¿Te imaginas sostener en tus manos el cerebro de Einstein? Impresiona solo pensarlo: tener entre tus dedos el órgano que dio origen a algunas de las teorías más importantes de la historia de la Física. Pues bien, para Marian Diamond, sin embargo, no era algo una situación ficticia que pudiera imaginar, sino que parte de su rutina científica. Gracias a su investigación con el cerebro del físico alemán, logró demostrar que este órgano posee una plasticidad, es decir, una capacidad extraordinaria que le permite, nada menos, que rejuvenecer.
DE JOVEN CURIOSA A BRILLANTE CIENTÍFICA
Nacida en el año 1926 en Glendale, California, Marian Diamond creció en una familia acomodada que fomentaba la formación y el aprendizaje. En un ambiente como este, no fue extraño que la pequeña desarrollara una enorme fascinación por la biología y por el funcionamiento del cuerpo humano, la cual la llevó a encaminar su formación alrededor del mundo de la ciencia. No obstante, aunque su familia la apoyó de forma incondicional, encontró una barrera fundamental: en plenos años 30, las mujeres científicas eran una enorme minoría y muchas puertas todavía no habían sido abiertas.
No obstante, siempre puso su ambición por delante: estudió en la Universidad de California, en Berkeley, especializándose posteriormente en investigación y análisis del cerebro. Se trataba de un momento en el que se creía que la estructura cerebral no se modificaba después de la infancia; pero Marian, cuanto más se adentraba en el campo, más firmemente creía que esto no era así y que el entorno podría tener la capacidad de influir en la forma y función del cerebro.
ESTUDIANDO EL CEREBRO DE EINSTEIN
Sin embargo, hasta casi la década de 1980 no llegó uno de los momentos más icónicos de su carrera, que marcó por completo sus aportaciones en este ámbito: Marian tuvo acceso a una de las muestras de tejido cerebral de Albert Einstein. Emocionada, comenzó a estudiar meticulosamente la muestra y, al cabo de poco tiempo, descubrió algo realmente sorprendente: la región del cerebro encargada del razonamiento matemático y la imaginación tenía una cantidad inusualmente alta de células gliales.
Hasta ese momento, ese tipo de células habían sido completamente subestimadas, pero el trabajo de Marian demostró que eran realmente fundamentales en lo que respecta al soporte y a la comunicación neuronal. Concretamente, el hallazgo de Marian desafío la creencia predominante de que la inteligencia dependía exclusivamente del número de neuronas, y colocó el foco en el papel del entorno y el aprendizaje de la estructura cerebral.
Basada en esas hipótesis, Marian Diamond sugirió finalmente que la estimulación intelectual constante podría llegar a fomentar la proliferación y la actividad de estas células, un concepto revolucionario en aquel momento. Y, como era natural, este descubrimiento generó un gran interés científico y mediato: la investigación demostró que el cerebro de un genio no era simplemente una cuestión de nacimiento, sino también el resultado de un entorno y hábitos intelectuales.


Fotografía de Marian Diamond en su laboratorio en el año 1983.
LA NEUROPLASTICIDAD
No obstante, su investigación no se detuvo únicamente en Einstein. Marian Diamond también realizó otros experimentos en ratas, en los cuales demostró que aquellas que vivían en entornos enriquecidos con estímulos tenían un cerebro más desarrollado que aquellas en ambientes empobrecidos. Es decir, los roedores con mayor exposición a desafíos cognitivos presentaban un aumento en el grosor de la corteza cerebral, lo que confirmaba que el cerebro podía realmente cambiar y mejorar en respuesta a una estimulación adecuada.
Estas ideas, analizadas profundamente durante varios años, fueron las que llevaron a Marian a plantear el concepto de la neuroplasticidad, es decir, la capacidad del cerebro para modificar su estructura y sus funciones en respuesta a unas u otras experiencias. Y, aunque se diga rápido, estar afirmaciones fueron realmente rompedoras: antes de sus estudios, se pensaba que el cerebro era un órgano estático, pero ella demostró que, en verdad, tenía la capacidad de evolucionar a lo largo de la vida.
Incluso, sus hallazgos llegaron más allá de la propia investigación. El trabajo de Marian influyó enormemente en áreas muy diversas, como la educación, la rehabilitación neurológica o la comprensión del envejecimiento cognitivo, abriendo la puerta a nuevas estrategias para mejorar la salud mental mediante el aprendizaje continuo o la estimulación mental.
UNA MENTE INCANSABLE
El impacto de los descubrimientos de Marian fue incontable. Con trabajo y pasión, demostró que el cerebro podía rejuvenecer con el aprendizaje, la actividad física y la interacción social. Si investigación sentó las bases, unos años posteriores, para el estudio de la plasticidad cerebral en humanos y transformó la manera en que entendemos el envejecimiento cognitivo.
Pero, a lo largo de su carrera, Marian fue mucho más que una investigadora prolífica: también se convirtió en una gran docente. Con su característico sombrero y una sonrisa siempre adornando la cara, Marian inspiró a generaciones de estudiantes mientras explicaba algunas de las maravillas del cerebro humano, convencida de que, con los hábitos adecuados, cualquiera sería capaz de mejorar su mente.
Finalmente, Marian Diamond falleció en 2017, dejando tras de sí un legado indeleble. Gracias a su trabajo, hoy sabemos que el cerebro no está destinado a un declive inevitable, sino que, con los estímulos adecuados, puede seguir creciendo y evolucionando hasta el último día de nuestra vida.
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