C
on muy pocas excepciones, la historia del hombre en la Tierra se finca en satisfacer sus necesidades explotando los recursos naturales sin medir sus impactos negativos en el ambiente. Desde la Revolución Industrial, dichos efectos se intensificaron al máximo. Se depredan áreas boscosas, sin cuidado alguno se extraen minerales diversos, contaminando tierra, ríos, lagunas y la atmósfera; se afecta gravemente la salud de los trabajadores y sus familias.
Hoy, crecer a cualquier precio en la industria y la agricultura es lema mundial. El pretexto: cubrir las demandas de una población que no deja de aumentar. Los daños se ven por doquier, pese a tantas promesas de los gobiernos de obtener el crecimiento sin depredar. México es ejemplo de lo anterior. Especialmente el siglo pasado el crecimiento industrial y la obra pública estuvieron marcados por el desprecio al ambiente y a las poblaciones.
Ante los efectos negativos de ese modelo de explotación de la naturaleza, los gobiernos y las comunidades afectadas, establecieron mecanismos para detener al máximo la depredación. Uno de ellos se basa en conocer previamente, vía estudios puntuales, los efectos nocivos que pueden ocasionar las actividades industriales y/o la obra pública.
En el caso de México, se hace vía las manifestaciones de impacto ambiental (MIA) establecidas en la legislación en 1988. Son documentos claves para lograr que dichas actividades eviten al máximo depredar el ambiente y la calidad de vida de la gente. En las MIA los interesados en realizar un proyecto deben presentar a consideración de las autoridades toda la información técnica y legal necesaria para evaluar los posibles impactos que puede ocasionar.
El objetivo final es hacer realidad el principio preventivo. Sin embargo, las MIA evalúan proyectos individuales ignorando así el efecto nocivo acumulativo que pueden tener en otros cercanos; por eso aún son insuficientes para abordar los efectos globales que ocasionan en tierra firme, los litorales del país, la atmósfera y la salud de la población.
Un aspecto básico en el caso de México es la participación ciudadana en la toma de decisiones durante la evaluación de un impacto ambiental. La consulta pública está prevista en el artículo 21 de la Declaración de los Derechos Humanos. Allí se afirma que toda persona tiene derecho a participar en el gobierno de su país, directamente o por medio de representantes libremente escogidos
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Además, en 2018 México firmó en Costa Rica el acuerdo internacional de Escazus. Es un instrumento que se vincula con el Principio 10 de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Desarrollo Sostenible (Río+20) de 2012, el cual establece que la mejor manera de tratar las cuestiones ambientales es con la participación de los ciudadanos interesados.
En las MIA no se deben ocultar los posibles impactos ni las medidas necesarias para evitar, remediar y compensar los efectos negativos de los proyectos. Y siempre, prevalecer la honestidad y la responsabilidad con la sociedad. Sin embargo, en no pocas ocasiones quienes las elaboran (empresas privadas y/o centros de investigación y universidades) han encubierto los daños que ocasionarán los proyectos. Caso reciente: el Tren Maya. De esa manera hacen su trabajo a gusto de la instancia privada u oficial que se los encarga.
De analizar lo referente a las manifestaciones de impacto ambiental se ocupan diversos especialistas en la más reciente entrega de La Jornada Ecológica –https://ecologica.jornada.com.mx/–, coordinada por los doctores Horacio de la Cueva y Eduardo Peters. Lo que ellos exponen es muy importante para los grupos sociales que luchan contra los megaproyectos oficiales y los de la iniciativa privada. Y que afectan el ambiente y la calidad de vida de las comunidades, en especial las agrarias: la minería, las grandes obras hidráulicas, los oleoductos y vías de comunicación, los rellenos sanitarios, las terminales maritimas, hoteles, campos de golf , refinerías y la ocupacion de las zonas costeras, por ejemplo. También para el gobierno, que suele repetir que no permitirá la depredación de la naturaleza y, por el contrario, aumentará la calidad de vida de la población.
Para Elenita Poniatowska en su cumpleaños.
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