¿E
s concebible un político que pasa 12 años de su vida recluido en una mazmorra infrahumana por ser militante de la guerrilla tupamara y puede mirar sin odios ni rencores? Sí, si pensamos en Pepe Mujica.
¿Es concebible un político que, contra el devastador desfondamiento de la vida comunitaria, mantiene y da vigor a su apuesta por el respeto, la política y la palabra? Sí, si pensamos en Pepe Mujica.
Un hombre sabio y cabal se ha dicho, que no se engañaba a sí mismo ni descalificaba al adversario con cargo a su indiscutible autoridad histórica. Asumía que, sin ser perfecta, la democracia era el único camino civilizado, capaz de construir y reconstruir sociedades enteras, como ocurrió con su patria.
Como lo recuerda la ex presidenta chilena Michelle Bachelet en un discurso ante jóvenes brasileños: La democracia está llena de defectos porque son nuestros humanos defectos, pero hasta hoy no hemos encontrado nada mejor. Por lo tanto, es fácil perderla y es difícil volverla a ganar. Tienen que cuidarla.
(El País, 14/5/24).
Hombre justo y cabal. Preocupado y ocupado por y en el hombre, la justicia social, el medio ambiente. Infatigable luchador social, humanista en cuerpo y alma, filósofo estoico consecuente hasta el final. Salido de la arbitraria y cruel prisión, abrazó con profunda convicción y envidiable destreza la necesidad de tejer acuerdos, establecer puentes que duraran.
Mirada amplia y severa, generosa y escasa que, esa sí, convertida en virtud pública y política, como lo han conseguido los uruguayos con Pepe a la cabeza, buena falta nos hace. Su ausencia se nos presenta a diario como lección dolorosa a medida que la política democrática se nos va como agua entre las manos. En aras de no sabemos qué razón histórica
se aplasta la deliberación entre distintos e iguales y se impone el eco maldito de la negación y el silencio como vehículos únicos del quehacer en la política y el Estado.
Descanse en paz el gran hombre de palabras, entendimiento y paz. Que sus paisanos lo lloren y sus pares lo honren. Y que el mundo se comprometa con su memoria y haga lo necesario para salvarse como humanidad y natura. Como lo quería este Gran Viejo.
Hablaremos más adelante del Plan Nacional de Desarrollo, recientemente aprobado en ignominioso fast track por una mayoría seducida por el poder y sus oropeles. Y de sus funestas consecuencias políticas, si es que los mandatarios se empeñan en el autoengaño y repiten que en sus decisiones siguen sus mandatos.
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