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Primero lo sufrieron los japoneses que viajaban a París. Ahora los turistas de Barcelona están enfrentándose al mismo problema


Durante siglos, la imagen que el resto del mundo tenía de Europa se limitaba a una única postal. Pese a las enormes diferencias que puedes encontrar de punta a punta en el Viejo Continente, cuando alguien de Estados Unidos pensaba en lo que había al otro lado del charco, la imagen que le venía a la mente era la de París. Cambia estadounidense por casi cualquier otra nacionalidad extranjera y verás un caso similar. Eleva la apuesta añadiendo un japonés a la ecuación y, además, tendrás ante ti uno de los efectos psicológicos más extraños que puedes encontrarte: el Síndrome de París.

Que alguien de Japón llegue a la ciudad de sus sueños y se sienta deprimido y desorientado ya era raro en 1986 cuando el término empezó a extenderse entre los especialistas de psicología, pero lejos de convertirse en un caso puntual el Síndrome de París es algo que ha seguido creciendo con el tiempo y que, incluso a día de hoy, está recogido en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales. Ahora corre el peligro de extenderse a otras ciudades y Barcelona está en su punto de mira.

Qué es el Síndrome de París

Recogido por primera vez por el psiquiatra japonés Hiroaki Ota, el Síndrome de París hace referencia al choque cultural que viven algunos turistas al visitar la ciudad francesa. Se habla de alucinaciones, ansiedad, taquicardias y un cuadro clínico que, lejos de ser una exageración, ya en los 90 acumulaba decenas de casos que habían sobrepasado el susto y la anécdota para terminar en hospitalización.

Aunque en realidad no se limita a ese grupo, es fácil ver por qué alguien de Japón es más propenso a verse afectado por el fenómeno por una cuestión de costumbres y cultura. Todo se reduce al impacto que supone enfrentarse a una realidad que poco o nada tiene que ver con la visión idealizada de París que se ha vendido a través de los medios y el cine durante décadas.

La romantización de París presentada por películas como Amèlie, Medianoche en París o Antes del atardecer, magnifican la idea de la ciudad hasta un límite frente al que resulta difícil estar a la altura, lo que deriva en unas expectativas profundamente aplastadas que ya no se limitan sólo a la ciudad francesa, sino a la idea de Europa en general.

Si los japoneses tienen cierta tendencia a ser más emocionalmente sensible al fenómeno es, precisamente, porque a nivel cultural y organizativo su país dista mucho de lo que se vive fuera de él. El ruido, la suciedad, la contaminación, la educación, la masificación… Las postales de París que pintan las películas evitan a toda costa dar a conocer esa otra realidad y, cuando un público especialmente sensible se topa con ello, el desastre es sólo cuestión de tiempo.

El nacimiento del Síndrome de Barcelona

El éxito de Amélie tuvo un impacto turístico sin precedentes por cómo romantizaba París y el barrio de Montmartre, pero la posibilidad de generar un ruido similar ya no se limita al mundo del cine. La fantasía generada alrededor del turismo de la mano de los influencers y las redes sociales sigue, de una forma mucho más masiva y peligrosa, una idea similar.

Si hace unos años el principal foco del problema parecía ser la India, con europeos arrepintiéndose de su decisión poco después de aterrizar en el país en busca de una experiencia y espiritualidad que distaba mucho de ser lo que prometían los gurús, ahora zonas como España se están enfrentando a un fenómeno similar. Sus playas idílicas, sus magníficos monumentos y su clima soleado quedan perfectos a través de un reel o una foto de Instagram, pero la realidad presencial de enfrentarse a la masificación que esas mismas imágenes han generado se ha convertido en un problema.

De los 94 millones de turistas que recibió España en 2024, el 60% se congregó en Andalucía, Canarias y Cataluña, lo que deriva en una excesiva atracción que, especialmente en el caso de Barcelona, ya ha generado problemas adicionales. Al choque de enfrentarse a lo que significa saltar de ese “wow” digital al “meh” presencial, se suma además cómo la ciudad se ha sumado a un boicot para frenar una masificación que ya supera a París o Nueva York.

Aunque el Síndrome de París apunta especialmente a la ciudad francesa, en realidad los especialistas reconocen que no se limita a ella y que, de hecho, puede terminar afectando incluso a quienes ya han visitado un lugar con anterioridad. A lo que nos vende el mundo del cine y los reels de Instagram también puede sumarse la propia memoria y, cuando nos enfrentamos a algo que no es exactamente lo que esperábamos, a veces la reacción va más allá de una simple decepción.

Imagen | Alexandre Coimbra en Midjourney

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