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saberes nacionales frente al prestigio importado


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a reciente firma de una carta de intención entre la Secretaría de Economía y el Institute for Innovation and Public Purpose (IIPP) de la University College London fue presentada como un paso hacia una transformación económica con justicia social y sostenibilidad. Según el comunicado oficial, se trata de una alianza para diseñar políticas públicas orientadas a misiones, bajo el enfoque promovido por Mariana Mazzucato.

Sin embargo, más allá del entusiasmo diplomático, este gesto revela una problemática estructural: la persistente subordinación intelectual que condiciona la formulación de políticas públicas en México.

¿Qué puede aportar ese instituto británico que no puedan ofrecer instituciones como el Centro de Investigación y Docencia Económicas, El Colegio de México, la Universidad Nacional Autónoma de México o los 26 Centros Públicos de Investigación? No es una cuestión de capacidad técnica, sino de jerarquías simbólicas: el saber validado en inglés sigue pesando más que décadas de pensamiento crítico producido en México.

Lo paradójico es que esto ocurre bajo un gobierno que se proclama soberano, progresista e innovador. Se enarbola un discurso de ruptura con el pasado neoliberal, pero se repiten sus mismas prácticas: consultar a Harvard ayer, a Londres hoy. La diferencia es de acento, no de lógica. El colonialismo epistémico permanece intacto, sólo que ahora se disfraza de modernidad crítica.

No se trata de negar los avances sociales del actual gobierno, sino de señalar que éstos pueden verse anulados si se reproduce, bajo nuevos lenguajes, el mismo patrón de dependencia. Porque la dependencia no es sólo económica o tecnológica: también es epistémica. Se recurre a universidades extranjeras sin establecer siquiera un diálogo con las nacionales. Y lo más grave: se ignora sistemáticamente a más de 46 mil integrantes del Sistema Nacional de Investigadores, muchos con obra y experiencia en política industrial, innovación y desarrollo. No se les consulta. No se les convoca. No cuentan.

Esto no es una anécdota, sino una expresión del colonialismo académico, como lo define Boaventura de Sousa Santos: la creencia de que el conocimiento verdaderamente válido sólo puede provenir del Norte global. Es lo que también advirtieron Pablo González Casanova y Enrique Dussel: la dependencia no sólo se manifiesta en la estructura productiva, sino también en la forma de pensar.

Incluso el enfoque de misiones que ahora se presenta como innovador no es ninguna novedad. Desde los años 60, pensadores estructuralistas como Celso Furtado, Raúl Prebisch y Osvaldo Sunkel defendieron el papel estratégico del Estado en el desarrollo. En México, figuras como Víctor Urquidi y José Luis Calva ya habían planteado propuestas semejantes. Pero en lugar de retomar esa tradición crítica, se la reintroduce con acento británico, sin memoria ni contexto.

Todo esto ocurre en el marco de una supuesta revolución de las conciencias que, en lugar de liberar el pensamiento nacional, lo rencauza hacia el centro imperial del saber. Esa revolución, si fuera auténtica, implicaría romper con las categorías heredadas, dejar de pensar desde paradigmas ajenos y recuperar la dignidad epistémica. Pero en la práctica, el discurso se ha vaciado de contenido: se importan modelos, se subordinan las decisiones al capital extranjero y se desmantelan las capacidades institucionales del país.

Peor aún: ni siquiera se está siguiendo con seriedad el modelo que se pretende adoptar. No hay un Estado estratégico comprometido con la reindustrialización, no existe una arquitectura nacional de planeación de largo plazo, y no se han creado las condiciones para impulsar misiones transformadoras. El enfoque de Mazzucato se invoca, pero no se implementa. Así, ni se consulta al saber nacional ni se aplica realmente el modelo importado. Lo que queda es un simulacro: una coreografía vacía que pretende modernidad sin tocar las raíces de la dependencia estructural.

Mientras, los Centros Públicos de Investigación enfrentan una precarización creciente. Según el diario El Economista (28/1/25), estos centros han sufrido una reducción acumulada de más de mil millones de pesos entre 2018 y 2025, siendo el recorte de 2025 el más severo: 521 millones de pesos menos, lo que ha afectado directamente salarios, becas y mantenimiento. La consigna es clara: importar discursos y desmantelar capacidades nacionales.

Colaborar con instituciones internacionales no es un error en sí. El problema es hacerlo desde la subordinación, ignorando a quienes han pensado este país desde sus márgenes y centros. La verdadera innovación no se decreta ni se importa: se construye desde la historia, la memoria y la soberanía intelectual. La revolución de las conciencias sólo será auténtica cuando dejemos de pedir permiso para pensar por nosotros mismos.

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Referencias

De Sousa Santos, Boaventura (2009). Una epistemología del Sur: la reinvención del conocimiento y la emancipación social. México: Siglo XXI Editores.

El Economista (28 de enero de 2025). Los centros de investigación, al borde de la inoperancia. https://www.eleconomista.com.mx/videos/centros-investigacion-borde-inoperancia-20250128-743961.html



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