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Polémicas artificiales y el tratamiento amarillista de los videojuegos – Assassin’s Creed Shadows


Ya ha pasado el tiempo suficiente desde el estreno de la última entrega de la principal franquicia de Ubisoft, Assassin’s Creed Shadows, y parece que los datos de ventas son relativamente buenos. Quiero ser prudente con este tema porque la compañía gala ha sido bastante obtusa con la información y no ha ofrecido cifras tangibles: ni cuántas unidades ha movido ni cuánta recaudación en dólares ha conseguido. Tiendo a pensar que si los datos hubieran sido magníficos lo estarían gritando con furor desde los balcones y que si hubieran sido miserables habrían guardado un silencio absoluto y ya se habrían avenido a hacer grandes promociones o rebajas.

Por lo tanto, como no ha sido ni una cosa ni la otra, supongo que ha cumplido con las estimaciones más conservadoras de la compañía. Ni excelentes, ni terribles, como diría Anatoly Dyatlov, el supervisor de la Central Nuclear de Chernobyl durante el desastre, sobre los 3.6 roentgen. Pasará todavía un tiempo hasta que la imagen se termine de aclarar, pero lo que podemos concluir es que sigue habiendo gasolina de sobra en el depósito de la franquicia y que los pronósticos más catastrofistas han errado.

Ataques de mala fe

¿De dónde salieron esos pronósticos? No voy a hacer aquí un sumario de toda la colección de ataques que ha sufrido el juego porque me quedo sin espacio, pero son muchos y prolongados en el tiempo. Algunos de los momentos más lamentables incluyeron a varios tuiteros anglosajones haciéndose pasar por iracundos nacionalistas japoneses totalmente escandalizados por el protagonismo de Yasuke o la posibilidad de estropear la paz y armonía de los santuarios shinto desperdigados por el mapa del juego. Estos caballeros blancos se erigieron en guardianes de las esencias de Japón, su dignidad como nación y la superioridad de su cultura y su religión tradicional. Al final, el discurso terminó encontrando su réplica en las redes sociales japonesas y el asunto se elevó a la Dieta, el parlamento japonés en una polémica tan falsa como fascinante de la que se dijeron muchas mentiras en internet y que te aclarábamos en este no menos interesante artículo de Brenda Giacconi.

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Este hecho me hizo recordar algunas de las muchas controversias que he presenciado en mi vida. Desde la relación de Doom con los perpetradores de la masacre de Columbine, las diferentes cruzadas de Jack Thompson contra Grand Theft Auto, el caso del maltrato a la sufragista a Red Dead Redemption 2 o el pánico moral de cargos de la Unión Europea respecto al, por otra parte, mediocre survival horror Rule of Rose.

Todas estas polémicas incitaron un tratamiento amarillista por parte de la prensa generalista que distorsionó el sustrato mismo de las noticias y magnificó el alcance hasta unos límites difíciles de creer. Pusieron muchos palos en las ruedas en el reconocimiento cultural del medio y retrasaron en algunos países por lo menos una década y media la implantación de ecosistemas propicios a la generación de industria desarrolladora. Nadie puede dudar de que resultaron tan absurdas como dañinas y que nada bueno salió de todo eso. Con el ascenso de las generaciones que crecieron con videojuegos a posiciones políticas y de influencia social, pensé que por fin habíamos doblado un recodo en las posturas de mala fe sobre el medio. Y en cierta forma, lo hicimos. Lo que nunca podría haber anticipado es que la mala fe viniera ahora desde dentro.

El enemigo interno

Hay muchos que califican a estos incitadores de polémicas en redes de grifters o turistas del medio, gente más interesada en monetizar la indignación (outrage farming) y en propagar las guerras culturales que en reclamar videojuegos de mayor calidad. Es muy posible que sea el caso, pero lo que nadie puede negar es que estos ataques no vienen de periodistas boomers que nunca han cogido un mando de consola en su vida y que por lo tanto no entienden cómo funciona el elemento interactivo de los videojuegos: algo tan sencillo como que tú eres responsable de los botones que pulsas y que Red Dead Redemption 2 como tal no está haciendo un discurso de odio al movimiento sufragista ni, por extensión, al movimiento feminista actual. En este caso, lo entienden muy bien, y aun así presentan el fenómeno con este nivel de manipulación y tergiversación, sin ningún tipo de pudor, con toda la intención del mundo de provocar escándalo y generar polémicas artificiales. Las mismas malas artes de los muckrackers de antaño, esta vez desde dentro de la propia comunidad. El enemigo interno.

