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El menosprecio tapatío a Manuel Álvarez Bravo



José M. Murià

N

o es necesario subrayar la enorme importancia de Álvarez Bravo, el fotógrafo mexicano más trascendente dentro y fuera de casa. Capitalino de pies a cabeza (4 de febrero 1902-19 de octubre 2002) a los 20 años alcanzó ya arrestos para dedicarse profesionalmente a su afición y, en 1932, a los 30, hizo su primera y muy exitosa exposición.

Asimismo, en los años 40 y 50, su nombre ya corría por todo el mundo y su prestigio era inconmensurable.

Una buena parte de su obra está ahora expuesta en lo que fue el Hospicio Cabañas, que el gobernador Enrique Álvarez del Castillo, al comenzar los años 80, convirtió en un importante centro cultural que, en los últimos años ha decaído de sobremanera.

El caso de la peor que mediocre exposición de una considerable fracción de la obra de Álvarez Bravo, que les mandaron de México, es una desafortunada muestra del bajo nivel en el que ha caído el otrora muy destacado Instituto Cultural Cabañas.

Se ve enseguida que se hizo a la carrera y con poco conocimiento de causa. De otro modo no estaría pasando desapercibida como si fuera de uno de tantos… Mis amigos fotógrafos y un servidor tuvimos noticia de ella, que debió haber sido tratada como acontecimiento de primera importancia, prácticamente de casualidad gracias a un noticiero cultural de la Ciudad de México.

Ni siquiera un poquito de publicidad se hizo para avisar que tendríamos esas joyas de la fotografía mundial.

En efecto, al menos el día que acudimos fuimos de hecho los únicos visitantes más o menos acuciosos, pues un par de parejas con las que coincidimos pasaron por ella a gran velocidad.

Obviamente la información que se le da al visitante es ocasional y mínima y la disposición de las fotos alcanza ribetes de estupidez. Las hay a poco más de 50 centímetros del suelo o a una altura que este servidor, a pesar de medir un metro 80, difícilmente alcanza a ver. Obviamente ni siquiera hay una cédula que refiera la enorme importancia del autor, lo cual deja la sensación de que ni siquiera las autoridades del importante centro cultural tienen conciencia de ello.

Excuso decir que la seguridad es muy relativa y, de haber querido, podríamos haber salido con un par de fotos bajo la guayabera… Afortunadamente nada sugiere al ignorante del tema el gran valor de cada pieza.

De cualquier manera, disfrutamos mucho y agradecemos la gran oportunidad de ver más de 300 fotos de uno de los mejores artistas de la cámara que en el mundo han sido.

Por supuesto que a los viejitos interesados, al final el cansancio nos obligó a acelerar el paso pues no hay, como sucede en los museos dirigidos por quienes sí conocen el oficio, ni una méndiga silla en las cinco salas.

Es por ello que quedamos apalabrados para volver antes de que la quiten, de lo cual tampoco hay noticia… esperemos que no se la lleven sin avisar.

Para colmo, lo que no tiene que ver con la museografía pero sí con el espíritu de servicio que prevalece, en la taquilla nos encontramos con un engendro que más bien parecía portera de una casa de mala nota de la peor estofa, misma que poco ayuda a resolver el entuerto de cuánto tiene que pagar cada quien dada la diversidad de condiciones. Como decía aquel viejo profesor de escuelita de barrio: “es tan tonta y la atarantan tanto…”.

En fin, la ilusión con la que acudimos a ver un material gráfico de tan alto nivel, mismo que desconocen las autoridades de la casa, nos dejó un tanto decepcionados y la duda de si volver o no. Además, un cierto coraje por toda la actitud que se percibe en la casa, con regusto policiaco en vez de una institución cultural, prestigiada otrora, que se mantiene del dinero de todos, nos obliga a comentar el hecho.



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