El último tema anunciado al terminar nuestra conversación de la semana pasada, fue el increíble aviso que el secretario de Comercio del gobierno trumpista, Howard Lutnick, dio a conocer desde la Casa Blanca, a unos cuantos días del inicio del nuevo gobierno. Se trató del éxito inusitado de la preventa del magnificente territorio de Estados Unidos (9 millones 833 mil 517 kilómetros cuadrados). La avant première, si bien se preveía como un éxito seguro, jamás nadie contempló la dimensión de lo que podía acontecer. El primer corte de caja es epatante. Dice el informe oficial: “EU vende mil visados dorados en un día”, estratosférica compra venta que significó un monto de 5 mil millones de dólares en una sola sentada, es decir, que cada visado tiene un valor de 5 mil dólares por cabeza. ¿Por cabeza? ¿Y si el comprador es un jeque árabe que pretende instalar una sucursal de su serrallo, gineceo o harem en Nueva York, Los Hamptons o Las Vegas? ¿O, si se trata de un cardenal pontificio, que harto ya de vivir sus devaneos a escondidillas en los recovecos del Vaticano, se propone adecuar a la época, el noviciado de un grupo de núbiles doncellas que sueñan con llegar ser la Madre Teresa de Calcuta? ¿Cuántas limosnas (por amor de Dios) debería colectar para darle una adelantadita al paraíso celestial? Ahora que, si estamos pensando maliciosamente y los visados son estrictamente familiares, habrá que aclarar a cuántos grados de nexos familiares alcanza el tápalo protector, pues sólo así podremos decir con certeza si la oferta supera nuestras posibilidades o, por lo contrario, se trata de una ganga que debemos aprovechar. Pero, en fin, dejemos este punto a un lado y vayamos a cuestiones de más calado. ¿Cuáles son las severas condiciones que el gobierno estadunidense exige cumplir, para el acceso a esta etapa que es, como quien dice, la vocacional para ingresar a la gloria eterna (y sin necesidad de examen de admisión)? La respuesta la contestó personalmente el presidente Trump a la prensa en el despacho oval de la Casa Blanca. “Vamos a vender una tarjeta dorada en unos 5 millones de dólares, y con ella los ricos llegarán a nuestro país, tendrán éxito, pagarán muchos impuestos y emplearán a mucha gente”. El presidente Trump continuó diciendo: es (la tarjeta dorada) “un camino hacia la nacionalidad para las personas y esencialmente para personas adineradas”. El secretario terminó diciendo que el programa lanzado por el mandatario estadunidense: “creará condiciones para que los extranjeros con mucho dinero abran negocios y creen empleos”. Si no hubiera leído esta noticia en diferentes diarios, no me atrevería a darla por buena e incluirla dentro de estos comentarios. El que un gobierno (el más poderoso y rico del orbe) eche abajo sus principios fundamentales, violente su propia legislación para otorgar a un extranjero su residencia permanente (y, de manera optativa, la nacionalidad), a cambio de un estipendio tan cuantioso como se quiera, me resulta de lo más indecoroso. ¿Les parece a ustedes que la columneta exagera? Pues lean la información que sustenta esta nota. Los emisores firmantes son Ap, Afp, Reuters e Independent: “Los oligarcas de Moscú, los cuales han sido sancionados por Estados Unidos desde la invasión rusa a Ucrania, podrían solicitar su participación en el programa, agregó el presidente”.
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Ortiz Tejeda: Nosotros ya no somos los mismos

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