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La Jornada: Tepoztlán en llamas


E

n lo que va de este año se han registrado dos grandes incendios en la cordillera del Tepozteco, en Morelos. El primero consumió 220 hectáreas de bosque. El segundo, aún sin controlar, lleva más de mil 600 hectáreas calcinadas. El humo y la ceniza ha llevado a que familias enteras se refugien en la Ciudad de México en busca de una mejor calidad del aire, algo que en otro tiempo sería propio de un cuento surrealista. Los daños a la biodiversidad son incalculables. Esas montañas son habitadas por más de 120 especies de aves, 35 de mamíferos, 27 de reptiles, más de 300 especies de hongos y una amplia diversidad de flora. También, de ella viven los campesinos que recolectan hongos, miel, frutos y leña. Para recuperar el hábitat afectado se necesitan procesos de restauración que tardarán más de 50 años.

Los grupos de guardabosques comunitarios siempre han sido claves para detener el fuego y este año no ha sido la excepción. A ellos se suman las redes populares que los alimentan, hacen acopio de víveres y herramientas. A diferencia de años anteriores, las autoridades municipales y estatales actuaron rápido y en coordinación con los grupos locales. Sin embargo, las fuerzas colectivas volcadas a detener el desastre han resultado insuficientes. Además, hay otros 15 incendios activos en el estado.

Las igniciones han avivado el debate en torno a la necesidad de mejorar los equipos y presupuestos federales para su combate. Se piden más helicópteros y se clama por drones cisterna (que no existen) para atender mejor eventos futuros. Sin embargo, la solución al problema debe buscarse en las causas y no en el estado de fuerzas para atender estos siniestros que, hasta hace poco, no eran tan recurrentes ni devastadores.

En 1997, en medio de la lucha contra la construcción de un club de golf, el pueblo tepozteco enfrentó un incendio sin ayuda alguna del gobierno. Murieron tres brigadistas y se consumieron 70 hectáreas de bosque. El hecho conmovió al pueblo y quedó marcado en su memoria como excepcional. Pero en años recientes los incendios han sido brutales. En 2022 consumieron 460 hectáreas, 520 hectáreas en 2023 y 127 hectáreas en 2024 (según Conafor). La explicación no está sólo en el estrés hídrico de la región ni en el cambio climático global.

En el marco de las dinámicas neoliberales de acumulación de capital, en los últimos 20 años Tepoztlán se ha convertido en uno de los destinos turísticos más importantes del país. Además de las masas humanas que atiborran las principales calles del pueblo, han aumentado la cantidad de hoteles en más de 1000 por ciento y la venta de tierras para construcción de casas de fin de semana o de renta en plataformas como Airbnb. Los lugares más codiciados están en el Valle de Atongo (por el agua subterránea) y las laderas de las montañas por su riqueza biológica y paisajística. Las zonas en que más ha crecido la venta legal e ilegal de tierras es San Juan Tlacotenco, Santo Domingo Ocotitlán y Amatlán de Quetzalcóatl, que son los lugares más afectados por los incendios. Los otrora campesinos hoy despachan cervezas y venden los fragmentos de tierra que les quedan.

En ningún incendio previo ha habido castigos ejemplares ni se han frenado las construcciones erigidas sobre las cenizas. El bosque ha dado paso a residencias de lujo, fraccionamientos habitacionales y sembradíos de aguacate. Si bien hasta ahora no se ha explicado el origen de estos últimos incendios, ellos ocurrieron justo en las zonas altamente codiciadas para la compraventa y en las que, hasta hace poco, se defendía su carácter inalienable.

Urgen políticas contundentes para frenar la especulación y despojo del territorio. Además, la aplicación estricta del artículo 97 de la Ley General de Desarrollo Forestal Sustentable, que prohíbe el cambio de uso de suelo por 20 años en zonas incendiadas. Se deben suspender todas las licencias de construcción en esa zona y prohibir terminantemente nuevas construcciones en el bosque. Se deben proscribir todas las cesiones de derechos agrarios hasta que no se convoque a un proceso transparente y democrático para la elección de autoridades comunales legítimas.

Cada incendio que ocurre en Tepoztlán, en contraste con las imágenes desgarradoras de la destrucción, salen a la luz potentes imágenes de las fuerzas comunitarias que han resguardado los montes, tierras y aguas por cientos de años. Esas potencias del pueblo hacen hasta lo imposible por frenar la destrucción y nutren la esperanza en medio del desastre. Pero en lo cotidiano esas fuerzas permanecen soterradas, apabulladas por la dinámica del turismo y por la venta de tierras que tiene entrampada a la mayoría de la población. Esas fuerzas que hoy emergen, indignadas y rebeldes, deberán quedarse así, activas, intransigentes y unificadas hasta que frenen el despojo de sus montañas, que son lo que le dan vida y sentido a ese pueblo.

* Filósofo



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