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La Jornada: Eduardo Galeano y China


E

n septiembre de 1963, el periodista uruguayo Eduardo Galeano aterrizó en Pekín. Tenía apenas 23 años y era secretario de redacción del semanario Marcha, en el que colaboraba desde hacia cuatro. Eran tiempos convulsos dentro del bloque socialista. Las diferencias entre los comunistas chinos y soviéticos habían derivado en cisma. El mito de su armonía se había esfumado. Las páginas de su revista estaban abiertas a la intensa polémica entre los dos colosos rojos.

El 1º de octubre, Galeano asistió a la celebración del 14 aniversario de la instauración de la República Popular China, fecha en que el gigante se puso de pie. Durante casi dos meses visitó fábricas, comunas y espectáculos culturales, y se encontró con dirigentes políticos. Conversó con Puyi, el último emperador (cuya vida Bernardo Bertolucci llevó al cine), que nació tres veces, y al primer ministro Chou En-lai.

Lo que allí sucedía era una novedad que merecía ser contada. Y el cronista quería llegar más lejos y más hondo. Entrevistó a muchas personas, elegidas al azar, en rincones muy distantes entre sí, buscando conocer la opinión de la gente común. Interrogó al campesino que nace y muere arraigado a la tierra y al operario que conoce las mañas de la máquina que maneja. Evitó a los cuadros del partido. Encontró que los trabajadores que le respondieron fueron alfabetizados por la revolución. Comprobó que una misma pregunta generaba respuestas idénticas.

Se sumergió de lleno en el reto de narrar la revolución de los suburbios del mundo, al rojo vivo. De esta aventura nació su primer libro de crónicas, a un tiempo esclarecedor y anticipatorio: C hina 1964: crónica de un desafío. Fue redactado, alerta el escritor a sus lectores, por alguien que no es, ni sombra, y quizás esté de más aclararlo, un experto en el problema chino. Ni siquiera es un experto a secas, en nada. Se trata, simplemente, de un periodista, por definición testigo de ojos abiertos y oídos atentos.

El libro, se empalma con una serie de magníficos reportajes, escritos por viajeros latinoamericanos. En 1945, Vicente Lombardo Toledano publicó Diario de un viaje a la China nueva (https://shorturl.at/Wfrkc). Once años antes que el uruguayo, el mexicano Fernando Benítez escribió una obra excepcional: China a la vista (https://shorturl.at/gEu1L). Pero, a diferencia de éstos y otros testimonios, el del uruguayo fue redactado en plena pugna chino-soviética.

Redactado en primera persona, la crónica-ensayo, buscó dar respuesta a preguntas sobre el diferendo: ¿Qué se propone Mao Tse-tung? ¿Qué hondas razones mueven a China, símbolo de la rebelión de los pobres, a enfrentar a la Unión Soviética? “Me interesaba –escribe– sobre todo tratar de penetrar una verdad muy importante: ¿es el pueblo chino el protagonista real de la polémica que amenaza provocar un cisma, o el gobierno está obrando a sus espaldas?”

El punto de partida de Galeano para contar lo que ve en 1963 en el pueblo milenario que inventó la pólvora y el papel, la brújula y el sismógrafo y la tipografía, son tres claves. Primera, el mundo empezó a girar el día de la revolución. Todo queda dividido por el meridiano del 49; todo antes y después. Segunda, esta masa que accede al mundo moderno, estaba, hasta ayer, sumergida en el analfabetismo y la superstición, mordida por las enfermedades, aniquilada periódicamente por las hambrunas; es hazaña suficiente, creo, para 14 años de gobierno comunista, haber proporcionado a todos un nivel de vida, aunque bajo, humano. Y, tercera, el pueblo actúa dinamizado por el orgullo nacional después de tantos años de humillación y sometimiento ante las potencias occidentales, el país por fin es dueño de su destino.

Sobre su liderazgo político, Galeano advierte: los trabajadores chinos arden de fe cuando proclaman, como propósito, los puntos de vista del gobierno de Mao. Un régimen policial, montado un aparato de terror, puede lograr la obediencia, imponer al pueblo el silencio de sus rebeldías. No puede, eso, sí, obligar a la euforia. Y explica: “no por casualidad la palabra tong-yé, camarada en chino, significa todas las voluntades en una”.

El escritor sostiene en su crónica que no existe en China la atmósfera irrespirable de terror y represión de las épocas de Stalin en la Unión Soviética. En ese país, “han sido evitados los aspectos más lamentables del régimen terrorista del emulo de Iván el Terrible.

Muy lejos de la incondicionalidad, el escritor responde extensamente e implacablemente a la idea de los comunistas chinos de aquellos años, de que José Stalin cometió algunos errores, pero desmerecen ante sus méritos. “Ignoro si Stalin puede ser considerado un mal necesario –dice–. Sus abusos perdieron todo punto de contacto con las justificaciones que la historia puede, en perspectiva, proporcionar.”

Al fin y al cabo, periodista de barricadas, hace un demoledor recuento de algunas barbaridades del georgiano. No reconoció al gobierno de la República Popular China hasta 13 días después de su proclamación. Mantuvo hasta el último momento relaciones diplomáticas formales con el gobierno de Chiang Kai-shek. Cortó las piernas de la revolución griega. Su manejo de la guerra española fue terrible. Los países de Europa oriental eran mantenidos, en régimen de ocupación por los soviéticos, y sus riquezas se transferían a manos rusas a través de las sociedades mixtas y los acuerdos comerciales desventajosos.

A pesar del tiempo transcurrido desde su publicación, China 1964: crónica de un desafío es una obra de enorme utilidad para comprender algunos comportamientos del coloso de Oriente en los tiempos que corren. En Últimas palabras, capítulo final del libro, Galeano advierte con sorprendente actualidad: “China: vibran los sismógrafos cuando se pronuncia la palabra. La gran nación asiática es hoy el centro resplandeciente de todas las miradas –mitad pánico, mitad asombro–. El gigante, puesto de pie, exige su sitio al sol.” ¿Así o más claro? Ojalá muy pronto se redite.

X: @lhan55





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