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La Jornada: Europa, Trump y BRICS


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ace unos días –9 de mayo– tuvo lugar un evento de la mayor trascendencia geopolítica. La reunión, en Moscú, de un número abultado de dirigentes mundiales, no incorporados al llamado Occidente, dieron sólido cuerpo político. El motivo fue la celebración del 80 aniversario del triunfo soviético sobre la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial, triunfo del cual, la actual Federación Rusa se siente heredera directa. Un hecho que para el resto del mundo pasó casi desapercibido. Lo precede consciente intento, bastante extendido por lo demás, de inclinar ese triunfo bélico, tanto a EU como a otros países europeos. Posverdad extendida debido a la intensa propaganda.

En el contexto de los actuales movimientos geoestratégicos, que ocurren con motivo de la irrupción de Donald Trump a frente del gobierno de su país, destaca la amalgama del dúo chino/ruso. Una alianza política, económica y militar que tiene derivaciones adicionales en campos de las inversiones, ciencia, tecnologías y desarrollo económico en general. Ello como respaldo que, para muchos de los ahí presentes, viene a instalarse en el centro de variados conflictos, miedos y presiones desatadas en días recientes. La descarnada irrupción de Trump en las relaciones internacionales ha propiciado, con urgencia notable, acercamientos y acuerdos entre numerosos países que, hasta estos días, se consideraban, si no lejanos, sí innecesarios. El nuevo acomodo, suscitado por la arbitraria política arancelaria del magnate, ha caído y afectado diversas realidades de las cuales Trump no ha salido ileso. El reciente acuerdo para bajar tarifas entre EU y China revela la vulnerabilidad evidente del primero de los contendientes.

El obligado replanteamiento de visiones y realidades desplegado durante el desfile en la Plaza Roja, con toda exposición mediática y escénica, el reforzamiento de la alianza ruso-china suceso que destaca y sitúa al poderío militar combinado frente al resto del mundo describe a éste, en términos actuales y estratégicos, como presencia bipolar. De inmediato, varias respuestas han sido difundidas. En particular, la simpática presencia de varios líderes europeos de visita en Kiev: Francia, Alemania, Gran Bretaña y Polonia. Su ya repetido mensaje de apoyo a Ucrania no aportó la potencia para incidir en el agrandado ánimo ruso y dinamizar negociaciones inmediatas de cese el fuego. Incluso la irrupción estadunidense no aplaca la enérgica sugerencia de Putin para iniciar conversaciones, directas y sin interferencias sobre la guerra, en imparcial sede turca. La capacidad decisoria de los europeos ha caído en un bache de serio tamaño y consecuencias. Más que su otrora inclusión, como balance entre Oriente y Occidente, hoy la unión se muestra incapaz de llevar a cabo sus pretensiones protagónicas para incidir en el factible finiquito de la guerra en curso. El respaldo que pueden otorgar a la vapuleada Ucrania no solventa el retiro de EU. Tanto con su paraguas nuclear como su ayuda financiera en armas e inteligencia. Al mismo tiempo, lo que parecía un dictado trumpiano sobre Rusia para obligarla a terminar la guerra, se topa de frente con la solida e íntima dualidad ya nombrada.

Ha sido evidente que el debilitamiento europeo no sólo ocurre por el desprecio y lejanía de Trump y su acercamiento con Putin, sino a resultas de dos factores trascendentes: uno, las discordancias internas de la unión y su doloroso despertar al sentimiento de ruptura con Washington en quien descargaban su seguridad. Ahora ven a una OTAN que requiere ser dominada por Europa, aunque no sea ya hegemónica. Y, en segundo lugar, porque no se han dado cuenta cabal de que llevan años de modelarse con la narrativa estratégica estadunidense. Una que sitúa a Rusia como el enemigo a vencer. Desprenderse de los tratos comerciales y políticos, que los han beneficiado, para declararla una potencia agresora, ambiciosa y de peligro para la paz. Han aceptado, con gusto y hasta colaboración, la imagen de Putin como heredero de las ambiciones imperiales soviéticas. Un autócrata que desencadenó la invasión de Ucrania, prueba irrefutable de sus arrestos de poder colonial. Miedos arraigados alentados por algunos líderes europeos que, por lo demás, no pueden responder con bases y honestidad por sus desplantes bélicos. Sesgan, con cinismo, la combinada colaboración occidental para sitiar, vía OTAN, a Rusia. Línea roja que desató el conflicto armado y la rusificación del Donbás y Crimea.

Las derivaciones para la política externa de México de estos acontecimientos, ciertamente, serán crecientes. Su pertenencia al mercado del norte de América lo condiciona y sujeta a varias reglas de operación. Aunque nada le impide mantener cuidadosos puentes y relaciones con el llamado BRICS.



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