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oy, 15 de mayo, el país conmemora a una comunidad profesional cuya labor es clave en la construcción de las bases sobre las que se arraiga el desarrollo integral de toda sociedad. Día con día, los maestros prefiguran en el presente las sociedades del futuro, no sólo a través de la transmisión del conocimiento, sino como puentes de acercamiento del estudiantado con la realidad de sus contextos, mediante su contribución en la formación en valores ciudadanos, así como en la consolidación de un ethos de convivencia fraterna, pacífica y respetuosa, que se construye mediante la convivencia en el aula y con el testimonio de una vida puesta al servicio de los demás.
En el contexto de una realidad caracterizada por la incertidumbre, la crisis y la fragilidad política y económica, la docencia se mantiene como una luz que entraña oportunidades de esperanza de superación de las actuales condiciones de violencia, desigualdad y desequilibrio socioambiental. La apuesta por enseñar a las nuevas generaciones en un momento en el que el ecosistema de construcción y socialización del conocimiento se encuentra en una profunda reconfiguración que hace quizá más desafiante que nunca la labor docente, es un acto de profundo valor que nuestras sociedades están llamadas a reconocer como uno de sus principales activos y como una buena noticia.
El buen educador no suele predicar en abstracto; es la realidad inmediata la que suele ser el mejor punto de partida para la construcción de conocimiento pertinente que sea significativo y susceptible de ser apropiado por la persona que se educa. Esta imbricación con la realidad es la que puede permitir que la educación sea una gran potenciadora para la formación de actitudes, competencias y herramientas que fortalezcan las capacidades de las nuevas generaciones ante los problemas que deben enfrentar. Por eso la educación es reconocida como un derecho básico que es a su vez un derecho llave que puede permitir el goce de otros muchos derechos sociales; es pues, condición de posibilidad para la concreción de la igualdad, la justicia y la dignidad como realidad vivida.
Hoy, sin embargo, la educación atraviesa una difícil coyuntura en que la hegemonía de la racionalidad del mercado ha querido instrumentalizarla como mera herramienta técnica para satisfacer las necesidades del aparato de producción y circulación de mercancías. Fruto de esta concepción de la educación, los educadores han visto mermado el reconocimiento moral y social del que hasta hace poco gozaban como actores sociales claves. A esto se suma la gran velocidad con que las herramientas tecnológicas y digitales han facilitado el acceso a la información, lo cual ha desmonopolizado la socialización y autorización del conocimiento de los centros educativos, pero también ha debilitado las condiciones básicas de rigurosidad y confiabilidad del conocimiento circulante.
Frente a esta realidad, es cada vez más común escuchar que la tecnología y la inteligencia artificial remplazarán gradualmente al oficio de enseñar. Esta afirmación sólo podría ser cierta desde una mala comprensión de la labor docente y un desconocimiento de la integralidad que caracteriza al desempeño de la enseñanza. Los medios digitales y la inteligencia artificial facilitan el acceso a la información, y en el mejor de los casos son una gran herramienta para la transmisión del conocimiento, pero la docencia no se reduce a un mecánico ejercicio intelectual.
Todo proceso educativo requiere siempre de un intermediario y acompañante para que el contenido pueda aprenderse desde el ejemplo y el contexto específico, posibilitando así una mejor comprensión de la realidad y una mayor autonomía del educando para desenvolverse en su entorno como agente transformador. Así, el docente intermedia entre el conocimiento abstracto y su aplicación práctica en un contexto determinado, pero además es el encargado de abonar en el alumnado la germinación de la semilla del pensamiento crítico, como aquel que permite cuestionar la veracidad, pertinencia y vigencia de las ideas transmitidas.
Sin la función vital del docente, la educación se volvería un instrumento alienante. El pensamiento crítico y el aprendizaje significativo que se produce a partir de la experiencia educativa es crucial para formar personas capaces de encargarse de los desafíos de su entorno y, por ende, llegar a ser portadores de esperanza.
Es cierto que hoy la docencia enfrenta retos inéditos ante las tendencias de las nuevas generaciones que se encuentran sumergidas en el inmediatismo alentado por la digitalización de la vida, con crecientes necesidades socioafectivas ante la pérdida de horizontes de futuro y la dilución de las certezas prometidas por las ideas hegemónicas del desarrollo, y con un preocupante rezago académico producto de la pandemia. No obstante, y a contrapelo de las tendencias que plantean la obsolescencia de la educación, es en tiempos de incertidumbre cuando se necesita con mayor fuerza que una educación efectivamente forme a ciudadanos capaces de transformar su contexto.
En dado caso, lo que la crisis actual demuestra es la obsolescencia de una educación meramente bancaria que reproduce y deposita conocimientos abstraídos del contexto. Por eso hoy, con motivo del Día del Maestro y la Maestra, es preciso reconocer la labor de tantos que dedican su vida a sembrar esperanza en la sociedad a través de la educación comprometida y liberadora; una educación que forma a personas críticas capaces de incidir en su entorno; una educación que construye comunidades de aprendizaje y redes fraternas entre las nuevas generaciones y una educación esperanzadora que da testimonio de la posibilidad de vivir en primera persona y en plural la justicia, la igualdad, la inclusión y la paz.
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