Por Fátima Meléndez Gómez
Las plataformas de streaming han transformado el consumo de la industria musical en el mundo; una de sus ventajas es la democratización al acceso de producciones y la posibilidad para que artistas que no pertenecen a grandes sellos lleguen a audiencias masivas. Sin embargo, detrás del aparente progreso persisten desventajas, como las desigualdades que afectan a diversos y diversas cantantes, sobre todo en países como Estados Unidos, donde históricamente se ha luchado por abrir espacios para intérpretes marginales.
Algunos ejemplos recientes han sido las acusaciones de racismo contra la poderosa industria musical, que no solo se manifiesta en la falta de reconocimiento o la categorización forzada de ciertos géneros, sino también en la falta de transparencia en algoritmos de plataformas como Spotify, Apple, Amazon y YouTube Music, entre otras. Casos como los de Tyler, The Creator, Kendrick Lamar y Beyoncé muestran cómo el sistema y las audiencias siguen perpetuando estereotipos y limitando la expresión artística de los músicos afroamericanos.
Desde que se popuarizaron las plataformas de transmisión de música online, diversos y diversas integrantes de la industria las utilizan para generar ingresos, pero durante años se ha denunciado que es muy precaria la remuneración y es desigual la repartición de ingresos por reproducciones. ¿La razón? Se habla de un mercado que está saturado y que remunera precariamente a artistas independientes.
Spotify, una de las líderes para el streaming de música, ha anunciado que tiene estrategias para combatir la discriminacion sistémica de la industria musical a través de diversas acciones. Sus voceros afirman que se encuentran en constante diálogo con artistas y trabajan en conjunto para lograr más reproducciones y obtener una mayor remuneración por sus reproducciones, además de realizar listas de reproducción especiales para resaltar a artistas de color y negros.

Foto: Freepik
Las audiencias buscan una guía en los nuevos espacios sonoros digitales, permitiendo que las selecciones de las plataformas funcionen como las nuevas guías en la industria, ya que deciden quienes figuran en las listas de popularidad, en las recomendaciones y se les ha acusado de que sus algoritmos pueden estar ligados con disqueras y productoras musicales líderes, es decir la payola del Siglo XXI.
Otra problemática se trata de la categorización de los artistas en diversos géneros de acuerdo a su historia. En 2020, por ejemplo, el cantautor estadounidense Tyler, the Creator ganó el Grammy a Mejor Álbum de Rap por IGOR, un disco que exploraba géneros como el R&B, el soul y la música electrónica, a pesar de no estar enfocado en el rap. Aun así fue catalogado como tal por los organizadores de dicho premio.
También el compositor y activista Kendrick Lamar ha sido una de las voces más críticas sobre la discriminación en la música y la sociedad en general. Su álbum de 2015, To Pimp a Butterfly, ha sido considerado como un testimonio del racismo estructural en Estados Unidos. Canciones como Alright se convirtieron en himnos del movimiento Black Lives Matter, pero también enfrentaron censura en radios y menor promoción en playlists algorítmicas, debido a sus letras explícitas sobre brutalidad policial y resistencia, así lo afirmaron sitios especializados como Complex.
En este sentido, las acusaciones al algoritmo son porque se le permite “decidir” qué contenido es “aceptable” para las masas, mientras canciones violentas de artistas blancos o de otros orígenes étnicos pueden no recibir el mismo trato, las consideraciones se orientan a que el discurso político de un rapero negro puede reducir su alcance. En un ecosistema donde la visibilidad lo es todo, estas decisiones afectan directamente el impacto de su música.
Kendrick Lamar ha viralizado sus mensajes en contra de las políticas actuales en Estados Unidos en sus presentaciones. Por ejemplo, durante el show de medio tiempo en el Super Bowl de 2025, Lamar decidió hacer uso de sus letras, escenografía, bailarines de apoyo e invitados especiales como Serena Williams y Samuel L. Jackson para reafirmar su lucha y activismo político a través de la música. La presentación ha sido una de las más discutidas en prensa y redes sociodigitales y muchas audiencias han simpatizado con las letras de Lamar, aplaudiendo el uso de una plataforma global como una transmisión de uno de los eventos deportivos más vistos a nivel mundial.
El caso de Beyoncé es particular, pues incluso con su estatus, ha peleado por el reconocimiento en espacios dominados por artistas blancos. Su última producción Cowboy Carter (2024) es la primera aproximación de Beyoncé al género Country, un disco que le permitó ganar su primer Grammy a Mejor Álbum del Año y Mejor Álbum Country. Sin embargo, las críticas fueron despiadadas desde las audiencias, quienes expresaron su descontento al no considerar a la cantante como una artista Country, ya que ella se había dedicado al pop, R&B y hasta rap durante su carrera.
Este debate en redes sociodigitales remarcó que existe un sesgo y encasillamiento de parte de las audiencias al considerar que únicamente ciertos artistas pueden producir géneros musicales específicos. Beyoncé ha logrado superar estos obstáculos, pero no todos los artistas negros tienen un nivel de control como el de ella sobre sus producciones musicales y no cuentan con una comunidad de fans tan importante, como la Bey Hive de la artista originaria de Houston.
El racismo en la industria musical ha evolucionado con el uso de herramientas tecnológicas. Ya no es solo una cuestión de acceso a radios o disqueras, sino de cómo los algoritmos categorizan, limitan y promueven la música. Las plataformas de streaming pueden amplificar o silenciar voces, y hasta ahora parece que, más que democratizar, han reforzado dinámicas que benefician a ciertos artistas, mientras marginan a otros.
Aunque existen plataformas que son mucho más justas con los intérpetes, como Bandcamp, no es suficiente. Para que la diversidad musical sea real es necesario cuestionar cómo la codificación humana permite a los algoritmos favorecer géneros y artistas, además de exigir mayor transparencia en sus procesos de curaduría y recomendación. El talento de artistas como Tyler, the Creator, Kendrick Lamar y Beyoncé no necesita validación, pero su lucha por reconocimiento evidencia que la industria sigue funcionando con reglas desiguales. Si la música es un reflejo de la sociedad, entonces el streaming es solo otro espejo del racismo estructural que aún nos golpea.
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