
▲ Fotograma de la cinta Parthenope, del realizador Paolo Sorrentino
U
na belleza abrumadora. El realizador italiano Paolo Sorrentino rinde en Parthenope: los amores de Nápoles (2024) un homenaje triple: primero a la belleza femenina encarnada por Parthenope (Celeste Dalla Porta): luego a la belleza de Nápoles, su ciudad natal, y finalmente al esplendor y belleza del cine, con alusiones reiteradas a la creación barroca de su mentor artístico Federico Fellini. El recuento de la vida de Parthenope, desde su juventud hasta su madurez avanzada, lo elabora el director y guionista de la cinta cubriendo, desde 1950, siete décadas de tribulaciones, desencantos amorosos y de un fuerte trauma familiar que es un parteaguas significativo en su existencia. Y es que haber estado tocada por la gracia de un físico privilegiado no siempre representó para la joven un motivo de orgullo, y sí, muchas veces, una adversidad que le llevó a ser objeto del deseo incestuoso y a la postre funesto de su hermano Raimondo (Daniele Rienzo) o del deseo eternamente frustrado de Sandrino (Dario Aita, cómplice afectivo y compañero de juegos de Parthenope y su hermano. También propició el ninguneo inicial de su capacidad intelectual, siempre en un plano inferior al de su singular belleza. El propio director Sorrentino se muestra a su vez subyugado por toda esa apostura y lozanía juvenil al punto de que buena parte del inicio de la cinta semeja una pasarela de modas, de cuerpos que aspiran a la perfección, como si se tratara –¿con intención paródica?– de una portada de revista o de un anuncio de elegantes fragancias deportivas. Sólo un personaje se muestra indiferente a la belleza juvenil de Parthenope. Se trata del escritor sexagenario estadunidense John Cheever (estupendo Gary Oldman), quien con una frase lúcida y justa desanima los avances de la joven: No quiero que desperdicies en mí un solo segundo de tu juventud
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El asunto de la belleza de Nápoles es diferente. Descrita al principio, con imágenes de un esplendor previsible, como un formidable puerto inundado de sol, el director va exhibiendo paulatinamente sus barrios miserables y la vulgaridad moral de sus habitantes, todo en voz de una protagonista, Greta Cool (Luisa Ranieri), en una elocuente y divertida diatriba canalla en contra del buen pueblo de Nápoles. Como si no bastara esa desmistificación de los clichés de rigor y las certidumbres turísticas, Sorrentino arremete luego en contra de las creencias y fervores religiosos de los fieles de San Genaro, quienes cada año asisten al ritual de la esperada licuefacción milagrosa de la sangre del santo, misma que puede o no producirse según la caprichosa voluntad de los intereses más turbios. En una escena, la propia Parthenope participa gozosa de esta desacralización abandonándose, con el oficiante mayor del rito, a prácticas sexuales dentro de la iglesia que lindan con el sacrilegio. Las costumbres locales y los rituales religiosos señalados distan, sin embargo, de ser más extraños que la tradición mostrada aquí de una pareja de jóvenes recién casados obligados a tener su primera relación sexual, de manera explícita, frente a sus dos familias.
Como se ve, el celebrado autor de cintas tan meritorias como La gran belleza, 2013; La juventud, 2015 o Fue la mano de Dios 2021, se aventura aquí, entre los engolosinamientos estéticos del inicio de su nueva cinta y los delirios barrocos del final, a fabricar de sí mismo una inesperada figura de iconoclasta radical. Por fortuna, él mismo pone límites a esos desbordamientos construyendo paralelamente un personaje fascinante, el de una Parthenope que conjuga inteligencia y belleza a la manera de una sólida herramienta de afirmación profesional y de autonomía. Encarnada a los setenta años por una memorable Stefania Sandrelli ( Seducida y abandonada, Germi, 1964), El conformista, Bertolucci, 1970), la bella castradora de ilusiones y deseos juveniles, tendrá ahora un rostro moral distinto. El de una plácida madurez intelectual, el de una envidiable plenitud femenina.
Se exhibe en la sala 3 de la Cineteca Nacional Xoco a las 20 horas.
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