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Cuando el Imperio Romano convirtió Esparta en un Disneyland para fans de 300


Nada le gustaba más a un romano que una buena campaña militar, así que puestos a elegir un referente, lo ocurrido con Esparta en la Batalla de las Termópilas que disfrutamos en pantalla grande en la película 300 parecía una elección de lo más lógica. Para el Imperio Romano, los espartanos eran un símbolo, una muestra de hasta dónde podía llegar la excelencia militar que se convirtió en devoción.

Y tal y como ocurre hoy al ensalzar a nuestros héroes de la ficción, para celebrar a aquellos soldados griegos decidieron levantar un Disneyland en su honor, un parque de atracciones dedicado a convertir sus costumbres y gestas en atracción turística. El problema era que, cuando decidieron construirlo hacia el 195 a.C., tanto Esparta como los espartanos seguían ahí, y no terminó precisamente bien para ellos.

La caída de Esparta y sus 300

Pese a que la Batalla de las Termópilas convirtió a Esparta en una potencia militar legendaria, principalmente por cómo sus 300 soldados consiguieron plantar cara a un ejército con miles de persas de forma heroica, lo cierto es que la hegemonía de los espartanos no duró mucho más después de aquello. Aliándose con Grecia para luchar contra el Imperio Persa, los siguientes 100 años situaron a los espartanos a la cabeza de la potencia militar, pero el miedo a que se impusiesen hizo despertar a los griegos.

Valiéndose de tácticas militares avanzadas y una caballería que avanzó primero para romper la formación espartana, el dominio de Esparta empezó su particular caída en el año 371 a.C. en su batalla contra Tebas, iniciándose un proceso de transformación en el que la caída de gran parte de sus soldados obligó a los espartanos a contratar soldados extranjeros para poder librar aquellas batallas.

300
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Tras perder también contra Macedonia en el 222 a.C., para entonces Esparta era sólo una sombra de lo que algún día fue, y cuando Roma conquistó Grecia poco después, los espartanos fueron absorbidos por el Imperio Romano. Más por desgracia que por suerte, aquellas historias y leyendas sobre su poderío militar llevaban años cautivando a los romanos, así que cuando llegó el momento de rendir pleitesía a sus nuevos líderes, se puso un camino alternativo sobre la mesa.

Bajo el control del Imperio Romano, Esparta se mantendría como una ciudad libre que no rendiría cuentas a Roma a base de impuestos. Como compensación, los espartanos abandonarían su legendaria formación militar y se centrarían en representar sus costumbres para los turistas romanos que acudiesen allí deseosos de ver de primera mano lo que llevaban toda una vida escuchando y leyendo sobre los espartanos. A partir de entonces, serían un Disneyland para fans de 300. A lo que aquellos mismos soldados de la Batalla de las Termópilas se habrían negado en rotundo, a los espartanos de la época les pareció una salida perfecta a su decadencia.

Un Disneyland para fans de 300

Las grandes arcas del Imperio Romano se pusieron manos a la obra para dar forma a lo que años después, a través de la arqueología, terminaría confirmando lo que los historiadores romanos contaban en sus relatos. Los teatros y gradas de construcción romana encontrados, lo suficientemente grandes como para albergar a una población muy superior a la que tenía Esparta por aquél entonces, eran más que suficientes para confirmar que, efectivamente, en ese punto de la historia aquello se convirtió en un particular parque de atracciones para turistas romanos.

El Disneyland de 300 en el que se convirtió Esparta permitía que los turistas acudiesen hasta allí arrastrados por una reputación legendaria que, pese a que tenía poco que ver con los espartanos de la época, empezaron a recuperar en forma de espectáculo para las masas. Sin embargo, las luchas de gladiadores habían acostumbrado a los romanos a un realismo y violencia explícita que no cedía hueco a teatrillos simulados, así que los espartanos debían sufrir en sus propias carnes los métodos y cultura que forjó aquella leyenda.

Los romanos acudían allí para ver cómo era realmente la agogé, la educación espartana que sometía a los niños a un calvario que se iniciaba desde el nacimiento y se alargaba hasta los 20 años, pero especialmente para asistir al rito que se realizaba en el santuario de Artemisa, donde los jóvenes luchaban a muerte o eran flagelados públicamente para demostrar la resistencia al dolor de los futuros soldados espartanos.

Lo que antaño había sido un símbolo de su leyenda, de cómo los espartanos eran criados y educados para convertirse en los soldados más fieros posibles, se convirtió en una maldición para todos aquellos hijos de Esparta que llevaban más de un siglo sin poner un pie en una batalla. Una potencia militar convertida en una suerte de recreación exótica que, similar a la mezcla de belleza y decadencia que actualmente podemos ver en las ciudades medievales convertidas en atracción turística, quedaba a kilómetros de lo que algún día fueron aquellos 300 soldados.

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