, posando con la medalla de oro otorgada por el American Institute of Chemists (AIC)
DEL LABORATORIO AL NOBEL
Como puedes estar imaginándote, el impacto del trabajo de Elizabeth Blackburn fue colosal. En el año 2009, recibió el Premio Nobel de Fisiología o Medicina, compartido con Carol W. Greider y Jack W. Szostak, por el descubrimiento de “cómo los cromosomas son protegidos por los telómeros y la enzima telomerasa”. Y, si antes del premio Elizabeth ya era una referente, tras él se consolidó su posición como una de las científicas más influyentes del siglo.
Además del Nobel, Blackburn ha sido también reconocida con numerosos premios y distinciones complementarias. Por ejemplo, en 2007, fue incluida en la lista de las 100 personas más influyentes del mundo por la revista Time. Además, también ha sido presidenta del Instituto Salk de Estudios Biológicos y miembro de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos.
En definitiva, su trabajo se ha convertido en toda una inspiración para la nueva generación de científicos, especialmente mujeres que buscan romper las barreras y abrirse camino en el mundo de la investigación.
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