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ejar pasar los días sin mantener en voz alta el reclamo de justicia sería irresponsabilidad inaceptable. Todavía no se ha inventado la palabra que describa el panorama de agresiones con el que las mafias pequeñas y grandes, nacionales e internacionales, pretenden someternos. Con su tragedia a cuestas y el cúmulo de lágrimas como una cuota inmensamente injusta, de todas formas la sociedad avanza. Las metas del país que estamos construyendo y que no vamos a abandonar las alcanzaremos, pese a los crímenes de lesa humanidad que las oligarquías siguen cometiendo. Quienes estamos resistiendo, hemos formado una gran familia y la solidaridad que hemos compartido nos fortalecerá hasta vencer las adversidades. No podrán borrar la imagen de Ximena, ciudadana ejemplar, atleta y profesional de alto rendimiento.
Coincidimos con el mensaje que publicaremos en dos partes en este espacio de Opinión de La Jornada y agradecemos el aporte de Ana Gutiérrez, Salvador Gutiérrez, Grecia Vargas y José Piña, atletas que compartieron con Ximena una etapa constructiva y feliz como deportistas.
Apenas más de cuatro minutos. I. La pista de tartán: heredera del estadio griego. Ximena Guzmán fue corredora de alto rendimiento, no corría por hobby o moda, su vida se iba en ello. ¿Y qué atleta no ha soñado con llegar a unos Juegos Olímpicos, a tocar lo más alto de la cima deportiva en esa gesta heredada por los griegos?
El tartán rojo, traje de gala del atletismo, invento moderno de poliuretano y caucho, es el hijo bastardo del stádion helénico, aquella franja de tierra compacta donde los griegos trazaban sus carreras y escribían epopeyas con sus pies descalzos entre el polvo y el olivo; nosotros, entre líneas sintéticas que sangran carmesí, como si el tiempo hubiera convertido la arcilla en lava solidificada.
II. El deporte no constituye el carácter, lo revela
: Heywood Broun. Es ahí, en el tartán, nuestro altar, nuestro centro ceremonial y de sacrificios, donde Ximena forjó su temple y también en la montaña bajo condiciones extremas. Durante un campamento en el Nevado de Toluca, estuvimos 21 días en el Nevado, entrenando cuatro chicas en el albergue, solas. Dos sesiones y en ocasiones tres. Nos cayó una nevada y fuertes vientos en el regreso de la laguna. Nayeli se puso muy nerviosa, al punto del llanto, y Ximena no la dejó sola. ¡Corrieron de regreso tomadas de la mano!
, así lo recuerda Ana Gutiérrez. En el taller secreto de las montañas, donde el miedo y la sororidad funden sus metales, nuestra Ximena mostraba de qué estaba hecha.
Las medallas nacionales que Ximena logró en los 800 y los mil 500 metros no son trofeos, son certificados de un pacto con la extenuación, un manifiesto de terquedad de seres que corremos con el corazón de un velocista y los pulmones de un montañista.
En los 800 metros el cuerpo se convierte en trampa biológica. Aquí, el atleta es un fénix en tiempo real: arde en ácido láctico, se desintegra en la curva final y, contra toda lógica, renace al salir de la misma y en las casi cuatro vueltas al óvalo de los mil 500 la agonía es tan grande como la de correr un maratón. Llega un punto en que tu mente te abandona, pero hay un instante antes del colapso que la fuerza aparece desde la flaqueza, se queman las últimas reservas de glucógeno como ofrenda en aras de una zancada más.
Cuando Ximena corría no acechaba ni esperaba que se formaran grupos, lideraba desde el primer metro, tomaba el frente como queriendo proteger a sus compañeras, sabía que las carreras se ganan con el corazón y esfuerzo, pero se construyen con los pasos que marcan el ritmo para los que vienen atrás.
Grecia, su compañera de entrenamientos, recuerda lo sorprendente que era en el gimnasio. Levantaba pesos impresionantes al ritmo de anécdotas y bromas entre amigos, con una carcajada tan franca que, con sólo escucharla, te sentías abrazado por ella. Su presencia creaba un espacio de amistad y diversión en comunión con el esfuerzo, el dolor y el trabajo; esa satisfacción única que nace cuando vives con plenitud. Y nunca, nunca, nunca, regateaba un entrenamiento.
“¡Es cierto! –confirma Ana–. Cuando el entrenador nos decía: ‘20 repeticiones de 400 metros’, ella no se quejaba. Sólo sonreía y se ponía a trabajar sin más, arrastrando al equipo con su motivación contagiosa.”
Esa pista, que en el cenit de la competencia arde como si fuera a transfigurarse de nuevo en lava y que intimida al más valiente, la competencia contra otros, igual o más preparados. Las experiencias en las frías montañas, el esfuerzo de mantenerse firme en cada zancada a pesar del dolor y el entusiasmo que contagiaba durante los entrenamientos y competencias la hicieron forjar un carácter determinado, resistente, fuerte y competitivo, pero también de ayuda y comprensión, de solidaridad y camaradería con aquellos que se van reventando el alma a cachitos a su lado.
Colaboró Ruxi Mendieta
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