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El eco indómito de un anarcosindicalista


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oan García Oliver murió en Guadalajara el 6 de julio de 1980. En la soledad de su tumba quedó el cuerpo de uno de los principales líderes de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) y uno de los más destacados dirigentes de la profusa historia del anarcosindicalismo español. Un modelo de organización que tuvo enorme fuerza en la península ibérica a principios del siglo XX y que alcanzó su cenit el 18 de julio de 1936, cuando en España comenzó la Guerra Civil y la CNT declaró ese mismo día la Revolución Social. El objetivo de la CNT era la conquista por parte de la clase trabajadora de los medios de producción para reorganizar la sociedad según los principios federalistas y de democracia directa, siendo la autogestión una pieza clave de la sociedad futura. Esos pilares fueron la base de acción y pensamiento de García Oliver durante prácticamente toda su vida.

Nacido en la ciudad catalana de Reus en 1902, trabajó desde temprana edad. A los 15 años se instaló en Barcelona, que vivía una eclosión del movimiento obrero y donde las ideas anarquistas habían adquirido enorme fuerza a partir de la fundación de la CNT en 1910. Camarero de profesión, se afilió a la organización en 1919, el mismo año en que la mítica huelga conocida como La Canadiense, una lucha contra una empresa eléctrica que paralizó durante 44 días la ciudad y 70 por ciento de la industria catalana y consiguió la implantación de la jornada laboral de 8 horas. A partir de esa victoria, la represión contra el movimiento anarcosindicalista fue feroz. A los ataques del Estado se sumó la acción de pistoleros financiados por la patronal, que eliminaban impunemente a dirigentes obreros. Para combatir esa situación y practicar la autodefensa armada, en 1922 García Oliver contribuyó a la creación del grupo Los Solidarios, junto a los anarquistas Buenaventura Durruti y Francisco Ascaso. A partir de entonces entró y salió varias veces de la cárcel, que definió como su universidad. El 18 de julio de 1936 con el golpe militar del general Franco, dirigió la lucha contra el fascismo en las calles de Barcelona. La principal organización obrera era la CNT y su reconocimiento por parte de la población era superior al del gobierno catalán que presidía Lluís Companys.

En esas circunstancias excepcionales la CNT se vio en una tesitura histórica: hacer la revolución o contribuir a la defensa de la República y sus instituciones. El 21 de julio de 1936, tres días después del golpe, en un pleno de secciones locales y comarcales, García Oliver defendió en solitario ir a por el todo. El debate era entre instaurar el poder revolucionario o mantener el frente antifascista por la colaboración democrática. La mayoría de la CNT optó por el acatamiento del poder institucional y la creación del Comité Central de Milicias Antifascistas. El historiador anarquista Abel Paz escribiría años después sobre el contexto de aquellos días: Las ocupaciones de fábricas, transportes, comunicaciones, etcétera, ¿quién las tenía en sus manos?: la clase obrera, que no era la CNT, aunque la CNT o sus militantes fueran sus animadores, pero no como vanguardia, sino por el hecho principal y capital de que 60 por ciento de la clase obrera de Barcelona pertenecía a la CNT. La revolución estaba en la calle y era ella misma quien debía decidir su muerte.

Orador brillante y carismático, García Oliver era hombre de acción, partidario de la gimnasia revolucionaria y la estrategia insurreccional. Acató por disciplina la resolución de ese pleno y amainó las ansias de revuelta. En noviembre de 1936 aceptó el cargo de ministro de Justicia en el gobierno del socialista Largo Caballero. La CNT ocupó cuatro ministerios: Federica Montseny, Sanidad; Joan Peiró, Industria y Juan López, Comercio. Sin dejar de ser anarcosindicalista convencido, partidario del comunismo libertario a realizar por la toma del poder por los sindicatos obreros, o por cualquier otro procedimiento, trataría de dejar constancia firme en la historia de las revoluciones del paso de un anarcosindicalista por un ministerio de justicia, comúnmente tenido por ministerio de cadenas, rejas y prisiones, pero sin olvidar que también lo es de fuentes del derecho y que, a fin de cuentas, todas las altas concepciones del socialismo, sean anarquistas o marxistas, solamente pueden afirmarse por la vía del derecho, escribió. Dejó de ser ministro en mayo de 1937, cuando los enfrentamientos internos producidos en Barcelona derivaron hacia una tutela del poder de la República por parte de los comunistas afines a Stalin y la URSS, desplazando a los marxistas del POUM y a los anarcosindicalistas de la CNT. Tras las derrota en 1939, como cientos de miles de compatriotas, tuvo que salir de España. Nunca volvería. A partir de 1941 se instalaría en Guadalajara donde sobrevivió con oficios precarios y gracias al trabajo de su mujer. Alejado del núcleo de la CNT en el exilio que estaba instalado en Francia, escribió en México su libro de memorias El eco de los pasos, un documento polémico que pasó a ser legendario. Enterrado junto a su único hijo, que había fallecido en 1964 en un accidente de coche, su nombre no figuró en la lápida. No tuvo más descendientes y su rastro se perdió. A partir de 2010, Joan Pinyana Mormeneo, coordinador de Memoria Libertaria de CGT –una de las dos organizaciones sindicales herederas de la CNT– inició el proceso de localización de la tumba. El 11 de mayo será la culminación de la búsqueda y dignificación en el panteón Colonias de Zapopan. Acudirá una delegación a honrar su figura en nombre de CGT y CNT, un acto para mantener presente el eco de la memoria indómita del histórico anarcosindicalista Joan García Oliver, al que su familia de pequeño llamaba Joanet.

* Periodista y autor del libro El ritmo de la cancha



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