E
n algunos sectores sigue dominando y, al parecer, en el poder mismo, la idea de que, con sólo negar los problemas o las amenazas, éstos tienden a desaparecer. Y sólo quedan entonces los enemigos malos, ahora calificados de carroñeros
desde la mera cumbre.
Dentro de este grupo, la Presidenta agregó al respetado colega Raymundo Riva Palacio, acusado de rijoso buscapleitos. La colección de enemigos malos crece y se diversifica, ahora que las cohortes de Morena incurrieron en un litigio mayor al proteger a un truhan y dejar a muchas de sus propias militantes en la orfandad política e ideológica, cuando la feligresía en San Lázaro se quedó sin habla y argumentos, por lo que se remitió a gritar no estás solo
, reduciendo el infame episodio a una mascarada de cómicos desafortunados y peores primas donnas.
Mala semana, ésta que se prometía como prólogo a las conversaciones de la Presidenta con el golpeador de Washington; perjudicial para un sistema político que no encuentra ni eje ni objetivos y está cerca de aquella mítica calificación de democracia sin adjetivos
que tan famoso volvió a su autor, Enrique Krauze.
La degradación de nuestra política democrática se acentúa si desde estos tristes miradores nos asomamos al mundo que Trump y su Junta quieren demoler a golpe de hachazos. De lo que se trata, dicen, es de reindustrializar a Estados Unidos de América con cargo a un mercantilismo elemental y rupestre, pero no por ello menos destructivo, que pondrá en riesgo inminente a la economía mundial que conocemos, pero también a su principal promotor, hasta hace poco asentado en la Casa Blanca y sus poderes.
De avanzar por esa ruta, que frívolamente ofrecen al mundo los personeros del MAGA trumpiano, los mil y un acuerdos y convenios tejidos al calor de la euforia globalista de fin de siglo quedarán abruptamente denunciados y sus principales autores, nosotros desde luego, navegando al pairo o de plano al garete. Y sin puertos de alivio en el horizonte.
Es la hora de plantearnos revisiones y proyectos ambiciosos, sostenía antier mi colega y querido amigo Ramón Carlos Torres. “Con Estados Unidos, pero también con China… con prudencia y pragmatismo… (en pos) de una suerte de tercera vía”, nos propone el distinguido embajador Sergio Ley. Sin dejar de reconocer en todo lo que implica que nuestras fuerzas productivas viven un nefasto y largo momento de parálisis, un estancamiento que, según Enrique Cárdenas, de mantenerse nos llevará a un empobrecimiento generalizado. (El Financiero, Del estancamiento al empobrecimiento
, 27/3/25). Triste y ominoso escenario el que parece irse imponiendo que debiera conducir(nos) a emprender amplios diálogos y afirmar voluntades políticas, asumiendo lo complicado del momento.
Ayer optamos por explorar las ventajas que ofrecía el mercado más grande del mundo y pudimos realizar algunas mutaciones en parte de las estructuras económicas y laborales que nos definían como una economía política sometida a un estancamiento estabilizador
, como solíamos llamarle Francis Suárez, este escribano y varios colegas más. Y algo, no menor, se consiguió en ese empeño.
Lo que no se logró fue dar lugar a un crecimiento económico socialmente satisfactorio, generador de muchos y buenos empleos y de excedentes para apurar el paso en materia de justicia social y bienestar para todos. Y es así como nos ha capturado la amenaza estadunidense que hace tiempo dejó de ser promesa.
Sin pretender hacerla de augur, me temo que lo que Trump y compañía quieren convertir en plan maestro para el mundo y sus alrededores es una especie de mercantilismo imperial donde sus ocurrencias manden. De ser el caso, parece inevitable esperar daños importantes sobre nuestra vapuleada economía política y afectaciones a las mayorías que conforman nuestra sociedad. De ahí que sea precisamente en nuestras carencias y brechas económicas y sociales, así como en nuestra atribulada política democrática donde habrá que poner la máxima atención y el más comprometido de nuestros esfuerzos.
Ante lo que ya nos han recetado Trump y su banda, no se valen mezquindades y gritonadas, como las que abrumaron las tristes horas del espectáculo legislativo.
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