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La Jornada: Soberanía y miedo


L

a Francia colonialista, derrotada en Dien Bien Fu, dejó como herencia un Vietnam dividido en dos países. El del norte, bien ensamblado entre gobierno y pueblo, comunistas. El del sur, tratando de formar una democracia tipo occidental, que nunca integró. En Estados Unidos regía una capa de ilustrados burócratas y políticos en cuya cúspide mandaba el presidente Kennedy. Entre ellos decidieron auxiliar al sur para evitar que cayeran en las garras del comunismo. Si esto pasaba, todo el sudeste asiático peligraba. Una incipiente teoría del dominó, se llamó a tan rudimentaria suposición. Basada en una conciencia de superioridad racial e ideológica, esa élite permitió la participación del ejército gringo en lo que era en verdad una guerra civil. El final, después de millones de soldados y civiles muertos y heridos terminó con la salida –por la puerta trasera y tachonada de traiciones– de los estadunidenses y el triunfo de los norvietnamitas.

Sin asimilar las lecciones de esa derrota infame, y bajo liderazgos tal vez más engreídos y mentirosos, el ejército estadunidense volvió a ir a la guerra en diversos países. Lo hizo con la consigna de defender la democracia, la libertad, combatir el terrorismo y vengar ofensas. Toda una serie de pretextos para afianzar su hegemónico poder. Imbuidos en la creencia de la eficacia de su modelo de vida y gobierno, buena intención y hasta ayuda divina, se presentaron con sus superiores armas al rescate de naciones como Irak, Siria o Afganistán. Los destrozos y las matanzas fueron parte de la terrible realidad. No faltaron, ni escasean, los negocios montados sobre esos despojos. Hay que sumar ahora lo que han logrado en Ucrania. Todo se inició en esa devastada nación, porque había que cambiar la orientación de sucesivos gobiernos pro soviéticos o simplemente pro rusos malignos, por otros pro occidente. Mediante un golpe y rebelión azuzada por agentes y dinero estadunidenses (Mairán) se llevó a cabo lo deseado. Esas hazañas estadunidenses (ucranias y europeas) hicieron caso omiso de las líneas rojas de seguridad, establecidas por Vladimir Putin. La invasión fue inevitable. Una guerra proxy empezó para deleite del liderazgo gringo que entrevió a los rusos caer derrotados después de su incapacidad para sostener su intervención.

Esta serie de acontecimientos terribles hay que tenerlos como antecedentes fijos, ante el valiente ofrecimiento de Donald Trump: enviar a su poderoso y eficiente ejército tecnologizado para combatir y eliminar a los cárteles de narcotraficantes mexicanos. De nueva cuenta una altiva visión de la superioridad justiciera, organizativa y política que dará cuenta, con limpieza y buenas intenciones, de los delincuentes mexicanos. Una vez en ejecución, la contaminación sería inevitable y las consecuencias trágicas, también.

Dicho ofrecimiento, claramente intervencionista, provocaría un sinfín de hechos posteriores. El gobierno mexicano sería, ipso facto, uno débil, incapaz, subrogado. Su independencia caería bajo las consignas, enseñanzas, prácticas y dictados del inestable mando estadunidense. No sólo se abarcaría el combate a los cárteles, derivaría en toda una serie de exigencias adicionales: control y mando del Ejército, la Marina, Guardia Nacional, fiscalías y diversas policías. La soberanía nacional tendría un lateral centro de mando. Y así sucesivamente. Tal como ha sucedido en los casos arriba mencionados. La influencia trumpiana se iría extendiendo hasta ser la fuerza dominante, enlazada con los centros de poder estadunidenses que han probado, una y varias veces, su ineficaz operación: cegados, convenientemente, ante los extendidos consumos sociales de diversas drogas, incapacitados para atender a sus ciudadanos adictos, detener a sus traficantes y a la inmensa proveeduría de armas.

De permitir el ofrecimiento, habría una serie de consecuencias inevitables de muertes colaterales. Hechos de violencia que contaminarían la vida ya presionada de los mexicanos. Las conductas rijosas y violentas serían la normalidad y, los enfrentamientos entre mexicanos y estadunidenses frecuentes. Es por ello que la posición del gobierno mexicano de situar con exacta conciencia y energía al narcotráfico como un caso de la propia y exclusiva incumbencia, es prioritario y obligado. Caso, en efecto, que tiene ángulos adicionales que implican a distintas entidades policiacas, políticas y administrativas estadunidenses. Razones adicionales por las cuales, la cooperación, como expresado propósito de Estado, es lo prioritario y recomendable. El miedo, sin duda, existe y se sitúa como ingrediente a vencer apoyado en valores y objetivos libertarios. Esa es, en verdad, la continua lucha por la independencia, la dignidad y seguridad nacionales. Cosa muy distinta de prepotentes y envalentonadas posturas de élites externas, separadas de sus consecuentes e irresponsables destrozos y costos humanos.



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