
▲ Fotograma de la miniserie Adolescencia, de Philip Barantini
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ocos cinéfilos habrán olvidado la cinta británica El Chef ( Boiling Point, 2021), de Philip Barantini, filmada en un solo plano secuencia al interior de un lujoso restaurante londinense e interpretada por un formidable Stephen Graham en el papel de un jefe de cocina avasallado por circunstancias caóticas. Cuatro años después el propio Graham coescribe con Baratini Adolescencia ( Adolescence), un singular drama doméstico ambientado en la región industrial de Yorkshire, al norte de Inglaterra. La elección fue crear una miniserie de cuatro capítulos de una hora en promedio, filmados cada uno en una sola toma, un procedimiento técnico aún a la moda que, en múltiples ocasiones, semeja un recurso estilístico pretencioso o inútil, pero que en manos de Baratini se revela indispensable para volver al espectador partícipe total de un drama irresistible.
El arranque de la miniserie no puede ser más brutal. A las seis de la mañana de un día ordinario, la apacible familia Miller padece la irrupción de la policía en su domicilio. Los agentes buscan aprehender al presunto asesino de la joven Katie Leonard, a quien habría ejecutado a puñaladas. La primera sospecha del público apunta hacia el padre de familia Eddie Miller (Stephen Graham), sólo para descubrir súbitamente que la policía busca en realidad al adolescente de 13 años Jamie (Owen Cooper en un debut portentoso), condiscípulo de Katie y, según evidencias gráficas, primer sospechoso del crimen. Para mayor desconcierto del espectador, esta revelación temprana de la autoría asesina, aunada al empleo inteligente del largo plano secuencia, tiene como efecto desbaratar las rutinas narrativas a las que televisión y cine han acostumbrado a los amantes de intrigas policiacas. Resulta entonces inútil indagar demasiado sobre la identidad real del asesino o recurrir a subtramas pesadas o a veleidosos saltos temporales. Lo que en realidad importa es concentrarse en los motivos verdaderos de un crimen aparentemente absurdo y sobre todo preguntarse qué puede orillar a un adolescente de inteligencia precoz y apariencia saludable, a cercenar, sin razón alguna, la vida de una compañera de escuela.
Los capítulos dos y tres de la miniserie ahondarán justamente en la exploración sicológica de esta incertidumbre. Para la policía resultan esenciales los testimonios y colaboraciones de los demás alumnos y amigos de Jamie. A lo que se enfrentan, sin embargo, en sus pesquisas, es a un clima hostil de maltratos y humillaciones crueles infligidas por unos jóvenes rudos a otros más débiles. También al hartazgo del personal docente y de la dirección de un plantel casi abandonado por las autoridades locales. Nada se puede obtener de ahí excepto un caudal de frustraciones y de rencor social. A ese bullying generalizado y tolerado por cansancio, se añade el poder pernicioso de las redes sociales que, entre muchos de esos adolescentes, ha suplantado a buena parte de la educación formal, distorsionando de paso la construcción, en etapa tan temprana de la vida, de nociones claves como el entendimiento de una masculinidad no agresiva y la buena autoestima que de ello se deriva. Cualquier afrenta al desarrollo sano de ese proceso puede orillar al joven a una reacción de aislamiento social o a un comportamiento hostil susceptible de degenerar en una violencia extrema.
Jamie padece la paranoia de sentirse poco amado o deseado por las mujeres, al punto de ser estigmatizado como un incel (célibe involuntario). Su inseguridad extrema lo orilla también a la misoginia, primer paso hacia un gesto fatal. En el tercer capítulo, el mejor de la serie, asistimos a la áspera y conmovedora confrontación del adolescente con una sicóloga (Erin Doherty), quien lo cuestiona largamente sobre sus miedos y reclamos de afecto, también sobre su propio concepto de masculinidad. El diálogo es franco e implacable, inusitadamente maduro por parte de Jamie. Pareciera que a través de ese intercambio verbal quedan expuestas muchas de las miserias morales que día a día, minuto a minuto, afrontan los adolescentes en el espacio cibernético y en las redes sociales. A modo de conclusión, queda en el último capítulo el duelo anticipado del padre por la suerte del hijo. Un padre tan vulnerable como su vástago –uno por el retorno a la inmadurez moral a través de una agobiante rutina laboral y doméstica; el otro, por el ingreso acelerado a una madurez aún indeseada o difícil de manejar bajo el peso de una educación informal particularmente ingrata–.
Adolescencia es un estreno mundial de la plataforma Netflix.
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