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La mezquindad empresarial fomenta desastres naturales


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or tierra, mar y aire. Sin piedad, el planeta es bombardeado por una subespecie de homo sapiens, sapiens: los empresarios. Su función es explotar y obtener beneficios de cuanto está en, sobre y bajo la superficie. Flora, fauna y el aire que respiramos. Nada se les resiste, incluyendo el troceado del ser humano. Comercio de riñones, ojos, hígados, pulmones, hasta lo banal. Implantes de pelo y cirugía estética. Su razón de existir: acumular riquezas y poder. Lo uno y lo otro suelen complementarse. La condición de empresario, obliga a renunciar a cualquier principio ético, asentado en el interés general y el bien común. Son gente sin escrúpulos. La educación, la sanidad, la vivienda, el hambre, la religión, el sexo, el arte, el deporte, la procreación, la guerra, la vida y la muerte son mercancía, una opción para enriquecerse. No tienen remordimientos ni conciencia. En este campo de condiciones marcan el terreno de juego. Mejor dicho: imponen las reglas bajo coacción, amenazas y el uso de la fuerza. Son las formas de dominación inherentes a la explotación capitalista. Sólo hace falta ocultar la violencia estructural del sistema y encubrirla legalmente.

Las leyes, iguales para todos, deben mutar en una administración de justicia a su medida. Mientras las clases populares carecen de recursos, y la mayoría de sus abogados lo son por razones éticas y convicciones democráticas, los empresarios tienen acceso a grandes bufetes. Cuentan con especialistas en todas las ramas del derecho. Duchos en la defensa de siniestros provocados por compañías eléctricas, farmacéuticas, aseguradoras, alimentación, hidrocarburos, armamentísticas, transporte marítimo, terrestre o aéreo, sus servicios son bien recompensados. No importan las muertes que hayan provocado. Pueden comprar voluntades, corromper jueces, fiscales, testigos, haciendo interminable el procedimiento judicial. Como empresarios, participan del poder y cuentan con el aval del sistema. Si por algún casual sufren condena, hallarán la fórmula para escabullirse. Pagan grandes indemnizaciones, pero siguen actuando, sin variar un ápice sus comportamientos corruptos. Algunos casos: vertidos químicos de empresas mineras en ríos y lagos. Productos cancerígenos en la fabricación de alimentos, cosméticos, bebidas y tabaco. Uso de adictivos, opiáceos, en medicamentos. Insecticidas, pesticidas y antibióticos en plantaciones, cultivos de maíz, trigo, soja, frutales, piscifactorías, granjas avícolas y ganaderas o contaminación atmosférica. Todo por la pasta.

Consejos de administración y representantes de trasnacionales están conscientes de sus delitos, actúan a sabiendas. Se sienten intocables. Impulsores del progreso con mentalidad ganadora. Sus historias se publicitan como ejemplo de perseverancia. Son emprendedores. Weber, ese genio de la sociología, tan lejos de los marxistas y tan cerca de Marx, desnudó la lógica empresarial, al señalar que su función consiste en explotar y expropiar al trabajador de toda capacidad de participar en el proceso de toma de decisiones. Sólo les mueve rentabilizar su inversión. Cualquier intromisión, dirá, “ajena a la explotación es […] una irracionalidad”. Para ser buen empresario, sentencia, es obligada la expropiación de la totalidad de los trabajadores de la propiedad de los medios de producción. Sólo el beneficio y su ambición definen su ethos.

Los desastres naturales tienen poco de naturales. Las catástrofes originadas por terremotos, riadas, incendios, tsunamis son imprevisibles. Sin embargo, es posible minimizar sus efectos. Parafraseando a Francis Bacon, la mejor manera de controlar la naturaleza es conocer sus leyes. Agregaría, y anticiparse a los efectos. Los apagones que han dejado sin luz a países o regiones enteras en Chile, España, Portugal o Francia. Las dana, que han causado cientos de muertos en Valencia. Los incendios recurrentes en California y sus víctimas son resultado de hechos en que se entremezclan el cambio climático y un orden social en el cual prima la mezquindad empresarial por encima del bien común e interés general. Los servicios públicos han sido privatizados y las obras públicas entregadas a empresarios. Así sólo prima el interés de la ganancia. Recuerde, más allá de ser buenos padres, esposos, amigos, la mentalidad empresarial consiste en explotar y acumular dinero. Sus beneficios los obtienen de abaratar costes y sobrexplotar la fuerza de trabajo. Se llame Slim, Botín, Musk, Gates, Zuckerberg, Bezos, Amancio Ortega, Iris Fontbona, Jorge Lemann, Eduardo Saverin, Marcos Galperín, Vladimir Lisin, Pavel Durov o Gennady Timchenko. Da igual si emergen al mundo bajo el eufemismo de sociedades anónimas. Iberdrola, HSBC, Endesa, Repsol, Nestlé, Bayer, Samsung, Chevron, Exxon Mobil o Lockheed Martín. Tras de sí, una huella imborrable, desastres medioambientales, lavado de dinero, evasión de impuestos a paraísos fiscales y muchos crímenes, producidos por avaricia empresarial.

Pero ellos siempre se justifican. La responsabilidad es de otros. El informe que no llegó. El capitán del barco que encalló. El empleado que presionó la tecla equivocada. Siempre excusas. Es hora de aclarar entuertos. No se puede dejar al albur de empresarios mezquinos la producción de electricidad, ni menos que sean dueños de los recursos hídricos, los transportes y las vías de comunicación. No son un negocio. El Estado tiene la responsabilidad de ofrecer servicios públicos de calidad, en sanidad, educación, vivienda y jubilaciones dignas. Mientras la empresa privada esté al mando, es imposible no sufrir las consecuencias de su desidia. No cuidan las instalaciones, invierten, recortan plantilla, pagan sueldos de miseria y emplean subcontratas. Así, cualquier fenómeno natural multiplica por 10 su poder destructor. Un incendio, una tormenta, un terremoto, desnudan las vergüenzas de quienes sólo buscan su beneficio económico a costa del sufrimiento de la ciudadanía. Si no se revierte el estilo neoliberal de desarrollo, los desastres dejan de ser naturales, siendo consecuencia y responsabilidad de empresarios y políticos ávidos de ganancias. No lo olvidemos.



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