Desde las afueras de Mixcoac, la mañana del 13 de septiembre de 1847 había una vista inmejorable del Castillo de Chapultepec. Con una soga rodeándoles el cuello, 30 soldados del Batallón de San Patricio podían ver con claridad y casi sin esfuerzo cómo los soldados estadounidenses, bajo el mando del general Winfield Scott, derrotaban al ejército mexicano y se apoderaban del Colegio Militar.
Acusados de traición por el ejército invasor, los miembros del Batallón no podían hacer otra cosa que no fuera mirar la escena que el general William Harney, con fría precisión, había coordinado para ellos.
Los soldados irlandeses, quienes días antes habían peleado del lado de México, no podían hacer otra cosa más que mirar cómo las fuerzas norteamircanas avanzaban, eliminando uno a uno a los defensores mexicanos. Y cuando la bandera de Estados Unidos fue izada sobre el asta de Chapultepec, Harney dio la orden. Las carretas tiraron de las sogas del cadalso y los condenados murieron con la derrota de México en la mirada.
Ese fue solo uno de los episodios que marcaron el final del Batallón de San Patricio, una unidad del ejército mexicano conformada por soldados que habían desertado de las fuerzas estadounidenses durante la guerra que enfrentó a ambos países entre 1846 y 1847.
Robert Ryal Miller, profesor Emérito de Historia en la Universidad Estatal de California, refiere en sus investigaciones que días antes de la ejecución en Mixcoac, un grupo de 14 miembros del Batallón fue llevado a la Plaza de San Ángel, cerca de la iglesia de San Jacinto. Ahí fueron atados a los árboles y castigados con azotes.
Después, otro grupo de 16 soldados irlandeses fue llevado a colocarse bajo un cadalso, al lado de ocho carretas jaladas por mulas. A la orden de un tambor, murieron ahorcados. Un día después, otros cuatro miembros del Batallón de San Patricio corrieron la misma suerte en el pueblo de Mixcoac.

Empatía entre irlandeses y mexicanos bajo el fuego de la guerra con Estados Unidos
El Batallón, que era liderado por el comandante John Riley, tomó su nombre del santo patrono de Irlanda, ya que la mayoría de quienes lo integraban eran migrantes originarios de ese país, que habían llegado a Estados Unidos a causa del hambre y la pobreza. Se enlistaron en el ejército bajo la promesa de un pago mensual de 10 dólares y tierras al finalizar la guerra con México.
Pero las duras condiciones en los campos de batalla, además del racismo del que eran víctimas bajo la dura disciplina militar los orillaron a desertar e incorporarse al bando mexicano. Junto con el ejército mexicano, pelearon las cinco batallas más importantes de la guerra contra Estados Unidos: Matamoros, Monterrey, La Angostura, Cerro Gordo y Churubusco.
Durante los meses de guerra, los miembros del Batallón pronto se identificaron con el pueblo mexicano; descubrieron que compartían algunos rasgos como la fe católica y ser discriminados por los estadounidenses, y supieron solidarizarse y resistir.
Su bandera estaba conformada por un fondo verde, un arpa dorada a un lado y las palabras “Erin Go Bragh”, que significa “Irlanda para siempre”; por el otro lado, tenía una imagen de San Patricio, santo patrono de Irlanda.
La empatía lograda entre irlandeses y mexicanos bajo el fuego de la guerra no quedó en el olvido cuando soplaron los tiempos de la paz. El gobierno mexicano nunca olvidó el apoyo y la lealtad de los soldados irlandeses.
En septiembre de 1959, a 112 años de la ejecución de los soldados del Batallón de San Patricio, fue colocada frente a la Plaza de San Ángel una placa con sus nombres. Asimismo, en septiembre de 2010, la embajada de Irlanda en México develó un busto del comandante John Riley, también en la Plaza de San Ángel. Y en el ex convento de Churubusco, que alberga al Museo Nacional de las Intervenciones, también se colocó una placa que conmemora al Batallón.

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