No tiene la culpa el indio…
José M. Muriá
L
a primera vez que oí hablar a don Ernesto Zedillo Ponce de León fue en 1992, cuando vino a Guadalajara para participar, en nombre del Gobierno de la República, a efecto de conmemorar algo que carecía por completo de sentido: el Bicentenario de la Real y Literaria Universidad de Guadalajara, misma que había desaparecido por completo del mapa más de 120 años antes, no tuvo una existencia continuada desde 1792, ni dio nunca buenas señales de vida.
Fue una movida de quien era el rector de la Universidad de Guadalajara –nacida en verdad en 1925 y fundada por el gobernador de entonces, José G. Zuno–para hacer una gran fiesta y conseguir la presencia y el consecuente respaldo del Secretario de Educación Pública.
Fue un verdadero margallate celebrar una longevidad institucional con base en la edad de una institución totalmente diferente y, para colmo, fallecida hacía mucho.
Quien preparó el discurso oficial del ministro debe haber pasado apuros y, claro, no pudo evitar poner en boca de su jefe algunas verdaderas barrabasadas.
Lo que pensamos entonces fue que no tenía la culpa el indio sino el que lo hizo compadre
. Un par de años después vivimos la tragedia del asesinato en Tijuana de Luis Donaldo Colosio, mismo que no se ha esclarecido por completo aún, lo cual deja la sensación de que los culpables eran gente de muy arriba… De acuerdo con las leyes, de los esclarecidos adláteres del presidente Salinas, quien mejor podía convertirse legalmente en candidato a la presidencia de la República por lo que quedaba del PRI, era precisamente el doctor Zedillo, pero en términos beisboleros, puede decirse que lo agarraron fuera de la base
.
El suscrito fue un buen día convocado a grabar un programa de TV en que se supone que interrogaríamos al novel candidato con preguntas duras
para que el público se forjara una imagen más sólida de él.
Yo fui el primero en hablar y le pregunté sencillamente ¿por qué quería ser presidente? Fue un error de mi parte: su respuesta resultó un galimatías que dio lugar a que, a fin de cuantas, el programa nunca saliera al aire. Creo que fue lo mejor.
El caso es que el hombre no había tenido entonces ni tiempo para reflexionar en ello. Debe haber sido una decisión del presidente Salinas de Gortari que, a lo mejor, ni siquiera se la consultó al interesado.
Hay coincidencia general en que los primeros años de Zedillo en la silla presidencial resultaron bastante desastrosos. La popularidad general era bajísima, aunque debe reconocerse también que al mediar su sexenio empezó a recuperarse y a crecer la opinión a su favor. Sin embargo, el caso fue que las simpatías del PRI no dejaron de menguar y fue él, no sabemos si con gusto o no, quien dejó el espacio en el trono
al peor partido de oposición posible y a un personaje deplorable.
Podremos criticar mucho a Zedillo, pero no pude desestimarse que era un hombre prudente y discreto. Todo lo contrario que su nefasto sucesor.
A lo largo del cuarto de siglo que ha transcurrido, con frecuencia ponderamos y aplaudimos su silencio, aunque no pudimos negar los desgarriates que dejó y su solidaridad con ciertas empresas extranjeras que resultaron favorecidas por él y supieron compensarlo…
No sería remoto que hubiera sido por indicación de su antiguo jefe que se haya decidido acabar con su, para todos, benéfico mutismo, arremetiendo contra nuestro gobierno actual.
Nos queda la sensación de que no tiene la culpa el indio sino el que lo hace compadre
y esconde la mano después de tirar la piedra.
En 1994, cuando asumió la presidencia de la República, el doctor Ernesto Zedillo Ponce de León tenía 43 años: quizás era demasiado joven. Ahora tiene casi 75: tal vez sean muchos…
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