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La matanza del Jueves de Corpus


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ste 10 de junio se cumple un aniversario más de la masacre cometida el Jueves de Corpus de 1971, cuando el gobierno de Luis Echeverría, a través de un grupo paramilitar, conocido como Los Halcones, golpeó y asesinó a decenas de estudiantes politécnicos y universitarios en la zona aledaña al Casco de Santo Tomás, en la Ciudad de México.

Así como el régimen dictatorial encabezado por Porfirio Díaz tuvo dos acontecimientos emblemáticos que desnudaron su naturaleza represiva contra los movimientos populares en las huelgas de Cananea y Río Blanco, también el régimen de partido de Estado construido por la corriente triunfadora de la Revolución, que se fue alejando progresivamente de sus orígenes revolucionarios y de la tradición reformista del gobierno de Lázaro Cárdenas, tuvo también dos fechas emblemáticas que mostraron con crudeza su naturaleza autoritaria, criminal y antipopular: el 2 de octubre de 1968 y el 10 de junio de 1971.

Esas dos represiones mostraron hasta dónde podía llegar el Estado mexicano, en el marco de la guerra fría, para ahogar a sangre y fuego protestas y movilizaciones democráticas de sectores estudiantiles urbanos. Desde luego, no eran las primeras represiones ni serían las últimas perpetradas por los gobiernos mexicanos en las décadas que van de 1940 hasta el fin de la guerra fría y aun después. El Leviatán posrevolucionario mexicano había reprimido, a veces con saña, rebeliones agrarias, huelgas y movimientos sindicales, así como a grupos urbanos de maestros, médicos y enfermeras. Había cometido asesinatos, encarcelamientos y persecuciones contra líderes y organizaciones campesinas, obreras, magisteriales y aun contra algunas protestas estudiantiles.

Pero el 2 de octubre y el 10 de junio fueron las represiones más visibles, más descarnadas y más cínicas, por su magnitud, contra miles de personas, por el costo en sangre, con cientos de muertos y heridos, y porque fueron represiones a la luz pública, ante los ojos de México y del mundo empleando toda la fuerza represiva del Estado, legal e ilegal, pues en ellas actuaron contra las movilizaciones policías, Ejército y tropas de élite, en el caso del 2 de octubre, y fuerzas paramilitares el 10 de junio, los tristemente célebres Halcones.

El Jueves de Corpus de 1971, los estudiantes decidieron organizar una manifestación en solidaridad con el movimiento estudiantil que defendía la autonomía en la Universidad de Nuevo León. La marcha en la Ciudad de México tenía un significado especial, pues trataba de recuperar el derecho a manifestarse en la calle, derecho que se había perdido después de la brutal matanza del 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco.

La manifestación salió ordenadamente del Casco de Santo Tomás. Cerca de 10 mil jóvenes partieron, gritando consignas y portando mantas en favor de la libertad y la democracia. Al llegar a la avenida De los Maestros la marcha fue detenida por un bloque de granaderos, quienes los dejaron pasar una vez que el contingente estudiantil entonó el Himno Nacional. Era una trampa. Metros más adelante fueron agredidos por jóvenes armados con varas de bambú, rifles y pistolas, rapados, quienes gritaban “¡ Che, Che, Che Guevara!” mientras los agredían. La marcha se dispersó. Muchos jóvenes cayeron heridos en las calles; muchos de sus compañeros que trataban de ayudarlos fueron heridos por los francotiradores apostados en los alrededores. Por más de cinco horas siguió la persecución en esa zona. Incluso, se allanó el hospital Rubén Leñero para sacar y llevarse por la fuerza a estudiantes heridos o para rematarlos. Decenas de personas fueron asesinadas; centenares más fueron heridas y golpeadas, incluyendo periodistas y gente civil que pasaba por ahí.

La matanza del 10 de junio de 1971 fue perpetrada por el gobierno del presidente Luis Echeverría, quien trató de presentar lo ocurrido como una pugna dentro del régimen en la que los emisarios del pasado, como los calificó, habían montado una provocación para afectar a su gobierno. Sin embargo, esa mentira fue inmediatamente desenmascarada por los jóvenes sobrevivientes y por muchos periodistas y fotógrafos que presenciaron los hechos y denunciaron valientemente en sus periódicos y revistas lo que vieron y fotografiaron.

Quedó así al descubierto la existencia de un grupo paramilitar, Los Halcones, reclutados y entrenados especialmente por el gobierno como una fuerza de choque, quienes fueron los autores materiales de la masacre. El halconazo fue un crimen de Estado, organizado desde la cúpula del poder para impedir las libertades políticas y la lucha democrática. Cincuenta y cuatro años después, ese crimen sigue impune. Ninguno de los autores materiales ni intelectuales fue investigado ni castigado. La impunidad que caracterizaba al régimen entonces vigente protegió a los asesinos y jamás se preocupó por las víctimas. No obstante, la verdad del crimen cometido pudo conocerse y evidenciarse y se desmontó la mentira del gobierno de Echeverría. El ejemplo de los estudiantes caídos el 10 de junio no se olvida, y sirvió para impulsar la lucha democrática por una sociedad más justa, con más libertades y derechos en los años siguientes.

*Historiador



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