Por donde se le mire, las imágenes actuales que arroja el futuro próximo reúnen un extenso compendio de distopías posibles y numerables. Basta con asomarse a la prensa para seguirlas. Algunos ejemplos. En Rusia, Putin no cesa de amenazar a sus enemigos con una guerra nuclear –no para responder a un ataque equivalente (o “simétrico”, como se dice hoy), sino simplemente en caso de que su soberanía se vea entredicha–. Lo mismo sucede en los conflictos entre Israel e Irán o entre China y Estados Unidos (en torno a la independencia de Taiwán); esta última y definitiva versión del destino de la humanidad forma parte de las charlas de café de los mandos militares. Mes con mes, la Organización Mundial de la Salud anuncia la cercanía de una próxima y más aterradora pandemia. En México, las sequías del verano amenazan, cada vez más, con dejarnos sin agua (corroborando los vaticinios de la actual crisis ecológica general). Ni hablar de la prisión cotidiana en que el crimen organizado ha secuestrado a una nación entera. Un dilema al que no se le anticipa solución alguna.
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