E
l escenario económico global y la política internacional están siendo redefinidos a un ritmo vertiginoso, y las acciones de la administración de Donald Trump en sus primeros meses fueron un presagio de esta nueva era. La guerra comercial, librada con aranceles como arietes de negociación, no fue un hecho aislado, sino el preludio de un cambio más profundo en las reglas económicas y las dinámicas de poder. Nos adentramos en una fase donde la imposición unilateral y la redefinición de prioridades internas están moldeando el futuro global.
Uno de los ejemplos más claros de esta redefinición de reglas se observa en el ataque a instituciones fundamentales dentro de Estados Unidos, particularmente a las universidades. El caso de Harvard es emblemático y sirve de advertencia para el resto del sistema educativo. La disminución de subsidios y el desapoyo a lo que denominan una agenda woke no es sólo cuestión presupuestaria; es una declaración de intenciones. La administración Trump, y el movimiento MAGA ven en las universidades no sólo centros de aprendizaje, sino potenciales focos de crítica y de una visión del mundo que contradice su ideología chovinista.
Este enfoque va más allá del proteccionismo económico. Es un proteccionismo cultural que busca cerrar las puertas a ideas, culturas y, sobre todo, talento que no se alinea con una visión estrecha de la identidad estadunidense. La aversión a la entrada de miles de estudiantes con altas credenciales, que Estados Unidos perderá, es una muestra de cómo el prejuicio contra todo lo extranjero está superando la búsqueda de la excelencia y el liderazgo global. Las universidades, faros de educación, cultura e investigación, representan una amenaza para un movimiento como MAGA, que no se nutre de la razón, sino de una apelación emocional al pasado, buscando capitalizar los sentimientos más primarios de un segmento mayoritario de la población.
Otro ejemplo contundente de este cambio de reglas se manifiesta en la propuesta de impuestos a las remesas. Esta medida, aparentemente diseñada para recaudar billions a expensas de los mexicanos que trabajan incansablemente en Estados Unidos, tiene un trasfondo mucho más siniestro. No sólo busca el rédito económico, persigue la información de quienes envían dinero y, crucialmente, busca infundir un mensaje de miedo a millones de remitentes mexicanos.
El objetivo es claro: generar una atmósfera de incertidumbre que desincentive el envío de dinero, haciendo que miles de millones de dólares, que son vitales para los hogares mexicanos, se queden, de una u otra forma, en la economía estadunidense. Esta estrategia va más allá de la política fiscal; es una herramienta de control y una declaración de poder sobre las comunidades migrantes, utilizando la vulnerabilidad económica como palanca para imponer una agenda política.
El tercer gran ejemplo de esta redefinición radical se observa en la abierta manipulación del mundo de las criptomonedas, mercado por naturaleza hipersensible a la información que se ha convertido en un nuevo campo de juego para el poder. El mero lanzamiento de una criptomoneda vinculada directamente al presidente Trump borra cualquier línea que pudiera haber existido entre la política y el interés personal.
La implicación es escalofriante: el gobierno estadunidense ahora considera factible que el ocupante del cargo presidencial pueda beneficiarse económicamente de información que el propio gobierno genera y libera a la opinión pública y los mercados. Esto era impensable hace apenas un año. Las reglas cambiaron, y con ellas, la percepción de lo que es ético y aceptable en la política.
Estos ejemplos no son hechos aislados, sino manifestaciones de una transformación silenciosa y profunda de los ciudadanos. La polarización, exacerbada por los algoritmos de las redes sociales durante las últimas dos décadas, está arrojando consecuencias históricas. La incapacidad de encontrar el centro político, la irrelevancia de las políticas públicas sostenibles y de largo plazo, y la búsqueda de la inmediatez en todos los aspectos de la vida, se han traducido en una inmediatez política igualmente volátil.
La coyuntura actual no puede entenderse de otra manera que como resultado de una sociedad que privilegia la gratificación instantánea y a cambio obtiene una política que refleja esa misma característica. Nos encontramos en un precipicio donde las viejas reglas económicas y políticas han sido desechadas, y las nuevas aún no han sido claramente definidas, dejando un panorama de incertidumbre y riesgo sin precedente. La pregunta ahora es: ¿estamos preparados para las consecuencias de esta nueva realidad?
Deja una respuesta