Tú eres responsable de los botones que pulsas y que Red Dead Redemption 2 como tal no está haciendo un discurso de odio al movimiento sufragista 

Los videojuegos son expresiones culturales de primer orden y ocupan un lugar preeminente en la cultura popular. Por lo tanto, entiendo completamente que estén en primera línea de batalla de las guerras culturales. No pienso escandalizarme de la reacción conservadora por la que estamos pasando en estos momentos cuando durante muchos años los movimientos identitarios de izquierda han tenido el campo despejado para hacer incursiones de todo tipo y han conseguido conquistar plazas relevantes. Esta tensión, este toma y daca, es el reflejo de un medio vivo, socialmente relevante. Siempre he pensado que el eslógan de dejar a los videojuegos al margen de la política era tan naif como irrealizable. A no ser que estemos hablando de juegos abstractos o puramente mecánicos, los juegos narrativos siempre van a incluir (para bien o para mal) consideraciones políticas. Y está bien que así sea. Lo contrario sería producto de un medio inerte, desechable, prescindible.

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Sin embargo, este tipo de soflamas provienen de un lugar de profunda deshonestidad intelectual. No buscan hacer una crítica legítima o enriquecer la conversación con diferentes puntos de vista. Se apoyan en falacias, en posturas de mala fe, en trampas dialécticas y en tergiversaciones interesadas. Su única finalidad es generar la mayor toxicidad posible, enturbiar el legítimo debate de la peor manera, embarrar todo. Generar confusión e iracundia. No hay reflexión sosegada posible, todo se hace desde las tripas, con un odio visceral y dobles estándares. ¿Dónde estaban todos estos indignados con el debido respeto a los símbolos religiosos en el pasado de la franquicia de Ubisoft? En Assassin’s Creed II había un personaje que combinaba su vocación de monja con la prostitución. En Valhalla directamente se incita a la quema de monasterios y al saqueo de relicarios y custodias, objetos sagrados en el catolicismo. ¿Acaso creen que la religión shinto merece una mayor consideración? A pesar del fetichismo que profesan por Japón (en parte, por su condición de hegemonía racial y cultural casi total), supongo que no. Simplemente es una bala más en la recámara contra el enemigo.

Este sensacionalismo doméstico ha venido para quedarse y más vale que las compañías lo asuman

Fue Umberto Eco el que estableció la dicotomía entre apocalípticos e integrados en su libro del mismo nombre en 1964. Recoge en sus páginas un análisis y un comentario sobre la cultura de masas, las corrientes aristocratizantes que se llevan las manos a la cabeza ante lo que no entienden y los curiosos que saben apreciar los méritos de los productos de la modernidad. Durante décadas hemos sufrido los ataques desde fuera de los apocalípticos. Ataques muy virulentos, torticeros y agotadores. Sin embargo, conforme se han ido calmando las aguas por puro recambio generacional, ha surgido una nueva fuente de agresión, esta vez desde dentro, de los que supuestamente estaban en nuestro bando.

Esta discordia interna es un profundo cambio de paradigma que por un lado anuncia la aceptación de los videojuegos en el ecosistema general de la cultura popular como un actor de pleno derecho y, por otro, una derrota taxativa del discurso intelectual en torno al medio. Y no deja de ser una paradoja porque se puede defender la posición de que los videojuegos son una actividad mucho más intelectual que otros por su exigencia, su complejidad o sus dimensiones formales. Me temo que este sensacionalismo doméstico ha venido para quedarse y más vale que las compañías lo asuman y estén dispuestas a defender sus posturas con convicción.

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