E
l octogésimo aniversario de la Victoria en la Gran Guerra Patria no es sólo una fecha. Es un punto de apoyo desde el cual nace la conciencia nacional, se restaura la continuidad histórica y se forma el rumbo del futuro. Cuanto más lejano se vuelve 1945, más claramente sentimos: estamos nuevamente en la primera línea de una lucha, esta vez por la memoria, el sentido y la verdad.
La victoria sobre el nazismo en 1945 no fue casual –fue el resultado de un valor sin precedentes, sacrificios colosales y fuerza moral–. La Unión Soviética desempeñó un papel decisivo en la derrota del Tercer Reich, pagando un precio terrible: millones de vidas, ciudades destruidas, destinos quebrados. Fue una victoria del pueblo, que no sólo se defendió a sí mismo, sino que liberó a pueblos enteros de la aniquilación. En este día también honramos a todos los pueblos que lucharon contra el nazismo, recordamos la unidad de la coalición antihitleriana y el precio común pagado por la libertad.
Hoy, esa Victoria vuelve a ser un blanco. En varios países europeos –incluidos aquellos donde durante la Segunda Guerra Mundial se luchó contra el nazismo– hoy se derriban monumentos a los soldados libertadores y se erigen memoriales en honor a quienes colaboraron con los nazis. En algunos de esos estados se glorifica de manera demostrativa a criminales de guerra, se distorsiona la cronología y las causas del conflicto, sustituyendo la liberación por la ocupación, y el nazismo por una supuesta resistencia
. Esto ya no es sólo una lucha por la interpretación, sino una renuncia a los principios morales, una peligrosa inversión del bien y el mal. Todo esto sucede con el silencio, e incluso a veces con el aliento, de las élites occidentales.
En estas condiciones, Rusia no puede ser sólo una espectadora. Por eso, el octogésimo aniversario de la Victoria es no sólo un tiempo de memoria, sino también un momento de elección política y moral. No es casual que la política estatal rusa hoy tenga como eje la preservación de los valores tradicionales –espirituales, morales, históricos–. Porque sin memoria es imposible construir el futuro.
Ochenta años no son pocos, y con el tiempo la memoria puede desvanecerse. Pero no entre nosotros. Conservamos archivos, apoyamos museos, transmitimos la verdad sobre la guerra a través de las escuelas, el cine, la cultura. Y lo más importante: defendemos esa verdad en el ámbito internacional. No lo hacemos por orgullo ni por nostalgia, sino por responsabilidad: porque olvidar la Victoria es permitir que el pasado se repita. Recordar es resistir al olvido y al engaño.
La Victoria no es sólo una página del pasado. Es la base de nuestra identidad nacional. Es una brújula moral que impide a las nuevas generaciones perderse en una época de falsificaciones y manipulaciones históricas. Y no permitiremos que borren esta memoria –ni por conveniencia política, ni por cálculos geopolíticos–. Porque hace 80 años nuestro pueblo ya eligió –entre el miedo y la libertad, entre la sumisión y la lucha– y venció.
Y hoy, ochenta años después, decimos: la verdad es más fuerte que el tiempo. Y seguimos estando del lado de la Victoria. Y la Victoria será nuestra.
* Embajador de Rusia en México
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