
▲ Fotograma de Arillo de hombre muerto, de Alejandro Gerber Bicecci
U
na historia de infelicidad en el décimo país más feliz del mundo. Se trata de la historia de Dalia (Adriana Paz), conductora del Metro en horario vespertino. El amasijo de túneles oscuros y andenes saturados se ha vuelto para ella una segunda residencia en la que ha entablado relaciones afectivas, desde la que sostiene con su actual esposo hasta el romance extraconyugal con Carlos (Noé Hernández). También ha desarrollado enemistades con sindicalistas de una planilla opositora representada por un líder intratable (Boris Schoemann). Cada noche, de regreso a casa al filo de la madrugada, Dalia es presa de una sensación aguda de inseguridad. El barrio que habita es inhóspito y el eco lejano de balaceras un asunto rutinario. Lo que hasta aquí semeja un relato de paranoia personal, cobra mayor intensidad dramática cuando la protagonista, madre de dos hijos adolescentes, se convence de que su marido, quien por horas no ha contestado a sus llamadas por el celular, en realidad ha desaparecido. A partir de ese momento, el resto de estabilidad familiar y laboral que le quedaba, se le derrumba por completo.
Arillo de hombre muerto, tercer largometraje de ficción del realizador mexicano Alejandro Gerber Bicecci ( Vaho, 2009; Viento aparte, 2014), aborda en efecto el tema de las personas desaparecidas en México, un asunto tan recurrente hoy en el cine mexicano, como la realidad siniestra que ese cine insiste en reflejar. Entre las muchas cintas que abordan dicha situación destaca Ruido (2022), de Natalia Beristáin, realización con la que la propuesta de Gerber tiene varios puntos en común. En el caso de Dalia, madre de familia rebasada por las circunstancias, y que busca por todos los medios dar con el paradero de su esposo, no se trata ya de insistir en la imagen tranquilizadora, a la postre inmovilizante, de una víctima de la burocracia insensible y torpe ante la cual ella se erguiría, en palabras del director, como una víctima inmaculada o heroica
, sino por el contrario, como un personaje dotado de una mayor complejidad sicológica. No necesariamente un dechado de virtudes cívicas o morales, también alguien susceptible de llevar una vida independiente que lo mismo incluye el cuidado muy liberal de sus hijos y la preocupación por la suerte de su cónyuge, que el mantener viva su relación afectiva y sexual en el adulterio. Esta imagen de víctima incorrecta
protege a Dalia de toda conmiseración ajena. A ella le sucede lo contrario, tal vez en exceso: el desdén de fiscalías interesadas en deshacerse de casos engorrosos o incómodos, la incomprensión sarcástica de sus compañeros de trabajo, la mezquindad burocrática de un líder sindical o el rechazo abierto de sus vecinos cuando intenta una venta informal de comida en la esquina de su casa.
Todo el panorama anterior lo trasmite el director evocando, a través de la ambientación sonora de Alejandro Otaola y la fotografía en blanco y negro de Hatuey Viveros, una ciudad particularmente hostil, casi enemiga. Pero una ciudad que no es la misma para todos. Cuando Dalia le comenta a una mujer de clase media la situación de violencia e inseguridad que prevalece en esta ciudad, y ante la sorpresa de ésta última le insiste: Y tú no sales a la calle?
, ella le contesta imperturbable: Sin duda no a la misma calle que sales tú
. Esta respuesta sintetiza el grado de indiferencia moral ante la desgracia ajena que se apodera de muchos de quienes jamás han tenido contacto directo con las circunstancias sociales que la provocan. En este sentido, Adriana Paz carga a su personaje con matices de una expresividad compleja –mezcla de rencor y desafío social, indignación y entereza moral– que permite evocar la estupenda actuación de Arcelia Ramírez en una situación similar en La civil (2021) de Teodora Mihai. De modo curioso y elocuente, la misma insistencia del cine mexicano reciente en abordar el tema de las personas desaparecidas, ha revelado una gran variedad de enfoques y estilos de representación que desmienten toda sospecha de reiteración o rutina. Por su parte, Alejandro Gerber ha elegido el riesgo de explorar sin prejuicios ni agenda de denuncia, no sólo el lado intimista y cotidiano de la tragedia, sino la indolencia de las diversas instancias de procuración de justicia, las cuales lejos de facilitar las indagaciones, parecieran complicarlas, cuando no sabotearlas deliberadamente.
Se exhibe en Cineteca Nacional Xoco y CNA, Cine Tonalá y Cinemex.
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