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Más de 2,5 millones de personas han asistido a un concierto de Lady Gaga. No es una excelente noticia para la música


Si alguien se preguntaba si el fiasco en taquilla de ‘Joker: Folie à Deux’ iba a repercutir negativamente en la carrera de Lady Gaga, este fin de semana la artista se ha encargado de demostrar que no ha sido así batiendo un pasmoso récord mundial: unos dos millones y medio de personas, según fuentes de Lady Gaga, se congregaron en Río de Janeiro para un directo de la artista. Es la mayor cantidad de público jamás reunida para una cantante femenina, superando así la cifra que previamente ostentaba Madonna con 1,6 millones de personas.

Abracadabra gratis. La artista tocó en la playa de Copacabana ante estos dos millones y medio de espectadores, y llegó a agradecer la presencia de la multitud en directo. En los días previos, la fiebre por la cantante, que lleva en el país preparando el evento desde el pasado martes, se ha apoderado de Brasil. Lady Gaga llevaba 12 años sin dejarse ver por el territorio, y aprovechó para revisar todos sus grandes éxitos, incluyendo algunos de su último superventas, ‘Mayhem’.

Después de ser cabeza de cartel en Coachella y de dar este histórico concierto, la cantante se dirige a Singapur. Poco después dará comienzo la gira mundial para promocionar su último disco.

Más macroconciertos. El eco que ha tenido el concierto de Lady Gaga no tiene nada de extraño: el macroconcierto es, paradójicamente, la nueva unidad de expresión de la música. Mastodontes mediáticos con un despliegue de medios solo al alcance de los más grandes y que son el equivalente musical de las películas-evento de Marvel. Su rentabilidad está fuera de toda duda: en España en 2024, la música en vivo ingresó un 25,32% más que el año anterior, 725,6 millones de euros. Esta tracción al alza solo es posible en términos de grandes eventos y conciertos en recintos gigantes.

El auténtico negocio. Podemos saltar a una escala global: según datos de Pollstar, solo los 100 tours más exitosos del mundo (es decir, todo macroconciertos) alcanzaron una recaudación conjunta de 9.500 millones de dólares. Si tenemos en cuenta que a nivel global, la industria de la música facturó 29.600 millones de dólares en 2024, podemos hacernos una idea de lo importante que es esta parte del negocio: prácticamente un tercio del total. Añadamos otro matiz: en 2023, los conciertos y macroconciertos generaron 304 millones de euros en España, pero su impacto económico real fue de 2.200 millones de euros.

Las cifras se multiplican en proporción a escala global, y se entiende por qué a la industria le interesa respaldar los grandes eventos, por costosos que sean.

El rodillo del macroconcierto. Los macrofestivales y macroconciertos se han convertido en un monstruo completamente autónomo y al margen de los movimientos de la industria. Sin duda, esta nueva normalidad de la industria ha afectado, sobre todo, a los conciertos más pequeños y a las propuestas más modestas. Como dice Nando Cruz, autor del ensayo ‘Macrofestivales’, “la pena es que la posibilidad de disfrutar de la música en vivo sea únicamente en recintos con 40.000 personas, pantallas de vídeo, grupos solapados. Deberíamos poder tener otras maneras de consumir música en vivo porque yo creo que esto no genera público para la música, sino en todo caso para más festivales”.

Más dinero no implica crecimiento. O dicho con cifras, los números de Pollstar de 2024 arrojan una paradoja. Mientras que los ingresos de los conciertos aumentaron en número un 8,7 % en comparación con el mismo período de 2023 y el propio número de espectáculos aumentó un 16,7 %, lo que sugería una industria en expansión, ese crecimiento no es uniforme. Por contra, el ingreso bruto promedio por espectáculo cayó un 6,9 % y el número promedio de entradas vendidas por espectáculo disminuyó un 14,9 % (qué quiere decir esto: que en un año las entradas han subido notoriamente de precio).

Trabas para las salas. Todas estas cifras apuntan a una dominación de macroeventos y macroconciertos en el panorama musical. Y no hace falta irse a los números específicos: en Madrid, los esfuerzos institucionales se vuelcan en la reapertura del Santiago Bernabeu y en una lucha con Barcelona por ver quien organiza el evento más gigantesco. Mientras, la legislación para las salas y eventos pequeños es extremadamente exigente, con limitaciones de aforo muy notorias, y los organizadores de conciertos más modestos se encuentran con trabas continuas para acceder a subvenciones específicas o para garantizar la supervivencia de sus negocios.

El artista pierde. Los propios artistas en grupos no ya pequeños (que a menudo tienen que pagar tarifas por el alquiler de salas de conciertos), sino de impacto medio y a veces alcance internacional, salen perdiendo con la comparación. La británica Kate Nash hablaba de cómo después de una gira por salas de tamaño medio podía llegar a perder 50.000 libras. Hace unas semanas, el grupo de Gales Los Campesinos! desgranaba los costes de girar fuera de su país, y por mucho éxito que tuvieran, las cuentas difícilmente cuadraban. Los españoles Viva Belgrado hablaban de cómo llenaban la sala La Riviera y salas de Tokyo y no podían vivir de la música.

Son solo algunos ejemplos que delatan una situación que quizás no tenga marcha atrás. El monstruo de los macroconciertos devora la escena más modesta, y no es tanto un problema de impacto popular (¡dos millones y medio de personas!) o ingresos para la industria, sino de algo tan sencillo y esencial para la supervivencia de la música como que sigan existiendo grupos que compongan nuevas canciones, y que hagan evolucionar el medio más allá del castillo de fuegos artificiales.

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