
▲ En esta fidelidad a sí mismo y en esta rebelión radical al endeble constructo de la lógica, reside la perturbadora poética tauromáquica de Fortes.Foto Plaza 1
E
n esta frenética y neurotizada época aún quedan algunos ritos milenarios como el culto a la deidad táurica convertida en tauromaquia, la que en ocasiones nos recuerda, con una elocuencia sin ruido, la incomparable magia de la calma y el seductor encanto de la dilación deliberada.
Del taurineo, ese añejo cáncer que carcome las células de la fiesta de los toros, hablamos luego. Por lo pronto, me refiero a un torero fuera de serie nacido hace 35 años en Málaga, hijo del banderillero Gaspar Jiménez y de la novillera Mari Fortes, que triunfara en la segunda mitad de los años setenta del pasado siglo. Desde 2016, Saúl decidió anunciarse sólo con el apellido de su madre. Cocido a cornadas, con dos muy graves en el cuello, fracturas e innumerables cirugías, este torero está hecho de otra pasta, al grado de que no obstante criterios empresariales que se niegan valorar su misterio y a darle toros –dos tardes en 2024– el hombre mantiene intacto el concepto de su tauromaquia, natural y sobrecogedoramente verdadera, y una inalterable disposición a la quietud. Si no pincha a sus exigentes toros de Arauz de Robles el pasado miércoles en la plaza de Las Ventas, habría salido en hombros tras cuatro años sin venir.
Si ha sido un deficiente estoqueador y lastimado con frecuencia, ¿qué hace de Fortes un diestro excepcional? Su interioridad, su concepto purísimo y lentísimo de las suertes y una entrega sin atenuantes ante la embestida que sea. Eso no conviene a un negocio miope que no ve más allá del amiguismo comodón, las utilidades cortoplacistas y mano a mano de exquisitos con ganado descastadito. Es haber sustituido la emoción perturbadora con la función predecible, suplantar el misterio de la bravura con el becerro de oro. Tanta claudicación ha ofendido a la deidad táurica con las consecuencias que todos conocemos.
Además de expresión de la belleza, del sentimiento estético por medio de la palabra en verso o en prosa, poesía es, también, la creatividad para disolverse y disolver esquemas y percepciones, caída constante hacia el abismo sin perecer, en tanto se exploran vetas y formas y se violentan procedimientos y dogmas. En esta fidelidad a sí mismo y en esta rebelión radical al endeble constructo de la lógica, reside la perturbadora poética tauromáquica de Fortes. Por eso, instalado en la simulación, el sistema taurino –el taurineo– lo relega. El contraste es demasiado, por lo que prefiere escoger artesanos, no creadores. La naturalidad de Fortes, firme, lenta, refinada, etérea, no se puede copiar, por eso molesta a la modernidad taurina.
Con el compás ligeramente abierto recibió a su primero con verónicas suavísimas que dulcificaron la embestida del toro, y realizó una faena tan reposada que se volvió íntima entre el toro, el torero y el público. La belleza y el alma del diestro ante la menguada embestida del astado en tandas inverosímiles. Ilusionado e inspirado a tope, las empresas españolas, no obstante, se han negado a volverlo un torero consentido. Con los que tiene cubre el expediente.
Ante su segundo la magia fue mayor. Fortes, más que templar aquella exigente embestida, supo acariciarla y mecerla en lentísimas tandas por ambos lados con una naturalidad y una quietud prodigiosas, bajando al máximo las manos, mandando y ligando, hasta convertir el negro torbellino en suave brisa. Volvió a pinchar –si pinchan los que torean diario–, pero la clamorosa vuelta al ruedo de Las Ventas le confirmó, una vez más, que su torería posee el don de contradecir los gastados esquemas de la lidia y de exhibir las traiciones del taurineo.
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