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Una millennial, un gen X y una gen Z cambiaron su celular por un “cacahuatito” y solo uno de ellos disfrutó la experiencia


No es un secreto que la tecnología ha cambiado la manera en la que nos relacionamos con nuestro entorno. La hiperconectividad actual nos ha vuelto cada vez más dependientes de nuestros teléfonos, ya sea para estar informados sobre las últimas noticias, escuchar música o ver videos, incluso hasta hacer compras o consultar la forma más rápida de llegar a nuestro destino.

Todo esto afecta principalmente a la generación Z, la cual ha crecido en un entorno 100% digital, pero ¿qué pasa con los millenials y la generación X? ¿nos salvamos de la dependencia a nuestros teléfonos? Esta pregunta fue la que intentaron responder tres editores de la revista británica Good Housekeeping, quienes durante una semana no usaron otra cosa que teléfonos Nokia de los que solo sirven para llamar y enviar mensajes de texto. Es decir, los llamados “cacahuatitos“.

Sobrevivir una semana a la modernidad sin usar smartphone: el reto

La mente detrás del experimento fue Florence Reeves-White, millenial autoproclamada como adicta a los chat grupales. Ella reclutó a un compañero de trabajo, miembro de la generación X, Simon Swift, y a una compañera de la generación Z, Megan Geall. Los tres cambiaron sus smartphones por los llamados “dumb phones“, o teléfonos tontos. En concreto eligieron dos teléfonos plegables Nokia 2660 y un celular Nokia 3210.

Reeves-White cuenta que convencer a sus compañeros de unirse a su “cruzada” no fue tan difícil como pensaba. Descubrió que todos tenían un gran deseo por desconectarse de sus teléfonos inteligentes. Sin embargo, había un gran problema: casi todos a quienes les contaba su idea sentían que era imposible hacerlo, puesto que toda su vida estaba en sus dispositivos: los necesitaban para trabajar, hacer ejercicio, pagar, estar al pendiente de sus hijos, etc.

No obstante, una vez que logró reclutar a Simon y a Megan, y el experimento se puso en marcha, los tres afirmaron tener menos distracciones, experiencias de conexión con su entorno más gratificantes, y sentirse mucho más atentos y productivos. Eso sí, la vida fue muchísimo más incómoda y desafiante, lo que demuestra cuán necesarios se han vuelto los smartphones hoy en día.


Hearst
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Florence Reeves-White y Megan Geall, editoras de Good Housekeeping y participantes del experimento. Imagen | Good Housekeeping.

Un Gen X, una millenial y una Gen Z: sus experiencias individuales

Para Simon Swift, representante de la generación X, la experiencia fue una mezcla de frustración y redescubrimiento. Acostumbrado a la tecnología, pero no completamente dependiente de ella, afirmó que disfrutó poder leer una revista en el metro sin interrupciones. A pesar de ello, reconoció que fue frustrante no poder usar Google Maps para ubicarse dentro de Londres.

Físicamente fue incómodo para él manipular el teléfonos: presionar una tecla varias veces para poner una letra en un mensaje de texto. Jugar Snake también fue un reto, ya que sus dedos eran demasiado grandes para las teclas. Por último, admitió que “en un periodo de noticias tan dinámico y sin precedentes” es casi imposible vivir sin saber qué está pasando en todo momento. “No creo que pueda reeducar mi cerebro“, dijo.

Por su parte, Florence Reeves-White, la millenial que propuso el reto, confesó que el miedo a perderse algo la persiguió durante los primeros días (el famoso FOMO). Incluso admitió que su pareja tuvo que esconder su teléfono para evitar que sucumbiera a su urgencia por enterarse de todo lo que pasaba en sus grupos de chat.

Sin embargo, pronto descubrió que sin redes sociales aumentaba su productividad: leía más, escribía mejor y pasaba más tiempo en conversaciones reales y significativas. Aunque enfrentó desafíos sin apps de mapas o pagos con su celular, Reeves-White admitió que la experiencia no fue desagradable y no descartó repetirla en el futuro.

Gen Z
Gen Z

Posiblemente quien más sufrió fue Megan Geall, representante de la generación Z. Su rutina estaba tan ligada a su teléfono que incluso ver una serie sin revisarlo se convirtió en toda una novedad. “Fue muy agradable estar desconectado por un tiempo, sin ver la vida de los demás; simplemente viviendo la mía“, dijo. Pero también fue quien más extrañó todo: la música en el gimnasio, los pagos con Apple Pay, las redes sociales. Su conclusión fue clara: no lo intentaría de nuevo.

Más que una prueba de voluntad, el experimento de la revista Good Housekeeping sirvió para demostrar una verdad agridulce: más que una herramienta, los smartphones se han convertido en una extensión de las personas, un dispositivo que guarda casi toda la vida, y renunciar a la comodidad que esto ofrece hoy en día resulta muy, muy difícil.



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